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275- Gatos en la casa. Por El héroe de las mil caras

Con el tiempo terminaron por mudarse a una misma casa. Primero fue algo espontáneo, ni siquiera lo hablaron. Simplemente cuando llegaba el final del día y era hora de irse cada cual por su lado, se hacía difícil y se la pasaban inventando algo más para hacer o buscaban un pretexto cualquiera, al que no se ponían reparos, para no separarse: ya es muy tarde, estamos más cerca de mi casa, es mejor no estudiar a solas hoy, y frases por el estilo. Hasta que un día ya era casi oficial que lo habían hecho. No hubo un momento determinado de llevar ropa y demás, todo se hizo increíblemente gradual, sin explicaciones.

En las noches siguieron durmiendo en la misma cama, aunque hubieran dos, y pasado el rato sin confesarse nada comenzaban una vez más la unión por un roce en la espalda o una caricia en el abdomen, nunca llegar a otras zonas donde la duda pudiera quedar eliminada, ni siquiera a los labios. Era el único modo inconfeso en que podían mantener aquello que tenían, soportando por separado la presión que significaba haber elegido mantener la seguridad de lo que aún no se ha dicho, por no perder lo que se tiene, y como todo marchaba con una apariencia estupenda no había por qué andar cambiando lo que sucedía con una conversación y un potencial cambio de nombre a lo que tenían.

Por la noche, después de la facultad, Dione se sentaba a pasar las clases para luego imprimirlas. Decía que era su manera más eficiente de estudiar. Amelia prefería leer un poco o escuchar música hasta que les entrara hambre y fuera hora de ponerse a cocinar o de salir a comprar algo. Casi invariablemente el gato sucio y flaco que se colaba en la casa iba a acurrucarse junto a Amelia que pasaba mucho tiempo sin moverse, perdida en la música o en lo que leía. Eran un cuadro imponente, aquel animal huérfano y ella tan huérfana como él en aquella sala, esperando siempre la tormenta final, con el susto en la boca, temiendo que su pasado la cazara, que sus vecinos le mataran las esperanzas como le habían matado la madre a este gato. La última ocurrencia de los vecinos, matar el aburrimiento que tenían mediante cualquier otra cosa que se les antojara desajustada en esta realidad horrorosa que les había tocado vivir. La felicidad del gato y la suya eran casi ofensivas para ellos. Quizás el gato sabía que ésta era la única casa en la que podía colarse sin riesgos, sabía que allí había otro gato esperando el palazo y se le unía.

El gato a veces se da paseos por la casa y va a sentarse en el regazo de Dione. Son las mismas veces en que Amelia está pensando en ella. El gato siempre parece adivinarla. Este animal que se mueve con su forma inusitada de rareza, casi de otra parte, otro mundo, un animal que vive más allá del más acá que, por lo general, habitamos. El gato mira las manos de Dione desplazarse por el teclado y de vez en vez le lanza un gemido que ella responde con un beso y un resquebrajado ronroneo que es el único que puede imitar y él comienza a dormitar sin lograrlo del todo, a pesar del sueño. Se siente mimado y protegido y quizás por eso comienza a gemir, lo hace cada vez con más desesperación reclamando las miradas de Dione a la que no se le ocurre nada para calmarlo, lo abraza, lo acaricia y a veces hasta lo muerde. Dione deja que se escuche algo de música y logra que el animalejo se duerma.

Luego de un par de canciones, el gato vuelve a despertar y comienza a hacer gala de creerse, siquiera por unos instantes, nuevo inquilino permanente del hogar y de modoso y tranquilo pasa a arañarle los muslos a Dione que a pesar del frío, y ahora de las uñas, no los había cubierto con pantalones. El bicho confianzudo se trepa para jugar con el remolino de pelo rizo que cae por la espalda de Dione, hasta que ella lo mira rogando una tregua que le permita continuar pasando las clases. El gato vuelve a sentarse a observar lo que hace Dione. Golpear unos cuadraditos sin orden o sentido aparente, y podría decirse que el animalejo se divierte hasta el punto de querer incluir una pata o dos para auxiliar en la tarea. Aunque Dione teclee las clases en verdad escribe una despedida mental. Se dice que va a hablarlo todo luego de la cena, mientras piensa que es bien posible que al amanecer desaparezcan ante ella sus dos gatos huérfanos.