- 7 Certamen de Narrativa Breve 2010 - https://www.canal-literatura.com/7certamen -

269- La elocuencia de los batracios. Por Ambrose Bierce

“Adán, no abras esa bocaza de sapo
si no tienes nada inteligente que decir”
Génesis 1, 12

Las ranas se la tienen jurada a Pitágoras y Aristóteles. Permíteme que te lo explique. Cuando los Dioses crearon el mundo y a todas sus criaturas, otorgaron a cada una de ellas una virtud y, para compensar, un defecto. Así, a los batracios les fue concedido el don de la sabiduría aunque a cambio deberían arrastrarse sobre sus vientres incitando así el desprecio del resto de los seres de la creación. Al hombre, por otro lado, le beneficiaron con la capacidad de interpretar los sueños pero le perjudicaron con el pecado de la envidia.

            Ranas, sapos, tritones, salamandras y cecilias se congregaban en multitudinarias asambleas donde se discutía sobre retórica, poética o filosofía mientras que renacuajos y demás larvas escuchaban con atención las sabias enseñanzas de sus progenitores.

            Una noche, un hombre tuvo un extraño sueño en el que un orondo comensal se desayunaba un plato de deliciosas ancas de rana. Todos los humanos estuvieron de acuerdo: aquello significaba que los hombres eran, después de los dioses,  los seres más importantes del universo y por tanto les correspondía considerarse en todo momento superiores a los batracios.

Siendo de esta manera, los hombres no tardaron en plantear sus quejas a los Dioses, argumentado cuan injusto era que unas entidades rastreras y despreciables fuesen más inteligentes que ellos, quienes, por derecho propio, se encontraban en la cumbre de la creación.

            Para resolver la disputa, decidieron los Dioses que las ranas no podrían hablar mientras un ser humano permaneciese despierto. Y desde entonces, las ranas y sus congéneres se entregaban a sus discursos y razonamientos durante la noche, mientras los hombres soñaban. Más cuando el primero de estos se despertaba, el único sonido que aquellas podrían articular sería un ronco y quejumbroso croar. La luz del día quedó entonces reservada a los hombres y los batracios vieron postergadas sus reuniones a la oscuridad de la noche.

            Así sucedió durante muchos años, mientras perduró la creencia de que la Tierra era plana. Más el hombre, envidioso como era por naturaleza, no cesó hasta privar a estos animales de su don más preciado. Dos aprendices de sabio, conocidos entre sus semejantes como Pitágoras y Aristóteles, convencieron al resto de criaturas de que el mundo que habitaban era redondo como una pelota de tenis. Bueno, en realidad, redondo como  una naranja, puesto que todavía no se había inventado aquel deporte.

¡Ay, amigo! Esto tuvo funestas consecuencias para los desdichados anfibios, porque siendo de esta forma tan peculiar, mientras en una cara del planeta reinaba la oscuridad de la noche y los hombres permanecían dormidos, en la mitad opuesta lucía la luz del sol y los humanos continuaban en vigilia. Por esta circunstancia, siempre existía alguna persona despierta sobre la faz de la Tierra, así que, siguiendo el mandato de los Dioses, las ranas nunca más pudieron articular palabra alguna.

Desde entonces, los infortunados anfibios se esfuerzan por transmitir su sabiduría mediante una cacofonía de gemidos, amparados en las sombras de la noche, cuando su mayor enemigo se abandona a la inconsciencia del sueño nocturno.

            Así ha sido hasta nuestros días. Sólo un cataclismo que devuelva su forma original a la Tierra o apague definitivamente el sol sumiendo a la humanidad en una noche interminable devolverá a los anfibios su capacidad de diálogo. Muchos humanos creen que así seguirá siendo por toda la eternidad. Pero yo te aseguro que ese momento redentor llegará más pronto que tarde.

Por cierto, disculpa mi descortesía. Ahora que acaba este relato compruebo que ni siquiera me he presentado. Mi nombre es Agatocles y soy ranador, de la estirpe de los batracios cuyo oficio es relatar el modo y la manera en que ha sucedido una historia o un suceso. Esta historia no contiene una moraleja, aunque sí una advertencia. Uno de vosotros afirmó que toda la vida es sueño. Puedo asegurarte que todo esto que acabas de escuchar no es más que un sueño y, por tanto, si has seguido con atención mi relato, eso significa que estas dormido. Y muy pronto (sí, muy pronto) todos los de tu especie os sumiréis en un sueño eterno. Ya lo dijo otro de vuestros semejantes. Ramón creo que le llamábais. ¡Croac, croac!