Sobre el engaño al lector (Primera parte). Por Mar Solana

«La literatura es magia, es aparecer entre la gente sin estar físicamente, es entrar en las almas sin tener que tocar la puerta».

Doménico Cieri Estrada.

Salvo aquellos que deben ser fieles a los hechos, cronistas históricos, sociales o periodistas; los escritores de cuentos, relatos y novelas “engañamos” al lector, sí… Pero, ¿qué significa esto?, ¿somos (nos creemos) una especie de magos de las palabras? El escritor, en general, crea mundos ficticios, personas imaginarias y se inventa lo que escribe, pero si esas mentiras están bien argüidas, el lector transigirá, le gustará entrar en ese universo de fantasía que desplegamos para él.

Ramón Alcaraz, escritor, editor y experimentado profesor de diversos talleres de escritura, afirma:

«El concepto ‘engaño’ es aquí relativo, ya que en realidad el lector admite la ‘trampa’, que el relato lo lleve por donde no había imaginado, para ser sorprendido al final; pero hay que hacerlo bien. (argumentar tu ficción con elegancia…) Digamos que es un problema de coherencia, de no contradecirse dentro de una historia… Es decir, ‘engañar’ es un concepto relativo; podemos ‘engañar’ al lector narrativamente hablando, pero siempre con coherencia dentro de lo que inventamos. Si el lector no aprecia o descubre ese ‘engaño’ con error, sino como recurso, significa que se ha hecho bien, y entonces lo admite y le gusta. Tendríamos también que analizar cada caso, pero es algo muy evidente para los lectores». Leer más

Besos de una lejana mujer hermosa. Por Por Marcelo Galliano


Cómo si todo fuera tan fácil. Como si fuese tan simple acercarse a una de esas oficinas de Western Unión que tienen el cartelito amarillo y negro y saludar a la empleada con “ buenos días, tengo algo por cobrar” y “espere un minuto y llene este formulario”. Y yo con «señorita usted no entiende, lo mío es otro tema” y una vieja que hace cola atrás que me empieza a mirar con cara de este tipo no sabeque hay otra gente en el mundo, y, mientras, la empleada, ya medio harta del trabajo, que cambia el tono para su “no me dijo que tenía que algo por cobrar”
Y ahí es cuando yo me avergüenzo, sí, yo que nunca me sonrojo por nada, me avergüenzo, porque tengo que decirle que la cuestión no son euros ni dólares y, casi a coro, con esa habilidad de humillarte que tiene alguna gente, la empleada y la vieja me dicen “¿y entonces?” Y es cuando me decido y en voz alta como para me escuchen todos (la empleada, la viejita y un tipo de overol que seguramente entró a preguntar si atienden los sábados) le digo “besos, espero besos”. Y como a esta altura el papelón está asegurado, me arriesgo y le digo “besos de una lejana mujer hermosa, y me pone cara como diciendo “no sé de qué habla y yo le digo ” mal hecho, así anda el país con gente que desconoce el valor de un beso de una mujer hermosa”
“¡Por favor apúrese!” me dice un tipo que se agregó a la cola, justito atrás del de overol; tiene un maletín y usa corbata y me da de sospechar porque lleva abrochado el cuello de la camisa y la gente que a esta hora tiene abrochado el cuello de la camisa es porque no se enoja nunca y ya se sabe que la gente que no se enoja nunca… Ahora llega el gerente y se ponen a hablar con empleada: “qué pasa”, “que este hombre viene a cobrar algo”, “y bueno, páguele”, “pero no es tan fácil” “ y qué problema hay”, “que quiere cobrar besos”, “¿besos?”, “sí, besos de una lejana mujer hermosa”. El tipo se me queda mirando y se decide a buscar en la computadora para confirmar que los besos existen y están a mi nombre, que me esperan perfumaditos, salados por tanto mar recorrido. La llama a la empleada aparte, ella parece negarse una y otra vez pero después accede, con cara de “si no fuera porque tengo que cuidar el trabajo” accede. Yo cierro los ojos y acepto lo que ella, con los labios juntos y de mala gana, me da. Finjo que estoy conforme y me retiro mientras escucho el “por fin se fue este tipo” que la vieja larga sin ninguna diplomacia.
La tarde cae y camino por Avenida de Mayo. Entro a un bar y pido un trago de cualquier cosa, va a anochecer, miro la luna recién parida ablandarse en los vidrios y me toco la boca y pienso en los besos, en los besos de una lejana mujer hermosa, esos que en Western Unión jamás me pagan como es debido.

