Ya eran más de las nueve y salió a toda prisa de casa, cuando atravesaba la calle a toda prisa y se volvió a cruzar con aquella chica, no era guapa ni fea sino más bien resultona como se suele decir. Pero lo que le vino a la mente no fue la belleza o no de aquella chica morena y risueña sino la rutina, aquello no era sino otro día igual, ya no sabía si hoy, ayer o quizás pasado mañana. A sus veinticinco años, la vida de León estaba inmersa en la rutina pero el problema es que no se observaba un futuro nada prometedor, pese a su nombre todo se debía a su cobardía. Al doblar la esquina a toda prisa, un choque contra el carrito de la compra de una señora le saco de sus pensamientos, mientras la mujer no paraba de gritarle, León empezó a correr detrás del autobús.
El reloj ya marcaba las nueve y media cuando entró silenciosamente a la sala de doctorandos, con un poco de suerte nadie se daría cuenta de su retraso. Se encontraba aún encendiendo su portátil cuando oyó la puerta chirriar al abrirse, su corazón se paró durante unos segundos, giró levemente la cabeza y contempló con alivio que se trataba de Juan, otro de los becarios, que entraba con un café.
-¿Qué tal hombre? ¿Cómo estamos?- Le preguntó con su característico acento catalán.-Ya pensaba que no venías.
-Ya ves, que se me han pegado las sábanas, como siempre.
-Pues anda “la Lola” preguntando por ti, anda cabreada porque no ayer no has venido y que no entregaste no se qué datos. Deberías ir a verla de verdad, la he notado muy tensa.
Cuando hablaba, Juan siempre le estresaba aún más, no sabía si era su acento o el dramatismo con el que explicaba las cosas, pero lo cierto es que “la Lola” le daba ahora aún más miedo. “La Lola” no era sino la prestigiosa Doctora María Dolores García, su flamante directora de proyecto y el origen de sus pesadillas.
En un principio su relación era bastante buena, León por primera vez en muchos años pensó que quizás no era cierto que se hubiera equivocado de carrera y de mundo, las líneas de investigación que le proponía eran muy interesantes y él estaba muy ilusionado. Todas aquellas ilusiones desaparecieron una vez que comenzó a trabajar con ella, la Doctora García era una mujer mayor y con muchas manías, lo que hacía un infierno el trabajar con ella.
-Pero si ella sabía de sobra que ayer no venía, se lo había dicho hace más de un mes. Bff que miedo me da esa mujer.
-Bueno tío, no te preocupes tú sólo tienes que cogerle la media.- Tras decir esto Juan acabó su café de un sorbo y salió de nuevo de la sala.
León estaba confuso, dándole vueltas a lo que se refería Juan con eso de “cogerle la media”, siempre utilizaba esas expresiones que nunca le había oído a nadie más que a él.
La puerta volvió a chirriar y Juan se volvió de golpe, era César otro de los becarios, era la segunda persona del mundo que menos le apetecía ver en ese momento. César era el ojito derecho de la Doctora García, una cosa eran los aduladores y luego estaba él, en apenas 2 años de trabajo juntos había conseguido adoptar todas las muletillas más utilizadas por la Doctora por lo que en ocasiones no sabías si hablabas con “la Lola” o con su joven sirviente.
-León, me parece una falta de seriedad que hayas llegado tan tarde.
-Ya ves César, el autobús se retrasó y anoche había llegado tarde de viaje.- León odiaba disculparse ante él, pero su cobardía le impedía cara, ni siquiera a él.
-Pues a ver si nos aplicamos, ya me ha dicho Lola que la vayas a ver, si es que tenemos muchas historias como para andar perdiendo el tiempo.
Antes de que León pudiera responderle, César abandonó la sala con un sonoro portazo, la sangre le hervía y tenía ganas de decirle mil cosas, pero no tenía valor. Había meditado mucho acerca de este asunto, llegando a pensar incluso en una cobardía patológica, ya no era solamente enfrentarse a las personas sino a las situaciones. Hacía tiempo que se había dado cuenta que no le gustaba la carrera que estudiaba pero tenía miedo abandonarla, dejarlo todo y empezar de cero. Al empezar a trabajar en el proyecto le sucedió algo parecido, tras unos meses trabajando con la Doctora García, había decidido dejarle claro que no pensaba trabajar más en esas condiciones y que si su relación no mejoraba se buscaría a otra directora para su tesis, por supuesto dicha conversación nunca se produjo. Pensaba si el destino se había burlado de él, si en el momento en que sus le llamaron León, alguien decidió que estaba destinado a ser un cobarde, como el león de “El Mago de Oz” quizás debiera emprender un viaje en busca de su valor. Un nuevo chirrido de la puerta, le trajo de vuelta de sus pensamientos.
-Vámonos a tomar algo, que me ha entrado el hambre de tanto trabajar.- Le gritó Juan mientras se apoyaba en el marco.
León observó a Juan durante un instante, él sí que se lo había montado bien, su director era la persona más amable y comprensiva del departamento y Juan trabajaba sin preocupaciones, quizás esa era la razón por la cual canalizaba el estrés y lo focalizaba en los problemas del resto.
-Si anda vamos, necesito reponer energías antes de hablar con esa arpía.
-¡Y que lo digas! ¿Te he contado ya la qué le ha montado esta mañana a la señora de la limpieza?
La mirada de León estaba fija en un punto mientras avanzaban por el pasillo, era el despacho de la Doctora García, aquella puerta, siempre cerrada. Con el paso del tiempo León había entrenado a su subconsciente para fijarse desde la distancia en la cerradura comprobando si estaba abierta o cerrada, así podría ponerse en alerta cuando pasaba por delante, sin que “la Lola” saliera del despacho sin previo aviso, afortunadamente estaba cerrada.
