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178- Con nombre de mujer. Por Caribe luminoso

La delgadez resaltaba en su figura. Caderas estrechas acompañadas de un par de nacientes glúteos. Cuando vestía la falda del uniforme escolar, esas redondeces eran apenas notorias, en cambio, con el pantalón de deportes ya era diferente. Las nalgas se comenzaban a mostrar erectas,  rotundas y duras, pero sus tetillas permanecían planas con  unos botones —como en otras adolescentes, pugnando por brotar. Sobre la espalda, flotaban las aterciopeladas guadejas que se mueven cuando estira sus brazos ante la pelota de baloncesto, pero sus  pensamientos están lejos del juego. Cada movimiento es madurado, deliberado  para que no denotase su realidad.

Ya a esa edad sus sueños y los de sus compañeros de colegio son totalmente diferentes.  Mientras en ellos sobresalen los deseos de grandeza en sus vidas, en Armanda despuntaba el del esplendor en sus formas.

Su cuerpo es un templo.

Lo cuida como quien resguarda un juguete preciado.

El resto de  chicos y chicas, la aceptan de forma espontánea. Pero su ser, lleno de inquietudes que no todos pueden entender, se cuestiona. Sus pensamientos surgen noche tras noche, mientras con cuidado va tocando para sentir que formas va tomando su cuerpo. Para ser adolescente, era extraño que jamás la rebeldía diese pie a una llamada de atención, por eso Olinta, su madre, y  sus sucesivas maestras de primaria, nunca se conocieron. Hasta de eso se cuidaba, de que ninguna de las mujeres pudiese intercambiar opinión sobre su conducta. Y en relación a sus estudios, ocupa el segundo lugar en su curso, por eso tampoco fue necesario que las autoridades escolares citaran su representante para ponerle quejas, pues no las hubo.  Por el contrario, solo alabanzas.

Había aprendido muy pronto a manejarse entre aguas.

En casa era una persona, fuera de ella, otra.

Sufría.

Tiene la enfermedad que asfixia de adentro hacia afuera. La empedrada ruta de disgustos y dificultades oculta lo que lleva velado. Las formas físicas que muestran el espejo de su dormitorio, son tan diferentes de lo que se revela cuando entra al sótano de sus deseos… Y así como en casa era opuesto a quien era en el colegio, de igual manera su interno lo era de su externo. 

Una vida fugitiva llevaba a Armanda a correr  mientras ve los días pasar como si fuese un avión de alto vuelo. 

En fantasías, vacío el pantano que era su vida,  plasma el milagro de una pileta de agua transparente donde su desnudez podía crear la solitaria perfección de una obra maestra, aunque inconclusa.

Sin tener claro como hacerlo, la brújula que se ha impuesto se cubre de niebla cuando la fascinación la enreda.

Su situación era deplorable.                           

Para mitigar su dolor, se orienta hacia el profundo subterráneo de sus sentirse donde tiene el alma maquillada.  El recóndito lugar era suntuoso, lleno de una luminosidad azulada, allí siente comodidad y esperanza, admite la presencia de puertas secretas y luces encendidas la noche entera. Pero sólo mientras se encuentra allí.

Fuera del sótano no se reconoce, si bien en el se había descubierto, allí no tenia que asumir ningún rol. Allí era. Noche tras noche desciende a habitar ese espacio, todas las mañanas amanece en la superficie, pues respeta los prejuicios que la acompañan creando paradigmas y creencias de los que vive. Pero los ecos que escucha desde el sótano la escoltan lanzándola hacia donde están sus esperanzas, y con ellas se alimenta. Regresa al colegio, continúa su rutina, pero al llegar de nuevo a casa, vuelve a refugiarse en el espacio donde ha pasado la noche.

Sus compañeros nada sospechan.

La invasión de aquello que no podía extirpar era toda una irritación.

Duele.

Su imaginación libera el clamor que despierta el deber ser contra lo que era. El sonsonete de su nombre cobra ímpetu y da por descontado lo que, a ojos vista, era evidente.

Acobardado, despierta del sueño con la disposición de borrar la amargura para trocarla en prudencia.

Salir del caos para procurar confianza.

Olinta es modista. Mariano la embarazo para muy pronto alejarse temeroso de que se viese forzado a asumir la responsabilidad. Pero para ella no fue problema, deseaba la preñez y él fue casi buscado para lograrla. Era mucho el temor a no poder ser madre, tanto que cuando  se fue sin decir ni una palabra, tampoco se dio ella por aludida. Los nueve meses fueron los tiempos más maravillosos que había vivido. Se le ilumina el rostro de tan sólo recordarlos. Pario acompañada de una vecina que actuó de comadrona, la cuido a ella y a la criatura esos primeros días, y luego, misteriosamente desapareció. Nunca se volvieron a ver, tampoco dejó de agradecerle. De sus manos había llegado lo que tanto anhelaba.

Ese hijo lo fue criando intentando no descalabrar sus sentimientos y convertirlo en un joven malcriado. A muy temprana edad lo envió al colegio, y lo acostumbró a que la ayuda en los quehaceres de la casa cuando regresa. A medida que se iba haciendo mayorcito delegó en él responsabilidades: el pago de los servicios domésticos, el registro escolar, etc. pero en los arreglos caseros, fuesen eléctricos o de cualquier otra índole, realmente no le notaba destreza. Su hijo no se ocupa de eso, por eso gratifica la ayuda de un vecino.

