Voy a organizar una fiesta, ciento cincuenta invitaciones listas para ser repartidas. Tengo pensado realizar esta fiesta sin mi familia ni amigos, no me interesan que asistan, ellos están excluidos. Con las invitaciones en un bolso que colgaba de su hombro, ella recorre las calles en busca de invitados, los desconocidos que seleccionará bajo un caprichoso criterio.
Rígidas las tarjetas ensobradas, como su andar por la principal avenida, su mirada recorre de un lado a otro, mientras en su cabeza; “estoy convencida que calculé de manera más que suficiente todas las bebidas y que; los aperitivos y platos serán del gusto de los comensales”. Que absurda idea la de agasajar extraños y, aún más extravagante dilapidar tanto dinero en una fiesta a la que nadie le asegurará asistencia.
La primera de las reacciones le produjo una cierta frustración diluida, si bien esa chica de cabellos revueltos y mirada alegre tomó la tarjeta, luego de escuchar a la mujer hablando de la fiesta que realizaría, un poco nerviosa intentó disimular el desconcierto, estiró su mano imponiendo seguridad en el pulso para guardar el sobre en su cartera, susurró un gracias y se marchó mirando de reojo a la mujer, luego de dar unos pasos, se detuvo para confirmar lo que había sucedido, si ese irreal episodio aconteció, pero era tan real como la mujer que cerraba su bolso colgando de su hombro – qué se esperaba la muy imbécil, (debo confesar que siento cierto placer al maltratarla) que las personas se tomen naturalmente como parte de la rutina, recibir invitaciones a fiestas de personas que ni siquiera se conoce el nombre-.
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Un sudor frío, acompañado de un sabor metálico y tan amargo, como si hubiera pasado la noche fumando y bebiendo y recién se despertase de unas pocas horas de sueño con la primera expectoración de la mañana, le sobrevino a la garganta cuando espontáneamente uno de esos desconocidos le dijo que asistiría al evento y se disponía a darle su nombre completo para el registro; este precavido hombre de pantalones demasiado estrechos y zapatos negros de gastadas puntas que le ofrecía una blanquecina y afilada sonrisa pensó, que la mujer llevaba. Ella anotó en el primer papel que revolvió en su cartera y le entregó el sobre. Exhausta se fundió en el primer banco que encontró y caviló sobre la cuestión de los nombres y la lista que omitió, este hecho de no llevar un orden de las personas que convidó le preocupó y empezó a percatarse de la dimensión que había tomado todo el asunto de la fiesta; qué pasaría si estos extendieran sus invitaciones a otros que ella no seleccionó, entro en pánico, tenían que ir, son ellos y no otros, envileció en su razonamiento; ellos no harían algo así, estoy segura, yo no lo haría, si la invitación viene dirigida a mí, pensaba “ y en propia mano” lo subrayaba en su cabeza; en esa hipotética situación, no actuaría en forma tan mezquina de enviar a un sustituto en su lugar, qué ingratitud, sorbió un poco el refresco que transpiraba y se rascó el cuello con un exacerbado movimiento, mientras sacudía su frívola indignación.
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Vio descender una pareja de jóvenes de un ómnibus y sin reflexionar, fue a su encuentro; – disculpen, les estiró las invitaciones y comenzó el parloteo ya, a esa altura habitual. Ellos, luego de prestar una incómoda atención a sus palabras, se excusaron por no poder asistir, debido a que tenían entradas para el cine esa noche, ella volvió a insistirles objetando que la película seguiría en cartel durante varias semanas pero que su fiesta era única e irrepetible, imposible de perdérsela, ellos sonrieron pero firmes en su negativa, le devolvieron las tarjetas, la mujer no aceptó la devolución, la cortesía fue dejada de lado y soltaron las cartas al suelo, el viento levemente las empujó, cuando ella se inclinó para recogerlas; la chica del sweater azul con líneas oblicuas celestes, que le ayudaba a sugerir un busto descomunal, le espetó la siguiente sentencia; “Loca de mierda, a nosotros no nos interesa ir a tu estúpida fiesta” –pienso que deberían haberla golpeado, a ver si despierta de su absurda fantasía, aunque eso podría hacerlo-
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Tarea cumplida se dijo, al borde de una total satisfacción, la última de sus invitaciones fue aceptada.
A pocos pasos de ella, un coche que impactaba contra su invitada, se volvía chatarra, retorcida, punzante, pasaba a ser otra máquina de inexplicable función, de forma angular, filosa, con intenciones lacerantes, una invención cruel y anormal. En esa miscelánea de fierros, la carne presa hecha jirones junto a la invitación salpicada de sangre lucía triunfante en ese caos-frío-metalizado.
Un gran vacio; igual que la anfitriona, suspendida, helada en ese instante, miraba absorta en el inhóspito entorno, era parte de ese vacio, su tristeza tan ridícula como ella.
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El salón lucía bello y cálido, la música aumentaba su intensidad para acomodar las
últimas sillas y retocar las mesas, la anfitriona vestía de la misma forma que los otros, de forma descriptivamente inútil, para qué detenerse en la pedrería cosida a mano, una por una, como una constelación, a través de la finísima tela que caía besando levemente el suelo. Espléndida como una nube pura e iluminada, su piel brillaba en la noche más perfecta, tan agradable y a la vez portentosa, como las dos grandes puertas del salón que con altiva lentitud se abrían, esperando a los invitados.