21. Todo

Aquella fría noche de espaldas al gran ventanal acristalado, no escucho más sonido que el crepitar de las llamas, no veo más luz que la que despiden sus lenguas haciendo sombras allí donde desvanecen. Ni un solo mueble, lámparas ni cuadros, frente a la chimenea sólo está ÉL…

Debió cambiar el viento. Tras de mí escucho un tenue repiqueteo provocado por la nieve al estrellarse contra el cristal, me vuelvo y mi atención queda atrapada dentro de un copo iniciando con él su viaje resbalamos por el vidrio haciéndonos a cada centímetro que recorremos más y más pequeños, desvaneciéndonos hasta convertirnos en gota, en nuestro camino hacia ninguna parte nos unimos a otras aumentando esta vez en tamaño y velocidad. Al llegar al marco mi gota se deforma y me dispersa… El resplandor de la chimenea atraviesa el ventanal cerrado, permitiéndome ver algunos metros fuera en la oscura noche. El camino hasta la casa desapareció bajo un manto mullido y blanco. No recuerdo como llegué ¿en coche quizás?. Busco surcos de ruedas y no los encuentro la intensa nevada debió borrarlos, pero tampoco doy con vestigio alguno del auto. Con la mirada perdida, divago no sé si estoy allí, a instantes todo me parece difuso, borroso, mi propio yo físico parece falto de definición, al mirar mis manos las descubro con transparencia nebulosa. Me siento etérea… como si fuese mi espíritu el visible, el que ahora adopta la forma de cuerpo y es manifiestamente palpable, vuelvo a ver mi imagen corpórea con nitidez de evidente realidad. ¿Y si resultara una quimera? sé que no es sueño, alucinación ni entelequia. Una extraña sensación me contrae los hombros regresándome del divagar, son sus ojos que me están recorriendo el cuerpo sé exactamente por dónde va, lo siento en la cintura, un escalofrío me arquea la espalda… al notarlo en los tobillos, en los talones, en mi pié descalzo, me giro. Allí está, sonriendo sobre la iluminada alfombra. Los juegos de las llamas le hacen de marco, sombrean y contornean su cuerpo. Ladeado, apoyado sobre un codo sostiene su copa vacía.

No nos separan más de seis cortos pasos. Al llegar hasta él me arrodillo sobre la blanca, mullida y cálida alfombra que por un momento me recordó la nieve en el exterior, me preguntaba porqué aquella visión no envió a mi cerebro ninguna sensación de frío. El pequeño cubo metálico juega torpemente a hacer de espejo y no consigue más que deformar, representando a ínfima y desigual escala las luces y sombras de las llamas sobre los cuerpos que conforman la estancia. Dentro del cubo, unos cuantos hielos flotan en el agua helada resistiendo aún el calor del fuego, al retirar del recipiente la botella producen un musical tintineo que nos hace escuchar hasta que silencian. Me alarga su copa. Olvido abrazar la botella con la blanca servilleta a propósito y al acercarla a mí demasiado, varias gélidas gotas caen sobre mi estómago iniciando un doloroso camino que me hace contraer el gesto. Aunque en segundos se hacen tibias ÉL, al verme, abre su palma caliente cortándoles el paso sobre mi vientre.

Al término de servir las copas y aún de rodillas vuelvo a escuchar el suave tintineo. Aquella blanca servilleta que no usé sigue cuidadosamente doblada y seca en su lugar. Por un momento pienso… Con dos dedos levanto uno de sus picos haciéndola desplegarse. Con ella en el aire me siento y el intento de adoptar una postura más cómoda me obliga a abrir las piernas, cómoda sí, pero en completo descubierto. Con una media sonrisa traviesa en un afán de secuestrar su mirada mientras hago pasar el paño bajo una de mis piernas tirando despacio pegado a la piel, lo subo por mi muslo opuesto consiguiendo quedar estratégicamente protegida por una blanca “Z” de algodón.

Brindamos por “TODO”. El calor de la chimenea hace desaparecer la dureza del chocolate cambiando a una textura mucho más agradable que hace aún más intenso su sabor. No se parte, se separa a laxos trozos informes. Le ofrezco uno de ellos que recoge con la boca mientras me sostiene la muñeca, mira mis dedos y encuentra lo que esperaba una mancha marrón y dulce en mi pulgar. Sin soltarme, fijos sus ojos en los míos como tantas otras veces, intenta hacerla desaparecer. Entre tanto, me hace sentir la rugosidad de su tibio y húmedo paladar. Cuando lo consigue, me deja libre.

Un pequeño trocito de chocolate al invadir mis sentidos me hace cerrar los ojos y sin abrirlos, al tacto tomo una fresa del cuenco asiéndola por las pequeñas hojitas verdes que la coronan. La acerco y antes de rozarla con los labios puedo percibir su intenso y agradable olor. Al hacerla entrar, mi lengua siente su delicada textura de suavidad uniforme sólo interrumpida por minúsculas y equidistantes semillas amarillentas que parecen brotarle desde el interior. Necesito morderla. Clavo mis dientes y el ácido jugo que desprende al mezclarse con el dulce chocolate magnifica el poder de cada uno, dejándome escapar un gutural sonido de placer.

Abro los ojos. Él me observa. Aún con la fresa entre mis dientes le ofrezco otra pero me la niega señalando la mía. Termino el bocado que inicié y llevo el resto a su boca. Vuelve a clavarme los ojos. Puedo sentir el suave calor de sus labios en la punta de mis dedos, notar como sus dientes van desgarrando la fruta. Una gota de su rojo jugo escapa a su control, o… quizás no, abriéndose paso entre la comisura. Manteniendo fija su mirada en la mía acerca su mano a una de mis rodillas que descansa sobre la alfombra, sube por el interior del muslo y al llegar a tocar el paño blanco, busca su final en mi cadera agarrándolo por el extremo, lentamente empieza a tirar en contra de sí acercándomelo aun más si cabe. Siento como se desplaza lenta, muy lenta la tela por la piel, tan despacio que se hace un hechizante instante eterno…

Ahora vuelvo a estar al descubierto y esta vez, sólo por un momento sí dejo bajar su mirada, la mantiene un segundo y cierra los ojos llevándose la servilleta a recoger aquella roja gotita que escapó a su control, o… quizás no.

Consigue desprender la fruta, Él se queda con mi fresa y yo sin sus labios…

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No tengo casa de madera ni chimenea, no tengo cuenco con chocolate ni fresas, no tengo champagne francés ni copas, no tengo alfombra de piel y pelo largo, blanco y suave…, ni si quiera tengo un amor.

Puedes decir que nada tengo
pero al poder sentirlo “TODO”,
“TODO” puedo tener dentro.
Y allá donde voy lo llevo
porque aunque nada lleve,
“TODO” conmigo viene.
Y tú que lo tienes “TODO”
y nada de lo que tienes sientes
¿No te preguntas?
¿Para qué lo quieres?