Los años transcurrían en una dimensión del tiempo que para ella no era conocida., notaba los cambios en el chico a medida que se iban generando, algo extraños, pero ella muda, no opinaba. Se limitaba a observar. Ahora en este año, llegada la entrega de diplomas escolares, Armando cae en fiebres. Altas fiebres. Tanto, que lo que pudo ser un gran suceso pasó al olvido momentáneo, pues en lugar de ir a recibir el certificado de clases,  acompañados de sus padres como todo el resto de compañeros, su madre se dedico a  cuidarle.

Diez días después, ya recuperado de los males, justo cuando el colegio cerraba por vacaciones, fue a buscar esa importante credencial.

Y se la dieron.

Con abrazos y lamentaciones por no haber asistido al acto formal, en la Secretaria del colegio le entregaron el diploma de finalizada la primaria, y logro convencer a su madre para lo registrase en un colegio diferente. Deseaba experimentar, alegaba, tener nuevos amigos. Y Olinta, que conoce sus calificaciones, aceptó el cambio como compromiso de premio.

En el nuevo instituto para cursar la secundaria, ¡como no aceptarlo con tan buenas calificaciones! Sus costumbres poco variaron. Como siempre lo había hecho en el colegio anterior, lleva a la espalda un morral grande. Argumenta que son muchos los libros que piden los profesores. El bulto nunca disminuye de tamaño.

Salir implica llevar su mochila a cuestas. Quien quiera que observe,  no sabe si este esta adosado a un cuerpo humano o viceversa.

Olinta no se despega de la maquina de coser, tampoco le quita los ojos de encima a ese, su gran amor. Cauta, inquisidora, así como no se equivoca en su trabajo, tampoco lo hizo con Armando.

Dejo correr el tiempo auscultando curiosa los sucesos que, por cierto, no se hicieron esperar.

Los hijos los son cualquiera sea su condición. 

Con o sin defectos. 

Con o sin éxitos.

Con o sin todo, son hijos.

Trozos de vida que acercan el amor divino. A veces —muchas, los padres se ciegan ante ellos. Se niegan a ver lo evidente. En otros, como Olinta, no se había ofuscado. Que no hablase no quería decir que no observase.

Y ¡vaya como lo hacia! Pero sin formar ningún comentario.

El liceo y la entrada a secundaria llegaron junto con los cambios en su cuerpo. Este fue tomando forma de adolescente, fornido, de mayor estatura, la voz más intensa y el vello ya no incipiente, justo donde debía salir. Axilas, pubis y el incipiente bigotillo. No dejaba que ni una muestra fuera visible a sus amigos. Por eso la codiciada consulta médica sería la culminación de sus anhelos. 

Los acontecimientos acaecidos ese día podría haber parecido una escena ridícula de no haber sido conmovedora, pero era necesario dejar claro lo que podía ocurrir si no se esclarecían las cosas.   Por eso llegado el atardecer, Olinda, viéndolo comprimirse, decidió hablarle. 

Para Armando habría sido  intolerable un día más.

Para Olinta era deshacerse de culpas sufridas desde muchos años atrás, cuando sus ojos fueron mas allá, cuando en el liceo pidieron que dejara de llevar el morral que antes usaba. Pero ella amorosa, estaba dispuesta a aceptar con reciedumbre los deseos de Armando aunque no comprendiera las causas, y así lo hizo.

No hubo reprimendas, ni ofensas ni situaciones destempladas.

El rostro congestionado del hijo observa una madre desconocida, y a si mismo, como quien viene de una larga enfermedad que debe reconocer y asumir.   Como si corriese el viento, sintió frío en esa superficie donde lo obligan a vivir.

Hubo un cambio atroz. 

Después, sin vacilar, se entrego  a su realidad.

Por eso aun sin haberlo anticipado a su madre, se había atrevido a pedir la cita para  la visita a un especialista. Cumbre de esos  deseos que había tenido durante tantos años.

Recuerda su niñez cuando toma decisiones prematuras para su edad. Ahora, ve a la doctora como una maga, heroína capaz de comprender sus íntimas esperanzas.

Hablarle podía haber sido difícil, pero lo desea tanto, que en la búsqueda de  una súbita perfección, decide expresarlo todo.

El morral ha sido portador de su cambio, en él durante años se había ocultado su destino, pero aun no ha logrado disimular sus esperanzas.  Era diferente a como se sentía. Cada vez que se muda de ropa, con rabia ve colgar de su entrepierna un indeseado avío, que con el correr de los días se va cubriendo.  Pero era sólo eso, por que de resto, tanto su pensamiento como su accionar eran femeninos.

Con Aliana la doctora, paso cinco años. No fueron largos y mucho menos tediosos, sólo los necesarios para que  todo tomase su tiempo, lleno de presagios y del rumor de futuro. Olinta nunca le desamparo, por el contrario, era como bailar un tango entre dos personas que se conocen perfectamente. La doctora daba instrucciones y  ellos las seguía al pie de la letra.

El sótano donde vive Armanda comenzó a ser un espacio mayor que el que ocupa en la superficie. Era como una antorcha humana cuya luminosidad disipa toda duda. De pronto aceptó quien era en un espacio y quien en otro.  Tomo consciencia de sus sueños y se entregó a ser lo que desea.

Los elogios los recibe con intima satisfacción. Quienes la observaban con indulgencia, argumentan y ofrecen tributo a quienes han contribuido con el salto. La escuela de modelaje también ha hecho lo suyo, los cirujanos, la maestra de voz, la orientadora de sus modales.

Ya Armanda, lleva en sus manos las riendas de su vida. Reconocida y victoriosa, es ahora la Maestra de un colegio de secundaria. Va dispuesta a todo, hasta a contar su historia cuando seas necesario, por que siendo una chica tan hermosa, sigue ocultando en su entrepierna aquello que no desea tener.

Aquello de lo que no hagamos conciencia indefectiblemente se hará destino.

Carl Jung