82. Rolling
Siempre pensé que lo del amor y lo del fútbol era cuestión de suerte. Te podía salir 1, X, o incluso 2.. Lo de perder tenía su parte de motivación: “la siguiente lo consigo” te dices sin demasiada fe… Lo de empatar era lo habitual y lo de ganar… Bueno, lo de ganar ya debe de ser la hostia…
Y es que uno en esto del amor nunca gana del todo.. Yo por ejemplo, hace un mes me levanté y comprobé que mi vida anterior, llena de satisfacciones banales ya no me interesaba lo más mínimo, y empecé a pensar en la luna, en las flores y en las cartas de amor.
Y es que aquel día fatídico me enamoré, y siendo republicano como soy perdí la cabeza por una princesa de Vallecas que trabajaba de cajera en el FNAC..
Llámenme anticuado, pero nunca he sabido como conquistar a ninguna chica con el teléfono móvil o con Internet, así que, allí me vi, a las 9 de la mañana un 14 de Febrero en la primera floristería que encontré abierta para ir a conquistar a mi amada.
¿La elección? Sencilla, un clásico: Rosas Rojas… ¿El precio? Desorbitado: 6.000 de las antiguas pesetas.. Vamos que voy a cogerlas al rosal de mi tía Petra y me salen más baratas, aunque eso sí, sin tarjeta… He de reconocer, que lo que más me gusta de las floristerías son las tarjetas. Flores hay hasta en el Carrefour e incluso en la gasolinera de mi pueblo, pero tarjetas… Para hacer tarjetas como las que yo buscaba hay que tener una floristería.
“Dos cosas voy a decirte, hoy 14 de Febrero, la primera es que te adoro y la segunda que Te Quiero” rezaba la inscripción de la tarjeta rodeada de dos osos amorosos portadores de corazones.
– ¿La asustaré con ser tan directo? me preguntaba mientras de mi bolsillo salían los últimos ahorros para pagar el ramo.
No sé si ustedes se habrán encontrado alguna vez en la misma tesitura. Si ya de por sí es difícil auto presentarse a una chica, imagínense declararse a una desconocida. Pero estaba dispuesto. Era 14 de Febrero y en esas fechas los corazones se ablandan.
– Pero que coño, que uno no está tan mal.- me repetía incansablemente camino del FNAC
Y es que llevaba planeando ese día desde que la vi una semana antes, con aquel vestido de noche apoyada en la barra de aquel local. Su pelo rubio caía suavemente sobre sus hombros desnudos cual cortina de finos hilos de oro. Sus ojos verdes brillaban más que los focos de aquel escenario donde bailaban sus amigas y su boca se parecía a aquellos hermosos pasteles que uno ve tras el escaparate de las pastelerías cuando es niño y sueña con hincarles el diente.
Todo en ella emanaba una magia especial. Celebraba la boda de una amiga junto a sus compañeras de trabajo y pensé que si existía un paraíso sin duda estaba a su lado. Mirándola, tocándola, besándola…
Quede totalmente noqueado por aquella chica. Tanto que ni siquiera fui capaz de acercarme a su lado. La miraba a lo lejos, confiando en que la suerte hiciera que por arte de magia viniera hacia mí. Pero la suerte y la probabilidad nunca se han llevado muy bien y según la estadística, la probabilidad de que dejase su Gim Tonic y viniese a abrazarme era la misma que sacarme la carrera de periodismo, cuando llevo 4 años matriculado en Empresariales.
No obstante me pase la noche confiando en la estadística, y como no venía, me convencí que finalmente sería más sencillo empezar la carrera de periodismo, y cual sagaz reportero comencé a recopilar información a través de un amigo que sabía algo de su vida. Se llamaba Marta, sorprendentemente no tenía novio y a pesar de no aparentarlos, tenía dos años más que yo. Vivía en Vallecas y trabajaba temporalmente en el FNAC, vendiendo entradas en el local adyacente al centro de Callao.
Yo esperaba que me dijese que era modelo, princesa o actriz, o sencillamente que se había escapado de alguno de mis sueños, pero esa fue la única información que pude obtener. No tarde ni una semana en darme cuenta que tenía que dar el paso y declararme y qué mejor día que el de San Valentín.
Con mis flores y vestido a la antigua usanza con mi corbata y mi pañuelo blanco asomando por el bolsillo de la chaqueta, cojo el camino hacia Callao, cuando a la altura de Preciados me encuentro una enorme cola de gente en mi misma dirección..