Asociación Canal Literatura
Marcelo Galliano
Argentina

LADRONES. Por Dorotea Fulde Benke

El Defensor del Ciudadano De A Pie Aunque Tenga Coche ha presentado una denuncia a nivel nacional, intuyéndose ya su inevitable tramitación a través de organismos internacionales hasta llegar a abarcar el mundo entero.

De momento, se busca dentro de España a una banda de empedernidos y reincidentes ladrones compuesta por varios millones de miembros. Entre ellos hay sobre todo vecinos, jubilados, amas de casa, comerciales, compañeros de viaje o trabajo, desconocidos, conocidos, familiares y hasta amigos si bien estos últimos son una minoría.

Suelen atacar a cualquier hora del día y pueden llegar a interferir con la vida del afectado incluso a las 4 de la mañana. Actúan en los sitios más diversos, prefiriendo claramente la media distancia, o sea, no actúan ni a flor de piel compartiendo cama con la víctima ni a través de llamadas de larga distancia, aunque también se hayan dado casos de robo en la intimidad o con continentes y océanos por medio.

Si alguno de ellos nos coge por banda en una fiesta aburrida, en ese trecho desértico entre misa y comilona de cualquier celebración, en la sala de espera del dentista o haciendo cola delante de una taquilla, su delito –en otras circunstancias deleznable– se convierte en ‘pecata minuta’ y puede resultarnos hasta ameno comparándolo con el hastío que suelen producir los tiempos ‘muertos’ de este tipo.

¡No nos equivoquemos! Esos ladrones no se alimentan de carroña, es decir, el tiempo muerto por otros motivos que no sea su propia intervención, apenas les sabe a nada. El aderezo de su disfrute, la guinda sobre su pastel es el nerviosismo ‘in crescendo’ del agredido; las miradas, furtivas primero y descaradas después, que este dirige al reloj del móvil, de pulsera, de pared o de la estación de trenes; las medias frases de despedida que la víctima masculla, corta y acaba por comerse, y que el agresor ahoga hábilmente en una nueva cascada verbal; el manoseo de un bolígrafo, de las llaves o del teclado del portátil, cada vez más errático e iracundo; finalmente ese sudor frío que brota en la frente de quien esté aprisionado entre barandilla y pared, ascensor y portal, alargando inútilmente el cuello para encontrar el camino de liberarse del ladrón de tiempo que está desvencijando su día, llevándose sus pausas, descansos, ratos libres y momentos de paz y tranquilidad.

Y no, no hay cura ni remedio ni prevención que no esté recogido en el Código Penal. ¿Cómo apartar de un empujón a Doña Rosa que te está mostrando las fotografías –todas– de sus siete nietos? ¿Qué justificación puede haber para apuntar con una maceta al cogote del amable vecino de abajo cuya charla matutina te coge en albornoz y en la terraza y te obliga a adoptar posturas de contorsionista?

¡Confórmense pues y sufran lo menos posible! No levanten la voz ni –mucho menos– la mano… Simplemente aprendan a vivir con las sanguijuelas cronológicas, con esa tribu de vampiros horarios, y no malgasten ni un nanosegundo del valioso tiempo que dejan a nuestra libre disposición cuando se marchan corriendo porque tienen algo urgente que hacer.

 

Dorotea Fulde Benke
Blog de la autora

Jinete negro, Por Salvador Pliego

 

Sobre la tierra se prende un jinete que corre.
La luna desata sus manos y enseña navajas
al estruendo de un duro galope.

El berrido de sombras se desplaza para no desbocarse,
y las amarras sujetan al corcel que se enfila en recta
hacia la perene hondonada.

Un relincho asecha a la noche.
Sobre la montura, un crespón se levanta en bandera,
y el polvo olfatea el abismo
que al caballo le jala y alcanza.

