38. Sentido del humor

Su sonrisa era demasiado ruidosa para un rostro tan sereno, resultaba alocada, divertida, espontánea…quizás demasiado revoltosa. Pero tenía que pasar por la vida haciendo ruido, tenía que notar que estaba viva; porque como todos, no sabría cuando dejaría de existir y eso lo aceptaba con una entereza que aterrorizaba.
Al despedirse te miraba a los ojos e hilaba su despedida mascando y saboreando cada una de sus palabras. Tocaba las manos de aquellos a los que quería y mientras paseábamos acariciaba mi brazo en repetidas ocasiones para que yo sintiera que estaba ahí; pero sobre todo sonreía, te miraba y sonreía incluso diciendo que algún comentario nuestro no le había gustado, y eso nos hacia sentir como niños en mitad de un reproche. Sonreía, reía hasta de las cosas malas como si con su risa pudiera espantarlas… a veces la calamidad es sorda. Cuando reunió a sus amigos para contarnos que quizás no pasase de enero todos rompimos a llorar. Es difícil aceptar que alguien te diga que en determinada fecha no estará entre nosotros, y más cuando lo hace con una media sonrisa, como queriendo ver nuestra expresión ante una broma macabra. La miré: permanecía de pie. Jamás pense que cuando alguien da ese tipo de noticias pudiera darlas sin doblar las rodillas, sin necesidad de sentarse, de acariciarse el pelo o llevarse varias veces las manos a la boca. Pero jamás pense, tampoco, que ella tuviera que darnos ese tipo de noticias. Recuerdo que temblé, un escalofrío subió por mi espalda hasta que pude sentir el interior de mi cerebro y volvió a bajar hasta las plantas de los pies. Las manos se me hicieron agua del llanto y de un sudor frío que habitó entre mis palmas. Pero lo que más recuerdo fue esa sensación tan vertiginosa de estar moviendo los ojos incesantemente sin dejar de mirarla, notaba como mis pupilas iban de un lado a otro sin pausa, siempre observándola. Creí volverme loco. Nos miraba con dulzura como si nos hubiera dado una mala noticia que sólo nos afectase a nosotros, como si una madre tuviera que explicar a unos niños que en estos Reyes no habría regalos. Se acercó, nos besó y lo que me hizo sentir más estúpido: me consoló hasta que tomé conciencia de que era a ella a quien había que abrazar y no estar esperando que te abracen; ese abrazo que cuando andas perdido te devuelve a la realidad. Ella nos obligó a cogernos de las manos, a mirarla a los ojos y entonces musitó que era mejor así, al menos podría despedirse, oportunidad que otros muchos no tienen, podría hacer esas cosas “que le dieran tiempo” y sonrió. Nunca me gustó su sentido del humor.
Tenía ese halo especial que hacía mirarla con entrega y tenerla siempre presente, eso que algunos llaman “carisma”. No era una belleza ni le hacia falta serlo. La Navidad, por supuesto, la pasamos todos juntos paseábamos, íbamos al cine, cenábamos, e íbamos de compras; gastó todo su dinero en regalos. A mí me regaló una guitarra, un cuadro de un artista novel, un sistema de cine en casa y La sombra del viento de Ruiz Zafón para que, según ella, comenzara a amar los libros. Dejó solo el dinero que creyó que costarían sus funerales «Estaría mal que os hicierais cargo vosotros, bastante sufrirme en vida como para también los costes de morirme» Ese tipo de comentarios me retumbaban en la cabeza, nunca me gustó su sentido del humor.
La mañana del 12 de enero debí volverme invisible en un paso de peatones, porque solo escuchaba «¡no lo vi!, juro por Dios que no lo vi, no sé de donde ha salido joder!» Mientras sentía un dolor infinito por todo mi cuerpo.
Al despertar estaban todos mis amigos allí junto a la cama, llorando, se apoyaban los unos en los otros, yo también quise llorar al sentirme mantenido en vida por el aire que quedaba en mis pulmones. Supe entonces que cuando ella se marchara no sería así su despedida, estaríamos todos tranquilos y resignados porque ella nos había ido preparando para ese trance. Más pálida que de costumbre se acercó sonriendo y me dijo «¿Una carrera a ver quien llega antes ahí arriba?» Y volvió a sonreír, la mire y quise decirle «¿sabias que nunca me gustó tu sentido del humor?»