Los fieles servicios. Por Marcelo Galliano

-Te podés sentar, si querés.
Ordóñez lo tomó como una orden, una de las tantas órdenes cumplidas en tres décadas y media, y se fue acomodando lentamente en la silla, apoyando una mano en el escritorio, enfriándose la punta de los dedos en el vidrio de la superficie. Decenas, tal vez miles habían sido sus visitas a ese lugar que hoy lucía lento, aquietado, como si los muebles, los cuadros y hasta los relojes mantuvieran una rara expectación a la charla por suceder.
Don Alsina abrió la caja dejando escapar el olor a tabaco, ofreciendo sin hablar; Ordóñez negó con la cabeza y luego el propio Alsina tomó un puro y la cerró.
-Es por interés. Digo…, la silla, el cigarro que te ofrezco…, nada de esto es cordialidad, aunque así lo creas. Digamos que te vuelvo a necesitar una vez más, como en tantos años.
-Treinta cinco –murmuró Ordóñez, como iniciando un descargo.
-Treinta y cinco. Ni uno más, ni uno menos -agregó Alsina despuntado el cigarro y encendiéndolo, lanzando una bocanada agridulce y esperando la disipación del humo con paciencia, hasta que la cara inamovible de Ordóñez se volviera a descifrar tras la nube gris-. Te repito que esto no es una gentileza. Mi hija ya decidió, ya me hizo el pedido, pero no… yo no puedo…
-En cuanto a lo que pasó…
-No -interrumpió Alsina-. Mejor ahorrarse discursos, ¿no te parece?
-Pero quiero que sepa que el chico será castigado y…
-Sí, no tengo dudas. Tampoco dudo en que debés tener una justificación o algo de eso.
-Son jóvenes, y a esa edad uno confunde las cosas –dijo Ordóñez con voz turbia.
-Mi hija en cambio no se confunde, como dije, ya decidió. Pero a mí me es imposible cumplir con su deseo. Hablar de justicia por mano propia…
-Eso sería terrible.
-Terrible, y muy injusto por esta… llamemos relación laboral que nos ha unido a vos y a mí durante estos años.
-Estoy de acuerdo con usted, Don Alsina, además lo que sucedió no está claro…
-Pero mi hija lo tiene claro, muy en claro. Me habló de la arboleda, de la noche, de un forcejeo, me dijo que ella no dio motivos.
-Pero usted sabe, los chicos…
-No, yo no sé; ella es la que sabe -interrumpió Alsina-.
-Pero usted no puede tomar al pie de la letra…
-No, claro que no, y más que nada no puedo tomar al pie de la letra ese pedido. Imaginate, vos, tantos años a mis órdenes. Treinta y cinco dijimos, ¿no?
-Treinta y cinco –se apresuró a afirmar Ordóñez, ya algo inquieto
-Sería una locura pensar que yo… Por Dios, una locura. Aunque ella está convencida, me lo pidió sin vueltas y tuve que decirle que no, que eso no.
-Mi hijo es un buen chico, puedo asegurarlo -alegó Ordóñez con algo de agitación-. A veces comete errores, cosas de la edad.
-Mirá vos. Mi hija en cambio posee una rara madurez, una envidiable templaza que, creo, heredó de mí. Por eso no me extraña su seguridad en esto; aunque ya te dije que yo no estoy de acuerdo.
-No se arreglaría nada.
-No, por supuesto. Nada de esa ofensa quedaría saldada si yo ejerzo justicia por mi mano, ya lo dijimos: son treinta cinco años, una vida casi.
-Casi.
-Una vida a mis órdenes -completó Alsina abriendo uno de los cajones del escritorio-, demasiado como para que yo…
-Su hija va a entender… con el tiempo…
-No, ya te dije, está muy decidida, al extremo de llegar a pedirme eso a mí -respondió Don Alsina sacando, lentamente, un arma del cajón, revisándola con minuciosidad.
-Pero usted…
-No, quedate tranquilo, para mí es imposible por todo lo que acabamos de decir –se apresuró a agregar Alsina tomando el arma del caño y ofreciéndosela.
-Treinta cinco años –dijo Ordóñez comenzando a temblar.
-Sí, claro, lo que ya sabemos, yo no puedo hacer justicia con tu hijo, por lo nuestro –dijo mientras con la cabeza le indicaba tomar el arma-. Treinta cinco años, una vida casi cumpliendo órdenes para mí. Ella tendrá que entender que yo no puedo. Con tu hijo no puedo… -completó Don Alsina, observando, impertérritamente, la mano temblorosa de Ordóñez que tomaba el arma, que aceptaba tácitamente la difícil orden por cumplir.

Asociación Canal Literatura
Marcelo Galliano
Argentina

Marcar el enlace permanente.

2 comentarios

  1. La vieja tragedia: Jehov

  2. Bien llevado el suspenso, Marcelo, hasta llegar a «la obediencia debida».
    Te mando un abrazo
    Betty

No se admiten más comentarios