Le rogué encarecidamente que anulase los compromisos que tuviera ese fin de semana. Fuimos al hotel Miralmar, un lugar con encanto y recuerdos entrañables para nosotros. Al llegar a la suite le sorprendieron dos centros de flores repletos de rosas rojas y blancas, sus favoritas. No faltaba detalle: unas botellas de champan francés y unos entrantes deliciosos. Le di un beso con delicadeza y ternura, ella se soltó y se dejó llevar. Hace tres años me conquistó por eso mismo, su capacidad de ilusionarse con las pequeñas cosas, aunque es lo mejor que me ha ocurrido en la vida y se merece el universo entero.
Nos conocimos hace diez años. Ella era secretaria de una azulejera de renombre, y yo trabajaba de comercial. Visitaba al gerente cada dos semanas aproximadamente. Yo era un individuo indeseable, con bruscos cambios de humor y trato difícil. Pasaba muchas horas esperando en recepción, viendo cómo trabajaba, su dulzura y paciencia. Inyectaba vitalidad, aunque estuviera destrozada por problemas personales. Llamaba para decirme si era buen día de visita, compartía su café y su almuerzo, como lo más natural del mundo. Me animó en mi proceso de divorcio que fue un verdadero calvario. ¿Qué es lo que provoca que te sientas a gusto con un desconocido sin apenas conocerle? ¿Por qué cuentas tu vida, miedos, niñez, traumas y carencias a unas personas sí y otras no? Realmente no lo sé.
Un día me desbordé al ver tanta generosidad desinteresada. Le solté de sopetón “Maite, ninguna mujer me ha tratado así desinteresadamente, ni siquiera mi ex”. Ella se sintió cohibida y marcó un poco las distancias, no fuera yo a pensar que me echaba los tejos. Únicamente contestó “Rafa no tiene importancia, yo trato así a casi todo el mundo” No pude echar por tierra lo que era una verdad como un templo.
Cambié de trabajo a instancia suya, me aconsejó no instalarme y llevar a cabo mis sueños e inquietudes. Monté un pequeño negocio relacionado con la decoración.
Durante cinco años perdimos el contacto, aunque jamás olvidé los buenos momentos compartidos, la música que decía le gustaba, los pequeños detalles que parecían insignificantes.
Hace tres años nos reencontramos en este hotel. Yo iba con uno de mis ligues, una muchacha guapísima y con un cuerpo espectacular, pero únicamente eso. No sabía como acabar la relación, pero me daba pavor la soledad.
Entré en el comedor. Su sola presencia llenaba la estancia. Acompañaba a un anciano al que acariciaba suavemente la cara y susurraba al oído la utilidad de los distintos tipos de cubiertos. Leían juntos el menú y cuando se dispusieron a comer, intercambiaban comida de sus platos ¡algo inaudito, le importaba un bledo guardar las formas! La reconocí al instante. No me extrañó su comportamiento, llevado a cabo con una naturalidad pasmosa.
Me vio, y tras pensarlo durante un instante saludó con dos besos y un abrazo sentido. Estaba cohibido y me di cuenta de lo que la había añorado. Al rato de estar hablando con ella, noté cómo se me cerraba el estómago, se secaba mi garganta y atisbé un ligero temblor en mi voz. Síntoma inequívoco, aunque me di cuenta a posteriori, de que estaba muy enamorado. Me presentó a su padre. ¡Menuda sorpresa! – dijo al despedirse. El mundo es un pañuelo – sonrió. Nunca se cansaba de hacerlo. Asentí porque me sentí eufórico de volver a verla.
Al día siguiente coincidimos en la piscina del hotel. Mi acompañante había ido de compras y compartimos un pequeño aperitivo. Fue como en los viejos tiempos. Estaba triste, nunca la había visto tan hundida “A mi padre le quedan tres meses de vida. Le han diagnosticado un cáncer de pulmón. Le he traído para que disfrute de un fin de semana inolvidable. Es lo menos que puedo hacer, trabaja desde los once años. Ha trabajado como un burro toda su vida”. Se puso a llorar. No supe que decir.
Se interesó por mi acompañante. Fue directa al grano “¿la quieres?”- preguntó. “No lo sé”- no tuve más remedio que ser sincero.” Pierde el miedo a enamorarte, si no te arriesgas serás un desgraciado toda tu vida. Se honesto contigo mismo”. Asentí sin saber qué añadir. “¿Te acuerdas de mi marido? Falleció hace dos años en un accidente de tráfico. Fue espantoso. El era lo mejor de mi vida, no creo que jamás vuelva a amar así. Hay que seguir adelante aunque nos dejemos la piel en el intento” – concluyó
Se fue a dar un chapuzón. Su cuerpo delataba su edad, sus embarazos, su falta de tiempo para cuidarse. Ella se sentía bien y segura de sí misma. Y yo que era un experto en curvas perfectas, me extrañé al ver que la imperfección podía ser bella.
Coincidimos de nuevo en la playa al día siguiente. Su padre y mi “novia” estaban descansando en el hotel. Sin darnos cuenta caminamos con las manos entrelazadas. La besé con suavidad y todas mis dudas quedaron despejadas, pero me resistía a tirarme a la piscina sin saber si tenía agua. Nos despedimos e intercambiamos direcciones y números de teléfono. Durante unos meses ninguno de los dos se atrevió a dar el primer paso, por miedo al fracaso.
Un día después de una noche insomne, me armé de valor y la llamé por teléfono. “Papá murió hace dos meses. Estoy destrozada – dijo fríamente. Fui a verla, sin previo aviso. Me quedé con ella unos días, que se convirtieron en semanas y finalmente en años. Hice caso de sus sabios consejos. Me arriesgué y por fin gané.