Me limpien el plato, por favor. Por Guillermo Rodríguez

Eugenia bate los huevos, echa el azúcar, vierte la leche en un cazo y pone las ralladuras de limón. Cuando está caliente mezcla el contenido del bol con el del cazo y remueve lentamente. Entonces añade el veneno.

Mientras las natillas se enfrían en la nevera, Eugenia hace limpieza por última vez. Le quita el polvo a las figurillas de porcelana, pasa la aspiradora y la fregona, e incluso limpia los cristales de las ventanas. Y todo mientras aguanta el terrible dolor en los dedos. Nunca fue guapa, por eso no sufre esa nostalgia que se tiene al perder la juventud, pero no puede soportar lo de sus manos; siempre le dijeron que las tenía bonitas, suaves y blancas, Antonio afirmaba que se había enamorado de ellas. Por eso odia verlas arrugadas, artríticas y encallecidas.

Después friega toda la vajilla y la encimera, incluso se detiene a desengrasar el horno.
Luego va al baño, donde se quita la faja y se pone uno de los pañales que sobraron cuando Antonio falleció y ya no fue necesario seguir cambiándoselos. Ni darle de comer por un tubo. Ni bañarlo una vez por semana.

Finalmente abre las ventanas, para que la casa no huela mal cuando la encuentren. Coge una cuchara y saca el plato de natillas de la nevera. Se sienta en el salón y enciende la tele. Sale el presentador que le dio la idea de las pastillas, las vendían como remedio para la artritis, pero mencionaron que había que tener cuidado con las sobredosis. Que simplemente te quedabas dormido y ya no despertabas. Eugenia ha estado reduciendo su dosis durante meses, aguantando el dolor, y por fin hoy ha tenido suficientes para molerlas y deshacerlas en su postre favorito.
Ha tomado precauciones para cuando pierda el control de sus esfínteres (ha oído que eso pasa cuando te mueres), y no tiene nada más que esperar de esta perra vida. Disfruta las natillas, como si fueran el manjar más precioso del mundo. Coge el papel y el lápiz que se había preparado, y se da cuenta que no tiene a quien dejarle una nota. Finalmente se le ocurre algo.
Cuando la policía la encuentra varios días después, descubren su última voluntad.

“Me limpien el plato, por favor”


Guillermo Rodríguez
Fotografía: David Luna
Proscritosblog

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