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265- La Marioneta. Por Il Signore

Sin importar cómo se le considere, es nuestra propia imagen la que se arrastra por el suelo o escala las paredes, es un reflejo permanente, incluso cuando se agiganta en la noche hasta cubrirnos casi totalmente.
La sombra es un elemento más de nuestro cuerpo y deshacerse de ella sería el equivalente a desligarnos de nuestra memoria. Fue por eso que cuando Julio me contó que planeaba eliminar a su sombra, una algazara explotó en mí ante su extraña ocurrencia. Él no me escuchaba, ni siquiera me dispensaba una mínima atención, sólo desarrollaba un soliloquio explicando su inusitado plan, con tal vehemencia que empecé a considerarlo con seriedad. Creía que su sombra había estado adquiriendo conciencia propia y aunque no tenía pruebas de tal hecho, no podía quitar de su mente la idea de que “ella” estaba planeando algo en la penumbra cuando él no podía verla.
Su plan consistía en el uso de antiguos rituales mágicos que le permitirían, al agudizar su grado de percepción de la realidad, interactuar con su sombra.
Luego pensaba destruirla con un haz de luz cual si fuera éste una espada.
– ¿Y en caso de de fracasar? Tuve que preguntarle, absorbido por su fantasmagórica idea de una sombra con conciencia – Habrá aprendido a respetarme. Respondió con impertérrita seguridad.

Al parecer se encontraba influenciado por un viejo brujo que había conocido en un viaje a Brasil, quien le había explicado que muchos hombres sabios habían discutido o luchado con sus sombras, como una manera de elevar sus capacidades espirituales, sensoriales, o incluso para llevar a cabo una noble empresa.
Pensaba dar inicio a su plan en la siguiente noche de luna llena, ya que esa era la indicación del brujo, quien añadió que un acto de tal trascendencia debía realizarse con todo el misticismo posible. Según sus dichos, debía permitirle a su inconsciente revelarse plenamente, de manera diáfana y mágica.
Un mes después yo había olvidado el tema, mi prioridad era pergeñar hábilmente una estrategia de marketing ante una vital reunión con el directorio de la empresa.
A la medianoche anterior de esa cita fundamental, recibí un llamado de Julio, con un tono victorioso gritó: “lo logré”, desconcertándome al colgar repentinamente. Tras dormir seis horas con placidez y asearme, resonó en mí la fugaz conversación que habíamos tenido y me pregunté si su llamada tendría algo que ver con su propósito de deshacerse de su sombra.
Quizás me había llamado para preguntarme el titulo de un libro (lo hacía con habitualidad) y al recordarlo sin mi ayuda, cortó el teléfono.

Fui a su casa y al verlo confirmé que se había deshecho de su sombra.
Todo su cuerpo se veía luminoso, pues hasta el contraste natural que da textura a la piel, había desaparecido haciendo que se viera plana, plástica. Algo hacía falta, la sensación de su cercanía era fría, hermética, pero su alegría era contagiosa.
La desaparición de su sombra era tan sorprendente y prometedora, que su presencia distante poco importaba.
Su vida siguió como antes pero más tranquila, sabía que su sombra no realizaba planes en la oscuridad para destruirlo y por alguna razón se sentía libre como si fuera capaz de plasmar cualquier idea que hurgara en su mente. Escalar montañas, nadar con tiburones en océanos, se sentía capacitado para ejecutar cualquier comisión, pero le bastaba con su vida tradicional.
Una mañana tras haber estado desaparecido por una semana, fui a su apartamento a averiguar por él, el portero tampoco sabía nada, así que entramos a la fuerza y allí estaba.
Aún sin sombra yacía en el suelo, su posición era incómoda.
Aún vivía, pero no parecía ser capaz de hablar o moverse; estaba en un estado catatónico, era casi un vegetal.
Mientras llegaban los paramédicos lo acomodamos e intentamos hacer que reaccionara, parecía entendernos pero no nos respondía.
El parte médico decía que sufría de depresiones profundas, esto explicaba su falta de deseo por vivir. Finalmente, había sufrido un ataque depresivo que lo sumergió en este estado de inercia, manifestado como mecanismo de defensa.
Cabe mencionar que su carencia de sombra no fue notada ni mencionada por nadie.
A raíz de este suceso, indague referente a esta temática y descubrí algo.
Como todos sabemos una marioneta es un juguete, que es capaz de moverse y representar actitudes humanas. Es como un actor en miniatura, pero su capacidad histriónica depende exclusivamente del titiritero. Él ha de mantenerse siempre en la sombra, jamás ha de ser visto, pues dañaría la ilusión de realidad que ha creado.
Una marioneta sin titiritero es un ser inanimado, un conjunto de pedazos de madera con forma humana, que sólo están vivos si alguien los maneja desde las sombras.
Y fue entonces que me empecé a preguntar si la sombra nos imita, o nosotros a ella.