Te busqué desde el alma y desde el cuerpo,
¡amigo mío íntimo de sangre!,
quimera en calma, beso firme, huerto
para saciar mi hambre.
Mirándonos en mares trans-humanos
sangrados por la guerra y por el duelo
recogimos la sal hecha de lágrimas
vertida por tu suelo.
Mi corazón sagaz, como granada en fruto
se puso a aletear entre tus labios
y el lirio enhiesto y grácil de tu estampa
desmayó mi regazo.
Agosté tus cascadas varoniles
que surgieron por entre mis paredes;
vivimos el milagro de los panes
cuando echaste las redes.
A tu cuerpo llegué como se llega
al lugar del origen de lo propio;
de tu cuerpo marché llena de vida,
llena de luz y oro.
Hermano, amigo, amor: te doy las gracias
por darme tu cobijo y tu ternura.
Has de saber que el tálamo de amores
por ti fue cuna
de alegrías, de risas y de encuentros
que nos pertenecieron frente al mundo.
Y el bien, que fue tu principal regalo,
me está marcando el rumbo.
Por tu encuentro me siento más serena,
menos condicionada, más humana.
El amor está ahí, está acechando:
El milagro está aquí:
¡¡y es esperanza!!