22. El Buscador

El campus universitario estaba a las afueras de la ciudad lo que suponía unos 15 o 20 minutos en el autobús urbano. Cada tarde a las 4´30 Lili y yo montábamos en uno para ir a clase, y de vuelta a las 10, cuando salíamos para ir a casa.

Aquel día en concreto creo que era martes; los autobuses eran viejos cacharros rojos con publicidad en los laterales. Por la noche, cuando salíamos de clase los esperábamos en la parada hasta que uno pasaba a recogernos, los veías venir desde lejos por la carretera: dos focos en medio de la oscuridad y sobre ellos el interior del vehículo bañado por la luz blanca de los fluorescentes colocados en el techo. Parecían grandes carrozas fantasmas, aunque sin caballos que tirasen de ellas.
Cuando había niebla era aún más tenebroso… O yo quería creerlo así, porque siempre he tenido mucha imaginación y nunca me importó dejarla volar en cualquier situación.
En pleno mes de Diciembre hacía frío en la parada, “¿Dónde coño está el autobús?” Oí que decía alguien junto a mí, “¡Se me van a congelar las pelotas!”, otro se rió detrás de él y Lili me miró con expresión paciente y exasperada a un tiempo como queriendo decir “Oh, por Dios, qué animales”. Sonreí.

Por fin apareció el autobús a lo lejos, un rectángulo de luz blanca y brillante que parecía flotar a través de la negrura nocturna hacia nosotros. Paró justo frente a mí, las puertas se abrieron bruscamente, miré a través de las ventanas y vi que estaba vacío, dentro no había nadie. El conductor era un hombre de unos 47 años, de aspecto taciturno y cansado, con barba y el pelo cano; no recordaba haberle visto antes. Él nos miró; un grupo de unos 20 chicos y chicas medio congelados enfundados en abrigos y parkas, gorros, guantes y bufandas, con mochilas y bolsos colgados al hombro… A sus ojos vi asomar algo que no supe descifrar, parecía no mirarnos a nosotros sino a través de nosotros… Me recorrió un escalofrío mientras subía las escaleras. “Hola” saludé sin mirarle directamente, y el tipo contestó dejando escapar una especie de gruñido y lanzándome un vistazo rápido y sorprendido. Pensé que no debía estar muy acostumbrado a que los estudiantes le dirigiésemos alguna palabra; las personas a veces somos así, nos pasamos años pasando cada día junto a otros – siempre los mismos – y no los acabamos de ver nunca porque jamás los miramos… Es extraño.

Cuando estuvimos arriba, otros chicos y chicas llegaron corriendo a la parada, Lili y yo nos sentamos casi en los últimos asientos. Allí dentro se estaba mucho mejor, bendita calefacción, había sido un día duro y estaba agotada.
Por fin, todo el mundo estuvo dentro y la parada quedó vacía, el último en entrar fue un chico con un gorro de lana rojo y un tres cuartos de piel marrón forrado de piel de borrego que le llegaba casi hasta las rodillas y que llevaba abrochado hasta el cuello.
Recuerdo que me fijé en él por que lo vi avanzar lentamente por el pasillo bañado en aquella luz de hospital fría e intensa, y me pareció muy hermoso. Tenía los ojos negros un poco achinados y llevaba una barba de dos días que le daba cierto aspecto de actor del celuloide. Pero nadie más pareció reparar en su presencia, ni siquiera Lili.
El chico caminó distraídamente hasta la mitad del autobús y se quedó de pie junto a la puerta de salida que tenía enfrente, mirando a través de los cristales empañados con expresión soñadora, lejana.
El autobús ya se había puesto en marcha y mi compañera había empezado a parlotear; podía volverla a una loca si no aprendías a desconectar de vez en cuando y, ese momento, volviendo a casa de la facultad a las diez y pico de la noche, cansada de las clases y a sólo una semana de irme a casa por Navidad, era el más idóneo para desconectar de todo un momento, mirar a través del cristal a la oscuridad y no pensar en nada, nada en absoluto que no fuese la cena caliente y la cama.
De vez en cuando me llegaba la voz de Lili hablándome de (¿cómo no?) su novio. Él constituía el ochenta por ciento de su conversación la mayoría de las veces: un tipo aburrido… Aburrido, aburrido, aburrido. Aficionado a leer libros históricos y salir con su padre y los amigos de su padre… Patético. Lili y él llevaban juntos 2 años y yo aún no sabía qué podía ella encontrar atractivo en semejante individuo, para mi era una persona egoísta y… Pero en fin, fuera como fuese, para ella aquel chalado inaguantable era el hombre de su vida por más que para mí fuese un cretino, y era mejor dejarlo así. Las relaciones humanas son incomprensibles a veces.

Nos detuvimos en una parada y bajaron dos chicas, cuando la puerta volvió a cerrarse y estuvimos de nuevo en marcha, el chico del gorro rojo me miró y sonrió. Un escalofrío me recorrió la espalda, la amplitud de aquel gesto me inquietó de un modo que no pude ocultarme ni, desde luego, pasar por alto.
“Sé algo” decía aquella sonrisa “Cosas que no llegarías a imaginar ni en tus peores pesadillas…”

La interpretación de una sonrisa es una cosa muy subjetiva; podríamos pensar eso y ya está, uno cree ver enfado en un rostro que nos es desconocido y a lo mejor sólo es preocupación o añoranza… ¿No?
De cualquier forma sólo fue un segundo o dos, yo estaba cansada y el incesante parloteo de Lili en el asiento de al lado no contribuía a mejorar la situación, me tenía medio mareada e iba bastante distraída, pensé que en aquel momento no hubiese sido raro que hubiera visto incluso duendecillos correteando por el suelo del autobús.
Pero de pronto hubo otro detalle. Otro detalle y este no fue nada subjetivo; el chico volvió a mirarme y me hizo un guiño, acompañó el gesto con otra de aquellas enigmáticas y amplias sonrisas, que en esta ocasión dejó al descubierto una hilera de dientes entre sus labios rojos, perfectos, dientes blancos y muy afilados. Al ver aquello di un respingo y sentí que el corazón se me paraba en el pecho, Lili dejó de hablar y me miró extrañada:
“¿Qué pasa?”

