Al tocar tu cabellera. Por Salvador Pliego

Así me dijeras que son caireles,
o son rizos bermejos, o tu cabellera es lacia
y acompasada de una alegría pequeña,
o es un noviembre nuevo entre los cantos de diciembre;
así nuevamente me dijeras
que por tu cabellera existe una avenida
donde mis manos ruedan
y fabrican bienvenidas doblemente tiernas
-triples son cuando la mueves-;
entonces no escapo:
yo mismo me hundo en sus olanes,
a esas formas inconclusas e inquietantes,
a esas rutas de vida y agonía
que prodigan sensaciones de batalla;
y son medallas, son ríos escarlatas,
son lunas verticales que resbalan por las yemas,
porque cada forma es metralla y esmeralda
jugándose el tacto y los sentidos,
porque de ella brotan tantos pensamientos,
tantas minas y alcatraces,
y se va inventando cada noche
en los pilares de colores,
en jornadas en que ambos nos tocamos;
y de nuevo pareciera
que es reciente acariciarte, es el inicio,
es la forma en que los dos nos descubrimos.
Entonces no me queda más que delinquir en tus pecados:
sacrificarte en el principio
de amanecernos mientras te amo.

Salvador Pliego
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