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2- La fractura. Por La ambidextra

Él era el que de sesgo aparecía en todas las fotos.
Su propia madre echaba la cerradura de la puerta cuando el padre se iba.
Nadie sabría nada, nadie lo hubiera sospechado, si no se le hubiera oído golpear noche tras noche aquello tan pesado en la bañera.

La sangre manaba hacia el agua con el desagüe reventado como un coladero. A ninguno se nos hubiera ocurrido una idea tan descabellada y espantosa en un momento dado: golpear el cuerpo tan rabiosamente hasta hacerlo encajar por aquélla hendidura. Terminó a pedazos con trozos de carne colgando de la rejilla.
A los 9 recuerdo que quiso averiguar la letra y el número de mi casa. Su presencia para mí ya era inquietante. Me siguió hasta la escalera y corrí delante de él lo más rápido que pude. Intenté escabullirme por la puerta de una vecina que salía en ese momento, pero ella olvidó cerrarla. No era tonto y verlo aparecer ante mí sería espantosamente inevitable. Ya a su edad poseía un instinto sobrehumano para la caza.
Físicamente era delgado hasta ostentar unas facciones cadavéricas y le gustaba lucir camisetas negras con dibujos extraños. Su piel era blanca y mortecina como la de un vampiro y tenía unos ojos muy oscuros y unas cejas muy anchas. Verlo aparecer en las fotos era aterrador…
En una que tuve en mis manos y yo estaba junto a mi madre, se podía recortar la imagen en cuatro segmentos. En el más alejado entraba él como un espectro. Se había metido en el cuadro como un intruso y sin embargo miraba fijamente a la cámara como si aquel momento le perteneciera; desafiante, con mirada sombría y tan demoledora que intentar mantenerla delante era un desafío.
En el pueblo solamente él hacía esas cosas… El, y su extraño amigo marco, el joven fotógrafo al que todos conocíamos como “el autista”.
Ambos trabajaban en el jardín de su casa muchas tardes. La madre no salía de la habitación y nunca llevaba encima otra cosa que no fuera aquel camisón negro. Las ventanas de la casa eran tan amplias que desde fuera podían verse los pasillos. Así también la que daba a aquélla parte del jardín, la de la habitación de la madre.
Él la observaba día tras día junto a su amigo Marco anhelando la partida de su padre. Ella paseaba por el dormitorio como una vieja diva del espectáculo sacando y guardando trajes del armario una y otra vez. Trajes que parecía revisar para ponerse luego pero que nunca se ponía.
Finalmente ocurrió lo previsible y el padre tuvo que partir de nuevo. La madre echó otra vez la llave de la cerradura. Aquella noche el estruendo y los golpes hicieron despertar a un pueblo entero. Dos días después el ruido no cesaba, y al cabo de un año hubo que hacer acopio de todos sus retratos para la policía.
Nada de él habría de quedar oculto…
Cuando fui a buscar la foto descubrí que la había recortado con unas tijeras. Hube de sacar los papeles enterrados de todas las cajas, convencida de que jamás recuperaría aquel fragmento.
El terror se apoderó de mí: ¿me harían cómplice?, ¿me acusarían de haberlo querido omitir de nuestras vidas para eclipsar las pistas?, ¿dirían que había fragmentado el retrato intencionadamente?
Miré en el fondo del cubo de la basura…
Las veces que habría querido borrarlo definitivamente del mapa y siempre se colaba insistentemente en nuestras vidas… En nuestras fotos… en nuestras voces y oídos… ¿Había robado otra vez a la mujer de la farmacia?, ¿había hecho pintadas en la puerta de nuestro vecino? Ese afán de destruirlo, de despreciarlo, fue el mayor error de mi vida en aquel momento.
¡Qué irónico el destino y qué cruel! Aquella mosca cojonera que siempre nos rondaba, ese espectro terrible que de una forma u otra perturbaba mi vida, nunca desaparecería del retrato mientras no conserváramos intacta su presencia para la policía. Me sentí tan desafortunada y miserable aquel día que me eché a llorar.
No le condenarían o en el peor de los casos daría con mis huesos en la cárcel junto a él, y todo por mi culpa, por ese absurdo afán de segar abruptamente su silueta de un testimonio clave, el de la foto donde estábamos mi madre y yo…
¿ su madre?
, la bañera y él, el espectro.