– Ehh, ehhh yogurín, no te cueles .- me dicen dos heavys melenudos del tamaño de dos armarios roperos…
– No, si yo voy a donde las entradas, al FNAC para dar este ramo ,.- les intentó explicar.
– Si, si, tu entrega lo que quieras, pero detrás de nosotros, que no nos la das y como te cueles van a llover galletas y no van a ser de chocolate… me dicen con cara de pocos amigos..
Ante tamaño razonamiento no me queda otra opción que hacer cola.
– Total – pienso para mí – tampoco es plan de aparecer con las rosas y tenerme que ir porque esté ocupada trabajando..
– Bueno, y ¿quien toca que hay tanta gente? – pregunto a los heavys con la boca chica.
– Chaval ¿tu vives en este mundo? Tocan los únicos, los auténticos, los inimitables Rolling Stones – me dicen entre eufóricos y encantados…
Miro a mi alrededor y compruebo la variedad de público que hay esperando en la fila. Es interminable por delante de mí, y por detrás se ha colocado un padre de familia con su carrito y su bebé..
La gente que pasa se queda mirando. En parte por los heavys y en parte por el papá con su bebe al que lleva a por entradas para un concierto de Rock and Roll. Pero sobre todo por el chaval del traje y del ramo de rosas.
Siempre he tenido el sentido de la vergüenza muy desarrollado. Sobre todo desde aquel día en el colegio en el que confundí la fiesta de los disfraces y aparecí vestido de cowboy un día de clase normal. Desde entonces no he levantado cabeza, pero a pesar de ello me mantuve en aquella fila.
Pasadas dos horas las piernas me temblaban, las manos me sudaban y los riñones buscaban una silla desesperadamente. La fila habría avanzado unos 50 metros y ni siquiera divisaba aún el puesto de venta. La ansiedad me consumía y el sonido de mis tripas me hacía intuir que al cansancio y al frío habría de unir el hambre.
– Perdone, le dije al caballero que portaba el carrito con el bebe… ¿me puede guardar el sitio que voy a comprar un bocadillo?
No creía haber terminado la frase cuando ya me estaba contestando:
– Mira tío, bastante tengo yo con lo mío, como para hacerte de chacha… Si te piras uno menos.. y se quedó tan ancho.
Fue en ese momento en el que pensé que si los Rolling eran sus Satánicas Majestades sin duda sus seguidores tenían también algo de satánicos; así que, allí permanecí impasible hasta que apareció el castizo del organillo con sus barquillos y le compré todos los que llevaba. Para ser exactos 4 bolsas.
Empachado de barquillos y con la moral por las nubes pasaron dos horas más. A eso de la una y media comencé a divisar el puesto de venta y los rizos de oro de la chica de mis sueños. A partir de ahí, todo fue sobre ruedas. Según mi reloj tarde una hora y media más en llegar a ser el tercero de la fila, pero mirándola esos 90 minutos parecieron segundos.
Era el tercero, quedaban los dos heavys y luego iría yo. Mi corazón bombeaba como si corriera junto a Carl Lewis. Mis ojos, como platos, solo tenían un destino y ese era su cara. Esa cara, que tras el cristal, me ignoraba y que en unos minutos descubriría a su humilde admirador.
La miraba ensimismado cuando de repente se giro dándonos la espalda. Me quede mirando su movimiento como hipnotizado cuando de repente un bramido de mis “adorables” compañeros de fila me devolvió a la realidad:
– No me jodas hombre.. No hay derecho… gritaron al unísono.
No me enteraba de lo que pasaba. Todo el mundo se puso a gritar de muy mala manera, pero yo decidí seguir a lo mío y mirar a mi Princesa. Un cartel de NO HAY ENTRADAS colgado por mi amada presidía el mostrador. De ella ni rastro.
Despavorido corrí hacia la entrada. Dos agentes de seguridad la custodiaban sin dejarme pasar. Intenté calmarme. Me sinceré con los guardias, les conté la historia y medio llorando les pedí una solución:
– Mal lo tienes chaval, porque estas chicas tenían contrato por obra o servicio.. me dijo uno de seguridad con bigote que escuchó mi historia.
– Amos, que no la vuelves a ver el pelo.- dijo su compañero rematándome…
Desolado y sabiéndome perdedor desabroché el nudo de mi corbata.
– En esta quiniela ha salido 2.- me decía a mí mismo mientras desabrocha los botones superiores de mi camisa y me despeinaba.