El autobús se detuvo haciendo chirriar los frenos, las puertas se abrieron con un sonido neumático y el… ¿chico? Saltó fuera ágilmente con la mochila colgada a la espalda y el abrigo de piel marrón ondeándole hacia atrás por el viento. Con un salto salió del autobús y de la luz y desapareció arropado por la oscuridad que reinaba en el exterior.. Ella pareció abrazarlo, lo envolvió completamente ocultándolo de todas las miradas, fue como si él mismo fuese oscuridad… Las puertas volvieron a cerrarse y el autobús arrancó sin más.
-“¿Qué pasa?”- oí que volvía a preguntarme Lili -“¿Qué miras?”
-“¿Has visto a ese chico? El que acaba de bajar, con un gorro rojo y abrigo marrón… – dije mirándola a la cara por primera vez en todo el trayecto y señalándole la puerta del autobús. Ella miró hacia donde yo le indicaba.
-“No”- respondió con cierta seriedad- No le vi… ¿Estaba bien o qué?
Volví a mirar por el cristal sin esperar ver nada, y así fue, sólo la ciudad de noche, Lili también miraba.
-“Pues me lo he perdido”- dijo como si nada encogiéndose de hombros, de nuevo se arrellanó en el asiento y se puso a parlotear incansablemente una vez más sin darle mayor importancia. Yo, sin embargo, ya no pude pensar en otra cosa, iba tan absorta en mis pensamientos que Lili tuvo que darme un codazo cuando llegamos a nuestra parada.
-“¡Eh, Bella durmiente!- dijo- Fin de trayecto, despierta, hay que bajar.

Cuando salimos y sentí el viento frío en la cara, ya no estaba segura de lo que había pasado ni de lo que había visto, todo se tornaba dudoso en mi cabeza como cuando despiertas de un sueño y tratas de recordarlo… Los detalles se escapaban de mi mente con tanta facilidad que tuve miedo de no saber ya nada de aquello al llegar a casa. Todo empezaba a teñirse de una borrosa cualidad onírica que hacía perderse los recuerdos por más que yo intentaba asirlos… Acabé preguntándome si había sucedido de verdad, si realmente había visto algo, aquella sonrisa y lo que se ocultaba detrás.

Lili dijo algo, la miré –supongo- con expresión atontada, porque ella al verme se rió dándome un golpecito en el hombro.
-“Estás ida”- me soltó alegremente y yo tuve que hacer un esfuerzo por sonreír.
-“Perdona, la última clase ha podido conmigo, ¿qué decías?”
-“Que no sé qué regalarle a Eloy por Navidad… es tan rarito…”- Se me ocurrió contestar que juventud y humanidad, que eso era lo que le hacía falta, pero por supuesto me callé. Creo que acabé aconsejándole un libro sólo para que se callase, por supuesto no lo hizo; al escuchar lo del libro compuso una exagerada expresión de fingido disgusto y tremenda decepción en la que podía leerse como con letras de neón de 3 metros un mensaje: “Por Dios, ¿no se te ocurre algo mejor? ¡Eso podía haberlo pensado yo!”. Odiaba aquella expresión, denotaba superioridad y desprecio, era como si me abofetease con ella.

-Lili- dije tratando de ser paciente- Si tú no sabes qué regalarle, ¿cómo voy a saberlo yo?- Por fin llegamos a casa y ya en la cama decidí justo antes de dormir que lo mejor era olvidar el asunto, después ya no pensé más en ello.

No volví a ver al chico en los días siguientes, y los días se convirtieron en semanas y luego en meses. No volvió a ocurrir nada parecido y acabé por olvidarme casi completamente de aquello.

Ya era casi final de curso, Junio, y hacía calor. Caminaba junto a mi novio por un gran parque que no estaba muy lejos de mi casa, no hablábamos, yo miraba al frente, anochecía y empezaba a refrescar. Ante mí, a unos 15 metros, había un cinturón de árboles que limitaba el final del parque, y cerca de ellos, una chica que vestía bermudas blancas y una camiseta roja estaba paseando a su perro: un labrador marrón que olisqueaba el suelo impulsivamente. Un chico pasó a unos tres metros de ella y pareció mirarla, ella inició una sonrisa, pero, de pronto, la sonrisa se desvaneció de golpe y dejó paso a una expresión de sorpresa y terror, la chica caminó entonces en sentido contrario al del chico, a toda prisa, arrastrando al perro tras ella el cual mostró su total disgusto tratando de frenar y soltando gruñido y gemidos.
Miré al chico, pero ya estaba lejos, oculto tras los árboles que franqueaban el sendero. “Ha visto lo que yo vi” pensé “Ha visto su sonrisa y… Lo que se esconde detrás; esa pura maldad”. Quise ir detrás de ella pero ya no estaba, tampoco el chico.
-“¿Has visto eso?- le pregunté a mi acompañante casi sin darme cuenta.
-“¿Si he visto qué?- preguntó él mirando al frente, a la izquierda y luego a mí, con expresión interrogante.
-“Una ardilla, allí, entre los árboles- mentí señalando el final del parque, él dirigió la mirada hacia el lugar y lo escudriñó con interés.
-“No”- contestó tras un momento- “¿Era bonita o qué? Qué lástima, me lo he perdido.”