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Cuando el Capitán Ahab y Moby Dick cruzaron sus miradas sobre las
montañas acuosas de un mar enfurecido, ignoraban que sus mensajes de
odio recrearían una de las mejores páginas del mundo del cine. Moby Dick,
la ballena blanca que fue capaz de implantar una pata de palo a su tenaz
perseguidor, no estaba hecha para recrearse plácida por las aguas del
Pacífico jugando al escondite con ella misma, ni siquiera para ducharse
refrescando su grasienta piel. Tenía sed de venganza.
La recuerdo muerta encerrada bajo un toldo lúgubre en una calle de mi
ciudad, allá por los años cincuenta. Esparcía aquel hedor oleaginoso aún
almacenado en mis sentidos, y mostraba los arpones incrustados en sus
costillas, cual mejor señuelo publicitario, gracias al tirón de una
película convertida en un clásico del cine. No debía de ser Moby Dick,
aunque como tal lo anunciaban, aquel cetáceo momificado. Su mirada tenía
un significado diferente, y allí, en aquel cutre recinto, no había nadie
de quien huir, como nadie a quien atacar, ausente como estaba la pata de
palo de un encolerizado capitán Ahab.
En estos recientes meses de eventos a toda vela, han acudido a nosotros
gentes desde todos los rincones de la tierra; algunos lo han hecho por
mar, a bordo de sus ricos navíos. No nos debe extrañar pues, que
siguiendo sus estelas que parten el mar, o tal vez, debido al calor de
las aguas por el inmenso peregrinaje de aficionados a la náutica que nos
han visitado, hayan llegado hasta nuestras costas para quedar muertos
sobre la arena. Seguro que ignoraban al cojo capitán, mas lo cierto es,
que han aparecido cuatro cetáceos en poco menos de un mes en nuestras
orillas playeras. El último, en estos días, en la playa de la
Malvarrosa, con la ausencia de una mirada inquina en su masa amorfa,
pero con la misma pestilencia que perdura en mi escasa memoria ram,
emanada de aquel barracón de feria donde me ofrecían engañosamente a la
blanca ballena.
Pero llevando sin embargo, adherida a su cuerpo en descomposición, una
red, que no sabemos lanzada después de un cruce de miradas fruto de un
imperecedero rencor.
Agosto 2007-08-23
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