- 7 Certamen de Narrativa Breve 2010 - https://www.canal-literatura.com/7certamen -

1- Ainhoa. Por Constance

Ainhoa recogió sus bártulos y salió del aula, atravesó el pasillo a paso ligero sabiendo que Mikel, la estaría esperando desde hace rato. Se habían conocido en el bar de la Universidad. Él jugaba al mus y ella hacia como que repasaba sus apuntes. Mientras le miraba con curiosidad recreándose en su sonrisa serena y sus ojos traviesos, él estaba tan absorto en el juego que era incapaz se percibir la risas juveniles, el sonido de la vajilla, o los gritos y susurros que inundaban el ambiente.
Mikel, se sintió de pronto observado y buscó el motivo. Se encontró con un par de ojos negros que, curiosos, recorrían cada detalle de su rostro hasta encontrarse con los suyos. Esbozó una amplia sonrisa y la miró divertido. Ella turbada por la sorpresa, se concentró en sus apuntes.
Al terminar la partida, Mikel se colgó la mochila del hombro izquierdo, cogió su cerveza y fue a sentarse a su lado. Comenzaron a conversar tímidos al principio y como viejos amigos después. Y así transcurrió la mañana sin que ninguno de ellos regresara a las aulas. De eso hacía ya un año y su relación se había fortalecido alimentándose de serenas conversaciones y turbulentas pasiones. Besos, risas, sueños habían terminado por conjugarse en una cama donde ambos se perdían y se encontraban todas las noches.
Cuando salió, Mikel la miró como si fuera la primera vez que la veía. Siempre le sorprendía su elegancia innata, el brillo de su cabello y su amplia y franca sonrisa. Dejaron que se deslizara un dulce beso y se cogieron de la mano como dos adolescentes en su primera cita,
-¿Qué tal el día laztana?- le preguntó con dulzura. Laztana….ese vocablo en euskera que significaba cariño y que había mamado de su lengua antigua y aun viva, para expresar en una palabra la ternura y el afecto que sentía por ella.
– Uf…largo…. Cuando no estás, los días son eternos.- respondió con su habitual sonrisa y una mirada pícara. -Por cierto, Mikel, hoy ceno con mi padre así que llegaré tarde a casa. Me llamó para decirme que le habían concedido el traslado y tenemos que celebrarlo. Creo que hoy es el día perfecto para hablarle de ti…
Caminaban hacia el coche y él le apretó la mano. Ella sintió como la electricidad recorría sus venas. Era tan fácil sentirse así con él. Cualquier gesto, el mínimo roce, era suficiente para romper esa serenidad que la caracterizaba y convertirse en un remolino. Se dirigían al centro de la villa, conversaron alegremente sobre asuntos banales y rieron como dos chiquillos. Se despidieron con un suave beso, sabiendo que más tarde tendrían tiempo para recrearse juntos.
Mientras ella recorría las manzanas que le separaban de su padre, Mikel entro en casa, se despojó de la mochila y se dejó caer en el sofá, imaginándose que no estaba sólo, cuando el teléfono le devolvió a la realidad.
-Mikel tenemos un encargo para ti.- sonó dura y autoritaria la voz que le terminó de despertar
-Os dije que se acabó. -intentó responder.
-Lo harás, porque nos lo debes, será tu último trabajo y, después, ambos nos olvidaremos de que hubo un tiempo en el que fuimos amigos.-
A Mikel le pareció ver la sonrisa sarcástica y dura de su interlocutor. – Lo harás por tu seguridad y la de los tuyos y lo harás porque lo digo yo ¡Cojones!
Mikel supo lo que tenía que hacer. No había opciones, ni sentimientos, ni duelos, ni piedad. Concretaron el cómo y el dónde entre voces ásperas y broncas. Se despidieron sabiendo que sería la última vez que volverían a escucharse y deseando que no surgiera jamás un nuevo encuentro entre ellos.
Respiró hondo al apagar el móvil y sintió como se le tensaban todos los músculos del cuerpo y como nacía en el un grito lastimero y desolado, como queriendo pedir perdón por todos los horrores que enfangaban su pasado.
Mecánicamente se preparó para el trabajo. Sabía que no se podía permitir el menor amago de pensamiento, que tenía que vaciar su alma de pesares, dudas, simpatías o arrepentimientos, si quería realizar con éxito la operación sin que ninguno de los suyos resultara afectado por sus errores. Salió despacio, sin mirar atrás, como huyendo de la casa a la que pertenecía y, despojándose de todo sentimiento, acorazó con destreza su alma y dejó de ser él para resurgir desde lo más profundo y transformarse en una sofisticada pero terrible e inmutable máquina de matar.
Colocó el pequeño e inocente regalo en el lugar acordado sin un pestañeo, sin un parpadeo que denotase la más pequeña sensación de que estuviera vivo. Al terminar, cayó derrumbado en el coche sintiendo como su alma intentaba en vano deshacerse de la plomada que le llevaba hacia lo más profundo de los infiernos. Su corazón ya no rugía ni clamaba, tan solo, articulaba sonidos incoherentes que levitaban mucho más allá del dolor instalándose prepotentes en la desgarradora herida, que nunca podría cerrarse, de las cicatrices que habían hoyado en su espíritu, tantas veces hilvanado, para poder seguir sobreviviendo en un mundo que le obligaba ser un feroz e insaciable animal de presa que hacía tiempo había devorado al ser humano que un día habitó en su cuerpo.

Ainhoa se colgó suavemente del brazo de su padre y se dejó guiar hacia el interior del coche. Sonreía abiertamente y sus ojos brillaban con la ternura inconsciente que te endulza la mirada cuando ese ser, en cuyos brazos encontrabas el refugio que calmaba tus anhelos y desvirtuaba las pesadillas hasta transformarlas en dulces sueños , deja manar en gozosa verborrea de palabras atropelladas, ese conglomerado de sentimientos que pugnan por salir al saber que por fin podría volver a su tierra donde encontraría la serenidad tanto tiempo enmarañada por la preocupación que sentía cada mañana al enfrentarse a ese futuro incierto que le ofrecía aquella tierra hostil a su uniforme.
Al entrar en el coche, Ainhoa cogió el móvil y llamó a Mikel, quería decirle que ese acercara al restaurante para tomar un café con ellos. Si su padre se marchaba al día siguiente, tenía que presentarlos, necesitaba que ambos tuvieran algún tipo de conexión o empatía. En el fondo se regocijaba pensando en ello….Si a ella ambos la adoraban, algo tendrían que compartir.
Mikel contestó al otro lado de la línea. Un ruido intenso retumbó en sus oídos, después…la nada… El coche había estallado en mil pedazos, un humo negro circundaba los cientos de cristales desparramados volvieron a romper de nuevo ese silencio que envolvió todo después de la detonación. Casi al segundo comenzaron a escucharse los aullidos de las ambulancias y las sirenas de los coches policiales. Todo se convirtió en un tremendo revoltijo de humo cascotes, uniformes y gritos.
Mikel, anonadado, dejó caer el móvil de sus manos, se acercó como un sonámbulo a la ventana y miró, sin ver, como las nubes lloraban tristemente sobre sus verdes montañas.