68. Demasiado calor para ser navidad

Cuando Nicolás, traje y corbata, maletín en mano, sale de su oficina en Gran Vía, los escaparates están decorados y las tiendas llenas. Guirnaldas de bombillas de colores van de un lado a otro de la calle, vistiendo la ciudad. Llevan allí varias semanas. Las ha visto todos los días, formando parte del paisaje: por la mañana, corriendo apresuradamente para llegar a tiempo al trabajo, al mediodía, cuando sale a comer, y por la tarde, al regresar a casa, pero hasta hoy no ha reparado en ellas. Ahora las ve como un decorado de quita y pon, como un disfraz que envuelve las calles, que lo tapa todo. Dentro de unos días, volverán a algún almacén y esperarán a que lleguen las próximas Navidades. Carmen, su ex-mujer, le ha llamado está mañana. Este año, ella y el niño no vendrán a Madrid. Se quedarán en casa de su novio. «Por favor, compréndelo», le ha pedido ella. El reloj-termómetro que está situado a la entrada del metro marca 20º. Nicolás piensa: «Demasiado calor para ser Navidad».

Al volver a casa, se detiene en el vídeo-club del barrio. A la entrada, un hombre vestido de Papá Noel reparte caramelos y coge a los niños en brazos. Nicolás da vueltas entre los estantes hasta que se decide por una película porno. La guarda en su maletín. Después, entra en la tienda de ultramarinos y compra una lata de callos precocinados, un bote de aceitunas y una botella de Coca-Cola. Camina hasta el portal, con la bolsa de la compra colgándole de una mano y el maletín de la otra, y sube a su casa. Por la escalera reconoce la mezcla de olores que salen por debajo de las puertas de sus vecinos: besugo al horno en el primero, cordero con patatas en el segundo, nada en el tercero.
En el interior del piso hace todavía más calor. La calefacción es central y la temperatura está excesivamente alta. Nicolás suelta el maletín y la bolsa de la compra, se quita el abrigo y la americana y se afloja el nudo de la corbata. Tiene la camisa empapada en sudor. El salón presenta un ambiente acogedor. En una esquina, un abeto natural con sus bolas rojas, su estrella y sus cintas plateadas. Delante de él, la mesa, ya puesta, perfectamente adornada. Sobre ella, un centro de flores de pascua, tres platos y un regalo envuelto en papel de colores encima de cada plato. «Demasiado calor para ser Navidad», piensa de nuevo. Ni tan siquiera se cambia de ropa, lleva la bolsa de la compra a la cocina y abre el frigorífico. Apenas hay sitio: platos y más platos que ha preparado el día anterior se acumulan en las baldas. Consigue hacerse un hueco entre la botella de cava y un plato de gambas cocidas, y deja allí la Coca-Cola y la lata de aceitunas. Después, se tumba en la cama, pero no puede descansar. Sigue haciendo calor. Cuando decide levantarse, enciende la televisión y hace zapping. El mensaje de Navidad del rey va apareciendo en todos los canales. Sale a la cocina, calienta los callos en el microondas, abre la lata de aceitunas y saca la Coca-Cola del frigorífico. Lo pone todo sobre una bandeja, que se lleva al salón. Sentado en el sofá, come mientras observa el discurso del Rey. Su rostro ocupa toda la pantalla. Cuando ya no tiene más hambre, lleva la bandeja a la cocina. En el plato quedan restos de salsa de tomate mezclada con trozos de carne. Luego, vuelve al salón e introduce la película porno en el aparato de vídeo. Prácticamente al instante, los simulados gemidos de placer inundan la habitación. Cuerpos de hombres y mujeres esculturales van desfilando por la pantalla. De pronto, el sonido de fondo de unos villancicos desafinados empuja las paredes, intentando colarse en su casa y ahogando los gritos de placer que proceden de la televisión. Nicolás detiene el vídeo. Ahora, los cánticos navideños se escuchan con mayor claridad. Golpea ligeramente la pared para que se callen. Pero «Los peces en el Río» continúan desafinando en casa de los vecinos. Vuelve a poner la película y eleva el volumen al máximo. Los fingidos alaridos de los actores se hacen más y más potentes, hasta que no queda resquicio alguno de los peces. Baja el sonido. Los vecinos se han callado. Sólo escucha alguna ligera risa infantil al otro lado de la pared, pero, pronto, vuelven a la carga. Ahora con «Campanas sobre Campana». De nuevo sube el televisor y se produce una lucha titánica entre los gritos de los actores y las voces de los vecinos por ver quién gana la batalla. Nicolás decide ceder. Quita el sonido y continúa viendo la película, ahora con «Noche de Paz» como banda sonora.
Al rato, la película le aburre y decide pararla. Abre el periódico por la sección de contactos. La cantidad de anuncios que hay le confunden. Lee unos cuantos y se decanta por uno que dice: «Mujer madura. Compañía. Todos los servicios». Nicolás marca el número de teléfono que cierra la frase. Al otro lado, una voz contesta:
-Diga.
-Quería que viniese a mi casa esta noche.
-Lo siento, pero no hago servicios en Nochebuena. Las putas también celebramos la Navidad.
-Haga una excepción, le pagaré bien.
-Le he dicho que lo siento.

La mujer cuelga. Se la imagina cenando en compañía, quizás de un marido, de un niño, quizás de la misma edad que el suyo. Ojea más anuncios, pero no se atreve a intentarlo de nuevo.
Sigue viendo la televisión sin volumen, pasando de un canal a otro. Cuando suena el teléfono, dos presentadores de un informativo, vestidos de smoking, mueven la boca, interpretando una canción. Lo descuelga.
-¿Nicolás?
Inmediatamente reconoce la voz:
-Hola, Carmen.
-Siento que no hayamos podido ir esta vez. Te prometo que el año que viene el niño estará contigo.
-No importa.
-Te paso al niño. Quiere decirte algo.
Al otro lado del teléfono escucha la voz de su hijo:
-¡Hola, papá! ¡Feliz Navidad!
-Hola, hijo. Feliz Navidad. ¿Cómo estás?
-¡Muy bien! En casa del novio de mamá, pero el año que viene ha dicho mamá que iremos a pasar las Navidades contigo.

Después de hablar un rato con su hijo, Nicolás cuelga el teléfono. Quita la mesa, recoge el árbol de Navidad y guarda los adornos y los regalos en una caja. Mira a través de la ventana. Acerca su boca al cristal y expulsa aire varias veces seguidas. El vaho forma una nube gris sobre la superficie. En ella escribe: Feliz Navidad. La nube comienza a evaporarse y las letras desaparecen en la transparencia del cristal. Nicolás lo observa en la distancia y piensa: «Demasiado calor para ser Navidad». Fuera, en la calle, las bombillas de colores iluminan la noche y los adornos disfrazan la ciudad. Dentro de unos días no quedará nada.