- 7 Certamen de Narrativa Breve 2010 - https://www.canal-literatura.com/7certamen -

248- La Ventana Justa. Por Salvador Gulaman

I

Cuando se escucha cerrar la puerta de la casa. Aniceto cierra el libro de matemáticas. Espera algunos segundos antes de correr a mirar por la ventana para asegurarse que sus padres se fueran a la fundación de ayuda a los inmigrantes, hoy tienen la reunión semanal, estarán el resto del día afuera, sólo llegan en las últimas horas de la tarde.

Cargando su mochila del colegio, Aniceto sale de su habitación y baja las escaleras hacia el primer piso. Al pasar por el frente de la cocina donde está la empleada de la casa preparando la cena, el niño le dice al pasar -voy a hacer mis tareas a la oficina de mi papá -.

La mujer sin dejar de cortar el trozo de cebolla en la cual tenía toda su atención, lanza un suspiro seguido de un gesto de incomprensión tratando de entender porqué al niño le gusta tanto ir a ese lugar frio, oscuro y sin luz natural.

La oficina que tiene en su casa el padre de Aniceto no es más que un cuarto en el subterráneo, donde hay un escritorio con una silla, una lámpara, un mueble con carpetas llenas de documentos y una caja fuerte de metal. El padre pasa por este lugar dos veces por día; en la mañana y al anochecer, siempre antes de cenar con su familia.

Un día cualquiera, unas semanas atrás, en que Aniceto jugaba con una pelota de golf, y al ir tras ella que había caído por las escaleras, fue que entro por primera vez a la oficina de su padre. Una vez que estaba dentro su atención solo estaba en encontrar su pelota. Al intentar mover un mueble y alejarlo de la pared para así alcanzar la pelota fue cuando vio una luz salir por un orificio cuadrado no más grande que la hoja de un cuaderno. Esta especia de ventana era parte de una puerta levemente más alta que él. La puerta estaba cerrada con un gran candado. Aniceto con la curiosidad normal de sus siete años, miró por la ventana hacia la habitación de donde venia la luz. Al comienzo un poco confundido sólo logró distinguir una cama y una meza larga en donde habían muchos instrumentos y bolsas arrumbadas. Cuando estaba a punto de tomar la pelota y subir de vuelta, percibió un movimiento, era una persona vestida completamente de blanco, sentada en el rincón más lejano de la mesa, al parecer trabajaba en algo que lo tenía muy concentrado. Aniceto en un principio se asustó de estar espiando a alguien, dio un paso atrás pero finalmente volvió a mirar hacia esa habitación que no conocía.

II

Arturo tenía 28 años cuando llegó a Barcelona desde su lejana ciudad de Puno, en Perú. Dejó la muy tranquila pero aun más pobre vida de pescador de truchas en el lago Titicaca. Con la contaminación y sobre todo con la explotación indiscriminada casi ya no había que pescar. Fue entonces cuando conoció a Pablo, un peruano que venía desde España reclutando gente para un “trabajo” que le había ofrecido un español. El trabajo parecía sencillo, al menos como lo describía Pablo. La paga era buena y sólo se hacia una vez. Además el español tenía contactos con una agrupación que ayudaba a establecer extranjeros en España y podía conseguirle un trabajo estable y papeles legales. Era una oportunidad que no podía rechazar. Sólo había que “llevar” dos kilos de “Oro Blanco” en un vuelo a España. Los contactos y rutas ya estaban establecidos y limpios.

Un mes después de conocer a Pablo, Arturo hizo el trabajo, todo resulto bien. En España lo recibió el padre de Aniceto, don Emilio, quien era el jefe de la operación. En un principio le dio algo de dinero explicándole que tenía que vender los dos kilos para pagarle el resto, también le ofreció un lugar donde dormir y un trabajo sencillo. Arturo acepto dormir y trabajar en una habitación subterránea en la casa de don Emilio. Había una cama, un baño y una gran meza. El trabajo consistía en multiplicar la cocaína en por lo menos cuatro veces su peso original, esto lo hacía con diferentes químicos y con ayuda de un manual que don Emilio le entrego.

III

Ya llevaba seis meses sin poder salir de ese cuarto. En un principio las explicaciones al encierro se referían a que Arturo lo buscaba la policía. Don Emilio le pidió a Arturo los datos de su familia en Puno para contactarse con ellos y así decirles que él se encontraba bien. Le obligo a escribirles cartas dando cuenta de su falsa buena situación. Después ante los reclamos seguidos de Arturo las explicaciones se transformaron en amenazas directas contra su familia en Perú y contra él mismo, mostrándole incluso una pistola.

 Arturo estaba desolado, no entendía de qué forma había llegado a ser prácticamente un esclavo. Todos sus sueños y anhelos estaban sumidos en una nube oscura y gris que atormentaba su mente. El odio original se había transformado en una profunda depresión. Ya no reclamaba. Don Emilio era la persona que le llevaba comida, químicos y sobre todo noticias de su familia en Perú. Le contaba en detalle las visitas al médico que habían tenido su madre y su hermana gracias a las gestiones de él mismo. Ellas le enviaban cartas de agradecimiento. Comprendió que no podía hacer nada. No había salida alguna a esta situación.

Los días pasaban, las noches corrían, a Arturo simplemente no le importaba. Su única entretención, si es posible llamar así, eran los juegos de imaginación que hacía con la pequeña ventana abierta que había en la puerta, ventana que también servía de purificador de aire para su celda. Los juegos consistían en transformar ese espacio cuadrado a veces en una televisión, en donde él intentaba proyectar las animaciones infantiles y sobre todo las películas que tenía en su memoria, cambiando los finales e incluso mezclando los personajes. Otras veces pensaba que ese era la entrada a un gran “agujero negro” que se comía la energía del universo, tal como lo leyó en alguna revista científica tiempo atrás. De esta forma sentía cierto confort de estar en esa habitación, que era la única del universo que aun no era absorbida por el aguajero negro, por lo tanto era el único con vida, era el ser más afortunado del planeta, pero todo se diluía y se convertía en una oscura realidad al aparecer su captor, sintiendo Arturo que toda esa energía oscura entraba a su corazón.

