- 7 Certamen de Narrativa Breve 2010 - https://www.canal-literatura.com/7certamen -

150- Muerdo. Por Renata

Muerdo. Parece que muerdo dormida.

Mis dientes se tocan más de lo prudente. Se tocan, se aprietan, y muerden.

Una noche ocurre. Una noche que no sé lo que ocurre. Que de pronto estoy en un lugar que no sé cuál es, ni cómo, ni dónde, sólo que tengo que escapar. Salir, encontrar la salida. No soy yo sola quien corre peligro. Se trata de mi hija y de otra niña más. Las tres tenemos que encontrar la salida. Pero yo soy la adulta, soy la madre y tengo que protegerlas de él. ¿Quién es él? No lo sé, pero lo intuyo, que es peor. Sé del peligro que nos acecha, a mi hija, a la otra niña y a mí. Tengo que escapar, salir, encontrar la salida. Y mientras, no lo sé, pero muerdo y clavo mis uñas en mis manos, que al despertar están atravesadas por mis uñas. Manos acalambradas y casi sangrantes. De tan rojas casi sangran, ha quedado la marca de mis uñas en la palma de mis manos, una delgadísima capa de piel apenas, y asomando, el rojo de la sangre, mi sangre.

El tiempo que paso escapando es largo, está hecho de telas de arañas, de laberintos, de espejos que me devuelven la imagen deformada de él; tan extraña es la imagen que no puedo reconocerlo del todo, pero es él, no tengo dudas. Es indispensable que logre escapar. El tiempo se vuelve un pantano que me traga, me ahoga, me impide salir. El aire escasea, la luz se fue, el agua dejó de fluir. Lo único que permanece inmutable y cruel es el tiempo que no me da tregua. Una espesura de tiempo que no pasa, está inmóvil, tragándome. Un tiempo donde me pierdo y puedo llegar a perder a mi hija, y a esa otra niña que no sé quién es pero a la que debo proteger. ¿Seré yo esa otra niña? ¿Será la niña que ya no soy?

No puedo detenerme a pensar porque cada pensamiento parece hundirme un poco más en el pantano.

Disfrazada de penumbra, su cara me acosa, me envuelve, es el aire que me atraviesa y se mete por mi ropa, mis poros, mi sangre. Todo él entra en mí, apoderándose de mi fuerza. Me doblega, me hace su esclava. Después desaparece.

Creo que escapé, el alivio es un jardín lleno de flores, una risa, unos ojos que brillan. Dejo de escapar, me liberé, lo vencí.

Pero no es cierto, la ilusión dura un momento. Surge de las sombras, mi hija muerta, envuelta en la mortaja para su último viaje, fría, descolorida.

Es entonces que muerdo, parece que muerdo.

¿Qué otra cosa me queda, más que morder? Muerdo el dolor y la furia. Muerdo la locura que es ver a mi hija muerta.

Muerdo con toda la intensidad de la que soy capaz. Muerdo para sangrar, para reventar, para morir con ella.

Entonces despierto.

Mi respiración está agitada, las uñas clavadas en mis manos y los dientes duros, como hechos de mármol o de acero.

Busco el reloj, donde el segundero vivo me asegura que el tiempo no es más inmóvil. Respiro, agradezco, lloro, hablo sola, me abrazo, me toco la cara, me palpo, a ver si soy yo, si estoy ahí.

Voy hasta el cuarto de mi hija. Duerme, plácida, hermosa, inocente. La miro, la huelo, la beso. Siento la respiración calma de mi hija, cálida, cerca de mi cara. Me quedo un rato respirando el aire que ya pasó por ella.

Vuelvo a dormir.

Pero muerdo. Parece que muerdo dormida