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14- Beethoven, cuarteto para una melancolía. Por Uno más

Beethoven, la música ha terminado más no la noche.
Afuera es invierno como el simple rostro de los aldeanos,
el concierto que intenta el olvido,
la danza que hace interminable el canto de Dios.
Poco importa el vino amargo en esta mesa
las tibias oraciones que revelan el idioma antiguo de los viajeros,
la soledad, el gesto inmóvil de la noche acariciando el sueño del ángel.
Nada cambiará nuestros días,
también tú has buscado la tranquila luz en el silencio áspero
de estas manos, los desnudos cánticos inmisericordes del tiempo.
Soy el tonto, el que escucho tarde tu llamado
aquel oscuro rumor distante de palabras
que se repiten y repiten en un cuarteto de melancolías.
No vuelvas a las sombras de estas noches que te niegan,
a los invisibles músicos deseosos del milagro,
a la rara castidad de aquella mujer que ha muerto.
En el amanecer oiremos huir a los amantes,
comeremos del viejo pan oculto para sus ojos,
creeremos en las muchachas que señalaron alguna vez lo desconocido.
¿Quién se ha deslizado hacia ti en la hora más difícil
del crepúsculo?
¿Quién soñó cubrirte de hojas húmedas e inevitables baladas?
Todo es el comienzo, ignorar el amor como alguna vez ignoraste
la luz bajo estas cuartillas, el beso del amante hundiéndose
en la lentitud de las sombras.
Es la noche, como alguna vez fue la tibieza de lo desconocido,
el hechizo que alguna soledad tocara sobre la profecía del corazón.
Mira el fuego, su oscuro brillo dormido en las aguas
la melodía que es un instante convoca su blancura,
aquella música lejana, suave, tenaz como el perfume de la infancia.
Mira las polvorientas estatuas del tiempo que nada puede interrogarlas
y pregunta por los hombres que lloran deshechos
contra el sombrío imperio de la noche.
Sordo, sordo yo también he visto partir a los extraños,
detenerse en un instante, escribir para ti páginas nocturnas,
humildes palabras que solo el viento arrastra,
entre la incertidumbre de esas viejas ruinas. 
No duermas, afuera nieva y es esta nieve de París
la que ciega a los aldeanos, sus afiebrados cantos,
la fingida desnudez que nace de estas manos.
Háblame por favor, antes que la noche acabe
O también mis huellas se alejarán en la nevasca hacia el silencio.

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