Icono del sitio 7 Certamen de Narrativa Breve 2010

151- La Loquilla. Por Potnia

Se olía a yodo, a algas y a mar. Se olía a amanecer. Me gusta el amanecer en la playa, con las gaviotas desperezándose, raseando el mar. Yo voy todos los días y paseo mojándome los pies, respirando hondo y mojándome también el alma. Sólo los graznidos de las gaviotas y el romper de las olas quiebra el silencio. Tengo ante mí todo el tiempo del mundo, en el pasado era un bien preciado que había que administrar pero hoy todo el tiempo es mío y lo puedo disfrutar. Yo todas las mañanas regalo mi tiempo a este paisaje, dejo que la brisa se lo lleve junto a los olores a yodo, algas y mar.

Hoy ha sido diferente. Hoy una hoja de periódico medio húmeda se me ha enredado en una pierna; al quitármela he leído una noticia que había en un pequeño recuadro. No decía mucho: “Una mujer de mediana edad ha sido encontrada muerta en su casa” y seguía: “La mujer vivía sola en las afueras del pueblo en una pequeña casa. Su cuerpo se encontraba desnudo en la bañera. Tenía dos profundos cortes en las muñecas. Su nombre era María López Turín. La policía ha abierto una investigación.” ¡María López Turín soy yo! Miro la fecha del periódico: 2 de abril del 2010; ¡no podía ser, estamos a 2 de abril del 2009! ¡No tiene sentido! En al pueblo me tachan de loca, “la loquilla”, “esa pirada”, pero no es verdad, yo no estoy loca.

Dejé mi casa, familia y amigos hace cinco años y me vine aquí para encontrarme porque me había perdido. Tenía que encontrar el porqué de mi existencia, qué significaba yo en un mundo que tantas cosas me había dado y que un día, sin avisar, cruelmente, me había quitado. Es verdad que el hilo que une o separa la cordura de la locura es muy fino y que yo estuve un tiempo en el otro lado pero volví, desgraciadamente volví para encontrarme con una realidad que no me gustaba. Me hicieron volver.

En este lugar encontré la compañía de viejos pescadores que una y otra vez me contaban historias de este pueblo que había visto desembarcar en sus costas fenicios, griegos, romanos y árabes. Sus gentes por tanto tenían una mezcla de culturas, tradiciones que hacía que su idiosincrasia fuera fascinante. En este pueblo me encontraba a salvo de mí misma. Me había incorporado al paisaje y me sentía volátil como su calima.

La cabeza me da vueltas, no puedo respirar, pero estoy cuerda, enteraros todos: estoy cuerda. Me he sentado en la arena húmeda con el periódico en mis manos temblorosas. Miro otra vez la fecha y ahí sigue, inmutable. ¡Tengo que pensar! ¡Gaviotas, silencio!¡Que se callen las olas, que se calle la brisa! ¡Que tengo que pensar y necesito el silencio! Los ojos se me llenan de lágrimas, pero vislumbro una figura que pausadamente se me acerca; no puedo describirla porque parece hecha de espuma de mar, de aire, de pasado, de noche fría. Como un susurro la oigo decir: “María, soy la άναγκή”. Sus palabras tienen un extraño eco: ananké, ananké … rebusco en mi memoria y la reconozco, me acuerdo: es la fatalidad, el sino, la necesidad, la angustia, el destino. La ananké griega, la que nos rige, la que limita nuestra libertad. La cabeza me va a estallar. La miro sin verla pero la siento, la huelo y siento frío.

La siguen otras tres figuras indefinidas, sin límites, flotantes sobre la arena. Como con una danza siniestra me rodean y las oigo, se burlan de mí.

–          Somos las Moiras – dicen.

–          Soy Cloto, la que hila.

–          Y yo Láquesis la que asigna los lotes.

–          Y yo Átropo la inflexible. No puedes hacer nada contra nuestra voluntad, hilamos la vida de los mortales, asignamos a cada uno su lote y finalmente rompemos el hilo que los une a la vida. Dentro de un año tu hilo se romperá, se romperá.

Ahora lo veo. Mi lote estaba jalonado de heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida como decían aquellos versos tantas veces recordados. Yo tuve un Amor, no digo un gran amor, ni un amor maravilloso; no le pongo adjetivos porque los adjetivos limitan y nuestro amor era infinito. Yo estaba llana de Amor pero un día lo perdí. Su corazón se paró. Cloto, la moira que hila, le cortó el hilo de la vida y dentro de un año me lo cortará a mí.

Las gaviotas se han callado. Ya no oigo el sonido acompasado del mar. Se ha hecho el silencio. Mi lote había sido asignado por estas hijas de la Noche y hermanas de las horas.

Me levanto con dificultad y voy hacia mi casa. Las piedras y los rastrojos van hiriéndome los pies. Voy recogiendo flores silvestres y poniéndomelas en el pelo, enganchándolas en mi raído sombrero de paja, se me cruza una lagartija: “¡Adiós, lagartija!”, voy a hacerle una faena a la ananké, y a Cloto y a Láquesis y a Átropo.  Por esta vez voy a ganar. Mi destino lo voy a escribir yo. Ellas quieren fracturar mi tiempo dentro de un año, yo lo voy a hacer hoy. ¡Qué lastima que no pueda hacer un retorno al pasado, pero sé que todo retorno es posesión del tiempo y el tiempo jamás regresa! Pero voy a adelantar el futuro, el futuro lo voy a hacer presente. Moiras, Ananké, me disteis un lote de vida engañoso, como cuando se le da un caramelo a un niño y cuando está disfrutando de él se lo quitan. Crueles, habéis sido crueles conmigo.

Llego a casa. Recojo a los dos perros Toc y Din, a la gata Ingrid y al pájaro Gómez. Como en procesión llegamos al pueblo, a la Glorieta donde están sentados mis amigos los viejos pescadores que amablemente aceptan quedárselos a la vez que me preguntan si me voy por mucho tiempo. Sentí que les debía palabras, ellos me habían regalado muchas, no podía irme con mis silencios. Con amargura les dije que sí, que era por mucho tiempo pero que les dejaba mis animales, lo único vivo que me quedaba.

Volví sobre mis pasos, me sentía ligera, atravesé la seca rambla y subí hacia la casa. Ya en lo alto desde el porche desvencijado, miré el mar que inútilmente esperaba a esa rambla otro tiempo llena de agua para unirse con ella en un abrazo interminable.

Abro el agua y lleno la bañera, me voy quitando la ropa. Vuelvo a oír a las gaviotas, las olas del mar, la brisa. Me llega el olor a salitre, me miro las muñecas, son el hilo de Cloto. Cojo una pequeña y afilada navaja, soy dueña y creadora de mi existencia y voy cortando sin titubear el hilo. Oigo el mar, ese mar al que tanto he amado. Se va alejando y yo con él.

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