29. La verdadera esencia de la politica

Andaba cierto político, en vísperas de elecciones, discurseando por doquier las excelencias de su excusa electoral (a veces llamada programa) a cualquiera que quisiera oírle o que -más frecuentemente- no tuviera otro remedio. Tal era la pasión del prócer por conseguir nuevos votantes que no se concedía el más mínimo tiempo de ocio si éste podía ser fructíferamente empleado en seducir a más incautos y en ampliar sus expectativas de voto a costa de la ingenuidad de individuos de toda laya y condición.

Así, contaba entre su más asiduas seguidoras a la presidenta e integrantes de una asociación de Amas de Casa Adictas al Bingo íntegramente compuesta por gallinas, que tenían por costumbre acudir y posarse en las aromáticas volutas que exhalaba la pipa del hombre público en sus privados momentos de relax tras las correspondientes declaraciones y contradeclaraciones, mítines y ruedas de prensa. Naturalmente, tampoco estos momentos de íntimo descanso eran desperdiciados por el diputable para ampliar su electorado, obsequiando sin tregua a las gallináceas con su abstrusa retórica electoral al tiempo que se acomodaba sobre un taburete de altura regulable y aspiraba, espiraba y llenaba la habitación con la suave grisura del tabaco turco. Podría pensarse que las gallinas, a la vista de los lugares por ellas elegidos para el descanso, no son animales todo lo inteligentes que cabría suponer, pero considérese en su descargo que las cálidas volutas de suave tabaco oriental son infinitamente más confortables y mullidas que los ásperos y mugrientos palos de los gallineros.

– Porque, tal y como os explico, amigas mías -discurseaba el hombre público a las aves-, la verdadera esencia de la política se ve perfectamente reflejada en este taburete: podéis ver que gracias a este tornillo, que puede considerarse alegoría de una elecciones libres y democráticas, la altura del asiento varía, subiendo y bajando. Yo, que estoy sentado en el asiento, y por tanto también sobre las elecciones libres y democráticas, subo o bajo según los vaivenes de éstas, pero nada más cambia en mí como podéis ver -el político hizo varias demostraciones subiendo y bajando el taburete del tope superior al inferior y viceversa sin que el más leve cambio se trasluciera en su expresión-. No temáis por tanto que me olvide de vosotras y vuestras reivindicaciones cuando me vea encumbrado a puestos de responsabilidad. Podéis confiar en mi integridad política.

Otros días, por el contrario, prefería el prócer explayarse sobre las dificultades y sinsabores de la cosa pública, y de la suerte que representaba el que hubiera individuos valientes y sacrificados como él dispuestas a afrontar todos los peligros y penalidades que tal ocupación conllevaba.

– Ved, queridas y futuras votantes, que el triste destino de los gobernantes está perfectamente simbolizado en este tornillo de mi taburete giratorio. Imaginaos que alguien o algo lo suficientemente pequeño fuera a recorrer desde su inicio el surco espiral que lo rodea. ¿Qué encontraría? Un anodino, retorcido y mareante sendero absolutamente vacío (o, como mucho, repleto de suciedad) que en el más inesperado momento se cierra brutalmente con un recio tope, sin que quede más alternativa que el retroceso por el mismo camino. Representa perfectamente, como ya sabéis, la difícil y verdadera esencia de la política.

Hay que decir que las gallinas, conscientes de estar más en un gallinero de lujo que en un mitin, no prestaban al hombre público toda la atención que su monólogo requeriría, atreviéndose incluso a interrumpir su florida oratoria política con cloqueos harto inoportunos. Era por esto, y también debido a la ocasional falta de interés de las gallináceas en el discurso, aunque no menos que por la simple insistencia y tendencia a la reiteración imprescindible en todo líder que se precie, que el prócer repetía a veces los argumentos y figuras más queridas de su habitual elocución.

– No sé si alguna vez os lo habré expuesto, queridas conciudadanas, pero este taburete giratorio representa perfectamente la verdadera esencia de la política. Como podéis ver, el mecanismo que lo hace subir y bajar es giratorio. Gira el asiento y gira la persona sobre él sentada, que en un momento se encontrará mirando a la izquierda e instantes después, sin que se haya advertido cambio alguno en su persona, estará mirando a la derecha, y luego al centro para pasar posteriormente otra vez a la izquierda. Esto es en líneas generales la política, excepción hecha, naturalmente, del escaso número de políticos honestos como el que os habla, del que podéis estar seguras jamás defraudará a su electorado variando su orientación política ante el señuelo de éste o aquél cargo o prebenda.

Dicho esto el político dio cuatro o cinco giros completos más a su asiento y se fue. Después de esto dejó el hombre público de frecuentar el lugar durante algún tiempo, tanto que las aves de corral, obligadas ahora a permanecer en el frío e inhóspito suelo y suspirando por el acolchado humo y el narcótico verbo del prócer, llegaron a pensar si no tendrían que volver efectivamente al corral para poder dormir a gusto.

Mas un día apareció. Venía irradiando felicidad, bellas palabras, y esa especie de fatuo convencimiento de que la propia inepcia es necesaria y fundamental para que el rodar del mundo no se detenga que los psicólogos han dado en llamar seguridad en sí mismo. No era para menos: su partido había ganado las elecciones, y él personalmente había sido nombrado Secretario General para el Engaño de Masas e Intoxicación Mediática. Volvió a obsequiar a las gallinas con la confortable humareda de su pipa y con su insustancial cháchara, servida ahora con guarnición de promesas y compromisos de atender a los problemas y justas reivindicaciones del sector gallináceo tan pronto como se dieran las circunstancias, condiciones y requerimientos que hicieran factible el poder ocuparse de los mencionados asuntos.

Y fue al levantarse y alejarse el hombre público de su sitial cuando las aves observaron algo en lo que jamás habían reparado anteriormente: el político llevaba la parte trasera del pantalón completamente descosida, con una inmensa abertura que iba desde la rabadilla hasta el comienzo de los muslos. Cloqueando intrigadas, se aproximaron al taburete y pudieron contemplar algo que, por lo general, quedaba oculto: el taburete tenía un gran agujero en su parte central. Un gran agujero por el que sobresalía levemente el extremo ahusado y engrasado -para un mejor deslizamiento- del tornillo inferior. Porque el asiento era móvil y giratorio, pero el tornillo no, permaneciendo siempre a la misma altura, fuera cual fuere la del asiento y de su predispuesto, aunque a veces dolorido, ocupante.

Y sólo en ese momento fueron conscientes de que acababan de descubrir la verdadera esencia de la política.