119. El rumor de Adan

El tedio había invadido a los habitantes del Paraíso, los días de la alegre y estrecha convivencia, quedaban atrás… muy atrás. De hecho, hasta el paisaje era diferente; se le veía opaco y descuidado, el bullicio animado y la cortesía entre las criaturas que allí habitaban, eran cosa del pasado, más bien, campeaban la indolencia y la desintegración generalizada.

Adán, antes dinámico, divertido e ingenioso, se pasaba el tiempo echado bajo el platanar. La entrañable compañía y los chispeantes diálogos con Eva, se habían espaciado hasta desaparecer. Ella no era la excepción; antes cariñosa y alegre, ahora era descuidada en su apariencia y, muy probablemente, la falta de atenciones y halagos de Adán, le mantenían en un estado de constante irritabilidad. Simplemente no toleraba nada ni a nadie, aunque ciertamente tampoco procuraba romper la inercia.

 

Un día, Eva fue a bañarse al río y, estando en el agua recordó tanto los largos juegos que solía tener con Adán, que molesta al regreso, le espetó:

––Deberías al menos tomar un baño… mírate el aspecto que tienes.

Adán que dormitaba, se incorporó levemente para mirarla y aunque tuvo la intención de responder, bien se guardó de hacerlo. Se levantó y decidió alejarse un poco para no ser molestado. Caminando reflexionó sobre el comentario de Eva y se dirigió al río.

En ese momento decidió bañarse también y efectivamente el agua estaba estupenda, salió revitalizado y le dieron ganas de dar un paseo por el  jardín prohibido. Observó que el manzano estaba lleno de maleza y sin pensarlo mucho se puso a limpiar el lugar. Como allí acostumbraba estar la serpiente, al sentirse importunada le dijo con ironía:

––¡Vaya que te han puesto a trabajar!

Adán, haciendo caso omiso de la pulla, no le contestó inmediatamente y continuó su tarea bajo su mirada burlona. El exquisito olor de las manzanas le despertó una muy agradable sensación que no había experimentado antes y deseó intensamente comer una. Desde luego, eso era imposible, estaba estrictamente prohibido cortar siquiera una de ellas, era claro que él no se atrevería a desobedecer. Cuando terminó, la serpiente aún seguía allí y Adán que conocía lo burlona e ignorante que era la serpiente, le dijo:

––Vine aquí porque… dicen que estas manzanas tienen un afrodisíaco muy poderoso. ¿Será cierto?… tú eres muy sabia y debes saberlo, ¿no?

La serpiente no sabía lo que significaba afrodisíaco pero, herida en su vanidad afirmó:

––¡Claro, no tienes idea de cuan poderoso es!… jejeje…

Adán se alejó sonriendo y cuando vio a Eva, le dijo:

––Deberías ir a ver como he dejado limpio el manzano, estaba lleno de maleza y ahora se ve estupendo, da gusto estar bajo su sombra…

A Eva le extrañó el comentario y curiosa se dirigió al Jardín prohibido. Allí encontró a la serpiente que miraba y miraba las manzanas, tratando de entender que habría querido decir Adán. Eva que aún estaba de mal humor le dijo:

––¿Qué haces aquí?

La serpiente con aire sabiondo le dijo:

––Admiro las manzanas… ¿Sabías que poseen un afrodisíaco mágico?

Expectante, Eva se acercó lentamente al manzano. El olor era tan agradable que sonrió con deleite y aspiró el aroma profundamente. Una exquisita sensación le fue embriagando hasta hacerla enloquecer de placer… lo demás, es historia.

 

“Dicen que el rumor es la insidiosa

semilla de los maliciosos.”