Quisiera no tener palabras para contarlo,
ni verlo o sentir que la pena es tan inmensa
como la mirada de su padre hacia ella.
Su madre, de pie, ausente y fría.
Él está sentado en su banco de madera,
con lágrimas en los ojos, mirando al frente,
un día tras otro, nunca falta:
fieles a su niña, al dolor y a la pena.
Me acerqué para saludar, besos en mi mejilla,
y yo, sin querer consolar donde no hay vida.
La calle siempre está habitada, a la misma hora,
él con las manos apretadas, cabizbajo me mira.
Y así todas las tardes, la gente del pueblo hablan,
callan, recuerdan pero no olvidan.
Y los ven allí rezando para ella
una oración de súplica, amor y bendición.
Pero la calle número siete es especial,
triste recuerdo y hastío , donde los padres
van al cementerio, para ver a su hija,
como si fuera, la hora de la visita.