Quien maldice la vida, justifica,
que llegó al domicilio de la muerte;
amparado en su triste mala suerte
no se ocupa en pensar, no se complica.
Somos dueños de un alma libre y rica
que aunque nace en lo débil, muere fuerte;
solo a veces, no siempre, nos revierte
redención, la oración que la suplica.
Es tan fácil vivir, que nos parece
lo sencillo, imposible, por sencillo;
lo que no cuesta esfuerzo no merece
ni el espacio que ocupa en nuestro hatillo;
a menudo es el hombre quien se ofrece
para ser quien destruya su castillo.