Mientras se tomaban el café, León observaba pensativo a todos aquellos jóvenes estudiantes, más preocupados en ligar y “hacer pellas” que en estudiar, cuanto les envidiaba, él había sido uno de ellos y en ese punto había comenzado a acobardarse, a dejar que las decisiones llegaran en lugar de aprender a tomarlas.
Había perdido a Juan de vista, le buscó con la mirada y no le encontró, pero sí que vio a Susana. Ella era lo único que realmente le gustaba de la Universidad, guapa, inteligente, simpática…era la única que le comprendía, pero en todo aquel tiempo no se había atrevido ni a invitarla a tomar una cerveza.
-Oye León, ahí está la Susana, ¿qué ya la has invitado a tomar algo? Esa chica bebe por tus huesos.- Le dijo Juan que había vuelto a aparecer delante suyo.
-No estoy seguro, tengo miedo que me rechace y además ahora estoy preocupado por otras cosas.- Respondió León de una manera brusca.
-Bueno tío no te pongas así, ahora subes, aguantas la bronca de “la Lola” y luego invitas a salir a la Susana, así te animas. Bueno me tengo que ir, que tengo que ir al gimnasio, si pregunta mi director por mí díselo, ya me llamarás para ver qué tal ha ido.
Juan se marchó y León se quedó allí solo, alargando el café lo máximo posible, esperando que cuando subiera la Doctora García ya se hubiera marchado para casa. De repente dejó el café en la barra y se dirigió veloz al ascensor, acababa de decidir que se había acabado eso de ser “León el cobarde”, había llegado la hora echarle valor, y lo primero era hablar seriamente con la Doctora García.
Cuando se encontraba en la puerta del despacho, aún dudando si entrar o no, pensando en cómo abordar a aquella terrible mujer, oyó voces en el interior y el pomo de la puerta comenzó a girarse, León se puso en guardia. Entonces escuchó la voz de César:
-Muchísimas gracias Lola, que pases un buen fin de semana.- César miró a León con desprecio y añadió.- Está León aquí esperando para verte, al final ha llegado a tiempo antes de que te fueras, ¿le digo que pase?
Una voz en el interior asintió y León entró en el despacho cabizbajo.
Aquella conversación lo había cambiado todo, León por fin le había dicho a aquella mujer, lo que pensaba, que estaba harto de cómo le trataba, que él era muy capaz y no debía ocuparse tan solo del trabajo sucio, que tenía derecho a aplicar sus propios enfoques al proyecto…eso era lo que a León le hubiera gustado decir, lo que le gustaría que hubiera pasado, pero no la realidad.
La conversación había comenzado justo como León había planeado, pero en el momento en que la Doctora García había tomado la palabra, las cosas se habían torcido. Ella había desechado todo el trabajo que León había hecho el último mes pues consideraba que no había seguido sus indicaciones y ella no estaba dispuesta a aceptar sus enfoques, y si no le entregaba los resultados como ella quería en una semana tendría serios problemas para seguir adelante con su tesis. León no había sabido reaccionar, todas las contestaciones que había pensado para enfrentarse a ella se negaban a salir de su boca y no hacía más que asentir como un idiota. El León cobarde había vuelto a triunfar, pero no todo estaba perdido, invitaría a salir a Susana y al menos eso le ayudaría a moralizarse ante una semana que se le antojaba dura.
Cuando abrió la puerta del despacho Susana seguía allí, al percatarse de su presencia se giró y le miró con sus ojos color celeste.
-Hola León, ¿qué tal estás? Antes te he saludado en la cafetería, pero no me has visto.
-Oh, no te vi, lo siento, es que tenía que presentarle una cosa a “Lola” y estaba un poco nervioso, ya sabes cómo es.- Su voz sonó un poco entrecortada, no sabía cómo romper el hielo e invitarla a salir.
-Vaya ¿y ha ido todo bien? César me ha dicho que estaba un poco disgustada contigo.
-Eh bueno…- Balbuceó León.- Por cierto, ¿ya se han marchado todos?
-Sí, cuando llegué no quedaba nadie y bueno me he quedado a esperarte porque no tenía llave para cerrar.- Susana le sonrió y luego añadió.- Y para despedirme de ti.
Si cuando llegó no había nadie, tenía que tener las llaves para abrir por lo que sin duda le estaba esperando, León buscó algo de valor, tenía que invitarla a salir, era el momento.
-Bueno…yo me quedaré aquí un rato, tengo mucho trabajo que hacer para este fin de semana. Pásatelo bien y nos vemos el lunes.- Contestó León, la cobardía le había jugado otra mala pasada.
-Bueno, pues que trabajes bien. Hasta luego.- Respondió Susana visiblemente decepcionada y luego esbozó una sonrisa forzada.
Susana ya estaba a punto de salir por la puerta cuando León reunió su valor y la llamó.
-Susana espera.- Corriendo se dirigió a la puerta y cogió a la chica por su brazo.
-¿Querías algo León?- Le preguntó sorprendida mirándole con sus enormes ojos celestes.
-¿Te acuerdas de aquel libro que me dijiste que me podía ayudar con el proyecto? ¿Podrías traérmelo el lunes?- Respondió León balbuceante y temblando.
-Sí León, te lo traigo. Bueno te dejo que tengo prisa.- Contestó Susana de forma brusca y cortante.
Cuando la puerta se cerró, León se quedó allí de pie, parado, pensando. León el cobarde, ese era él, quien había sido y quien seguiría siendo, pensó en salir corriendo detrás de Susana y besarla, aquello que había deseado durante tanto tiempo, pero rápidamente desecho la idea, en definitiva no tenía valor, era un cobarde.