En el aire, las herraduras se crispan
y caen como galopes en llamas,
cuando, desde la noche, la luna desata sus manos
y, mostrando navajas, al jinete le abrazan… redoblando su marcha.

 

Salvador Pliego
Blog del Autor

Agradecimiento. Por Fátima Ricón Silva

Fátima Ricón Silva

Únicamente expresar mi agradecimiento más sincero y lleno de sentimientos de afecto y gratitud.
El apoyo, la solidaridad, la cooperación mediata, el impulso que otorgáis a los autores noveles es incalculable, importante y significativo. El fomento de la literatura en todas sus versiones, la poesía, narrativa, a través de las publicaciones en el blog, los certámenes y los concursos, los colaboradores ……, por todo ello gracias.

En mi caso personal fue una sorpresa grata y maravillosa el hecho de que por motivo de una invitación mía dirigida hacía vosotros, respecto a la presentación de mi segunda novela titulada Un fin de…, por motu propio, incluisteis un post en el blog invitando a todos a la presentación.

Y además se desprende de vuestro saber hacer el cariño y la ilusión.
Muchas gracias.

Fátima Ricón Silva

El ritual. Por Mª Dolores Moya Gómez

 

– ¿Cómo dices que se llama tu nuevo amigo? – pregunta Emiliano a Miguel, su nieto.
– Abu, recuerda que me lo prometiste.
– Tranquilo, pequeño.
– Se llama Dani, ¡y mira qué gorra más chula le he dejado!
– ¡Dani!, bonito nombre. Será mejor que le tapemos los ojos…
Emiliano saca un largo pañuelo negro de un bolsillo de su gabardina, envuelve con él la cabeza de Dani con ímpetu, tapándole los ojos por completo. A continuación se sitúa frente a él, le hace una reverencia y exclama, con una amplia sonrisa sarcástica:
– ¡Bien, Dani!, ¡encantado de haberte conocido!, ¿un apretón de manos?
Emiliano aprieta con mucha fuerza el brazo derecho de Dani; Miguel, enfadado, recrimina a su abuelo:
– ¡No tiene ninguna gracia!, ¡eres un mentiroso!, ¡ya vale!
Haciendo oídos sordos, Emiliano, que sigue delante de Dani con gesto de ira, le da una patada salvaje.
– ¡Abu, por favor, para! – suplica Miguel, sollozando.
Emiliano busca algo a su alrededor con la mirada, quieto, con el ceño fruncido; unos instantes después, como si le hubiera dado un espasmo, se dirige acelerado hacia el cobertizo, del que aparece con un hacha oxidada. Camina hacia Dani, se acerca despacio, amenazante. Coge fuerte el hacha con ambas manos, elevándolas por encima de su hombro derecho. Emiliano lanza un agudo gruñido, dirige el hacha hacia Dani con decisión, pero se detiene en seco al escuchar a su nieto gritar:
– ¡Como sigas destrozando mi muñeco de nieve me chivaré a papá y vendrán esos hombres a llevarte otra vez a ese sitio que te pone tan triste!
Emiliano, cambiando por completo su expresión, deja el hacha en el suelo, se acerca a su nieto, le sonríe y le acaricia el pelo. Le propone con mucha ternura:
– ¿Nos vamos a ese parque de juegos que tanto te gusta?
Mientras se alejan, Emiliano vuelve la mirada hacia Dani, el muñeco de nieve, al que imagina partido en dos sobre un gran charco de sangre.

 

Dolores Moya Gómez

Hilo de oro. Por Eloy Sánchez Rosillo

Une entre sí la luz todas las cosas
con un hilo de oro.
Y a mí mismo me incluye;
me toma alegremente cada día
y me hilvana con ellas.
Lo puede ver cualquiera que se quede
de vez en cuando a solas
y con sosiego mire:
no es el aire, es la luz la que nos suma
a todos con el todo.
El árbol me conoce,
saben de mí la nube y la montaña,
el gorrión, septiembre.
Y yo los reconozco emocionado,
y los dice mi boca.
Formo parte del mundo y estoy vivo.
Soy uno más, por suerte,
en la gran cofradía de la luz.

Eloy Sánchez Rosillo

Página dedicada al autor en Canal Literartura