IV

Un día cualquiera, unas semanas atrás en que Arturo estaba terminando de mezclar cuatrocientos gramos de algo, con medio litro de otra cosa fue que tras sentir una extraña sensación miro de improviso hacia la ventana. Sus ojos se toparon con los de un niño que lo miraba asustado. El niño al verse descubierto corrió escaleras arriba. Pero para sorpresa de Arturo volvió unos minutos después. Las primeras palabras cruzadas fueron enfriadas por la desconfianza, sobre todo para el niño. Arturo por el contrario vio una posibilidad e intento ser agradable, inventando una historia “mágica” para su situación. El niño le creyó. Arturo continúo con su relato improvisado, explicando y advirtiendo a Aniceto que no debía contarle a su padre, ya que don Emilio no quería que nadie se enterara que él vivía en ese lugar.

El pequeño Aniceto prometió guardar el secreto y volver; Así lo hizo, casi todos los días regresaba para apoyar su cabeza en la ventana de Arturo. Se hicieron “amigos”. Arturo le conto de Perú, de su vida de pescador tal como Pedro, el de la biblia. Así se fue ganando la confianza del niño, hasta que le hablo de su deseo de salir a la calle a visitar a un amigo que estaba enfermo. Le pidió ayuda al niño, la misión era encontrar las llaves de la puerta, sin que nadie más supiera. Aniceto le dijo que las buscaría. Arturo vio una luz de esperanza.

Aniceto intentó encontrar las llaves durante varias semanas, pero no lo logro. No tenía idea de cómo conseguirlas, salvo pidiéndoselas a su padre, le angustiaba el no poder ayudar a su amigo. Pensó en contarle todo a su madre. Le pregunto a Arturo, esté le replicaba que era una muy mala idea ya que podía traer como consecuencia que a él lo llevaran a otro lugar, no pudiéndose seguir viéndose. Cada vez que tenían este tipo de conversación Aniceto notaba en los ojos de Arturo una gran pena. El niño se sentía culpable de esta situación. De paso ya miraba con otros ojos a su padre, no entendía por qué tenía encerrado a Arturo, si supuestamente su padre trabaja ayudando a otras personas.

V

Aniceto bajo corriendo las escaleras, corrió el mueble y gritó – ¡Arturo! ¡Arturo! mi profesor de religión te va ayudar a salir de aquí.

 El niño le relato a Arturo que en la mañana conversó con su profesor, quien era además muy amigo de sus padres y participaba con ellos en la fundación de ayuda a los inmigrantes. Le había contado de la existencia de él, del cuarto, de la puerta con candado y sobre todo de la ventana por donde ellos conversaban. El profesor le dijo que no se preocupara, que hablaría esa misma tarde con su padre.

Arturo al oír esas palabras sintió un frio sudor recorrer su cuerpo, quedo petrificado. Le pidió al niño que se fuera y que volviera en 5 minutos. – Quiero pensar – le dijo.

¡Pensar que!, – reflexionaba Arturo – todo se ha acabado, ya no podrá salir vivo de aquí, incluso su familia tendrá que pagar. Ya no tiene un buen pretexto para esperar, ya no quiere seguir.

Arturo piensa en lo que vendrá, lo más probable que sea esta noche. Trata de imaginar ¿cómo será?, ¿quién será?, ¿cómo lo mataran?

VI

-Arturo, volví, ¿qué pensaste? – dice Aniceto

La vos del niño saca del aturdimiento a Arturo, en la ventana ve los ojos claros de Aniceto, son como un destello, como un destello de luz que le hace imaginar cosas nunca pensó que podría hacer.

En forma pausada y con una falsa sonrisa Arturo se acercó a la ventana. Aniceto aun está feliz con la solución que ha encontrado y no se da cuenta de lo apesadumbrado que está su amigo. Arturo le pide al niño que se acerque, le dice que quiere darle un abrazo de agradecimiento, Aniceto lo hace. Arturo con mucho trabajo logra sacar sus brazos por la ventana, rodea al niño suavemente, cierra los ojos y piensa en todas las cosas que Aniceto no verá. Arturo le susurra al niño que lo disculpe, lo abraza con fuerza. Lanza un suspiro, con una mano le toma la cabeza y se la azota contra la puerta, lo hace varias veces, solo se alcanza a escuchar un pequeño quejido. Pronto Aniceto no es más que un cuerpo flácido y sin vida.

Pasan algunos minutos, Arturo intenta deslizar los dedos por la cintura del niño, quiere desabrochar el cinturón que tiene puesto, le cuesta maniobrar, la “pantalla de su televisión” es pequeña. Ya con e1 cinturón en sus manos Arturo vuelve al centro de la habitación. El cinturón es azul claro. ¡Qué infantil!-, pensó Aniceto. Pero inconscientemente recordó el azul profundo del Titicaca. 

Arturo camina algunos segundos por la habitación, muy rápido, dando círculos. Después se arrodilla y  cierra los ojos. Piensa en su familia, en su madre especialmente. Se pone de pie y toma el cinturón con fuerza, casi con rabia. Se encarama a la mesa y anuda el cinturón en una viga del techo. Rodea el anillo que ha hecho a su cuello. Mira a su alrededor. Respira una gran bocanada de aire por última vez. Por fin tuvo su justicia. Con los ojos abiertos salta desde la mesa.