VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

16- En el cielo también hay coches. Por Dr. Esperanza

                  -Por favor -dijo la madre llorosa-. ¿Le puede pasar este cochecito a mi hijo?

                La enfermera se quedó parada. Nunca nadie le había pedido ese encargo. Era sabido que no se podía ingresar ningún objeto a la Sala de los enfermos aislados. Estaba indicado con enormes carteles colocados en las puertas de acceso y paredes.

                Sin embargo, los ojos de la enfermera percibieron una luz sublime en las pupilas de la madre del niño enfermo. “¿Qué de malo tiene que se lo pase?”, se preguntó. El semblante angustiado y los ojos llenos de amor de la enjuta madre, calaron en el corazón de la enfermera.

                -Un momento, se lo preguntaré al Doctor –dijo, no muy convencida de que lo consintiera.

                En la Sala de Aislados se encontraba el Doctor García, haciendo los preparativos para realizar una transfusión de sangre. El niño padecía leucemia infantil. Sonó el interfono y el Doctor se acercó a la puerta acristalada.  La enfermera le enseñó el cochecito rojo de plástico a través del cristal. Se miraron. “Pero lávalo y desinféctalo a conciencia” dijo el facultativo, moviendo la cabeza admitiendo que lo había convencido a transgredir la norma.

                -Manolito, mira lo que te ha traído tu madre… ¡un coche flamante! –intentó animar el médico al pálido niño.

                Manolito intentó sonreír, pero se contuvo. Quería evitar que sus agrietados labios sangraran. Cogió el cochecito y lo miró por los cuatros costados.

                -Es el que siempre me ha gustado –susurró, rodando una lenta lágrima por su anémica mejilla.

                -Por qué lloras, ¿acaso no te gusta? –preguntó el Doctor.

                -Me gusta…-dijo con una vocecita apagada-. Pero es que no quiero que mis padres gasten dinero.

                Ante la respuesta, el médico se conmovió

                -Pero si es de plástico; no es caro.

                -Es que mi hermano quiere entrar a la Universidad; mi padre no tiene dinero para la matrícula –justificó el niño.               

                Y así era.

                Manolito había oído decir a sus padres que faltaban unos pocos euros para completar la cantidad requerida, y no quería regalitos ni chucherías; quería ayudar a su hermano mayor para que pudiera entrar en la Universidad.

              El Doctor, al oír la aclaración de Manolito, quedó impresionado con su madurez. No era la primera vez que en esa Unidad algún niño desahuciado enunciaba frases cargadas de sabiduría y cordura. ¿A menudo una muerte inminente encierra, sin saberlo, expresiones resignadas? La muerte para los niños es un barco que zozobra,  y para los viejos una playa tranquila.

              El Doctor García, quiso insistir en quitarle de la cabeza ese pensamiento negativo:

-Manolito, tus padres se pondrán contentos, ya lo verás –dijo con su mejor tono de voz-. Les diré que el coche te ha gustado mucho.

             Manolito miró al médico con sus grandes ojos consumidos:

-¿En el cielo hay coches?

Se hizo un silencio tenso.

-¿Por qué me preguntas eso?

-La enfermera ha dicho que en el cielo hay muchos juguetes –dijo el niño.

-¿Eso te dijo? –preguntó el médico, aguantando el gesto de agrado.

-Sí, se lo pregunté ayer.

El médico contuvo el aliento. Intuía lo que vendría después.

Manolito no volvió a ver la luz del día siguiente.

          Tampoco el Doctor García volvió al Servicio de Hematología. Renunció. Se cansó de pedir “¡ojalá viva un día más!” Se reveló; no comprendía por qué a esos niños no se les daba alguna remota oportunidad para vivir. Actualmente pasa consulta en un Hospital Geriátrico. Cuando se marchó de aquella Unidad de Enfermos Aislados, se rumoreó que no pudo soportar más muertes de niños desahuciados. Le habían oído comentar repetidas veces que era más fácil ver morir a viejos, pues aprenden a esconder sus penas y fracasos; la vejez endurece el corazón.

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