Niña, Dios te ha regalado el don de la belleza. No hablo de tus ojos expresivos ni al atrayente vocabulario que empleas cuando teorizas sobre Santo Tomás. De hecho, no sabes quién fue. El conocimiento no te valdría para nada. Mejor le iría al universo si tus labios carnosos mantuvieran la boca cerrada.
Me refiero a una belleza curva, de aroma lascivo. En tus treinta años de existencia sólo has aprendido a calentar la miel. Tu única preocupación ha girado en torno a qué pantalón ceñido me ajusto o que botón de la camisa desabrocho para dejar a la luz un encaje negro.
Hoy, tu efigie viajará a la imaginación de los masturbadores. Mejor levántate, agáchate, no te sientes a jugar con tu móvil rosa. No hables.
Dios te ha dotado de una altura idealizada por unas piernas perdidas en una cadera voluptuosa. Te apoyas sobre tacones para reducir la caída de tus nalgas. Has empeñado tardes enteras de verano en descubrir tus líneas sobre el espejo.
El ombligo es tu punto fuerte, el centro de órbita de tus senos. Dejas poco a la imaginación. La camisa siempre abierta y abultada de transparencias. Me encantan las pecas que cubren tu escote hasta el cuello. Arrancaría todos tus botones para introducir mi cabeza en el hueco de los pechos.
No podría alabar tu rostro. Parece bello, pero el pistoletazo de maquillaje cada mañana me lo cuestiona.
Dios te ha regalado el poder de atraer a los hombres, pero te ha privado de intelecto, de personalidad y de raciocinio.
“La democracia ha permitido la mejora del individuo. Hemos prosperado en todos los niveles. Ya no somos manipulables.” ¡Basta ya!
Mierda de palabras. La religión del progreso. Jamás habrá democracia con estúpidas como ésta, todopoderosa por gracia de un cuerpo jocoso. Tampoco la habrá con las diferencias físicas enfrentadas al cerebro. Mientras halla un hombre necesitado de sexo, mientras las pasiones más privadas guíen –sin aceptarlo- nuestros pasos, no habrá democracia. Mientras tus ojos verdes reflejen tus curvas al viento. No habrá igualdad.
El tiempo que has empeñado en moda te define. Somos lo que hacemos. Jamás leíste un libro. Tampoco lo intentaste –habrías perdido el tiempo-. Sólo puedes hablar de la gente, debido a tus deficiencias a la hora de abstraer y comprender enunciados compuestos. Si no tuvieras una trasero artístico te habrías podrido en el lodazal de la invisibilidad.
El espejo es tu mejor amigo. A él acudes cuando ríes y lloras. Todos tus movimientos han sido calculados. A él le dedicas cada mirada.
Me pregunto cómo puedo acostarme contigo. Cómo aliviar la promiscuidad provocada por tu escote vibrador. Te deseo.
Ante tu cuerpo esculpido por el Renacimiento ofrezco como dote mi debilidad. Y todo por culpa de tu maldita estupidez. No sé que decir para que lo entiendas. No estoy dispuesto a pronunciar más de una palabra: desnúdate. Y punto. Suspira y gime, pero no hables. No me hagas perder con tu inmundicia el sexo elevado.
¿Qué podemos tener en común? ¿Cómo excitar a gente como tú? Sólo tengo cerebro. El trasero lo dejé en la maldita madera de una biblioteca. Tú, solo ofreces carne. Me ayudaría poseer un coche deportivo, ropa de diseño y horas de gimnasio. Pero, ¿merece la pena renunciar a mis principios por un polvo?
En este justo instante, sí. Vendería todo para que tus caderas se posaran en mi falo y tu oreja en mi lengua.
Desprendes decadencia. Probablemente seas frígida. Los bonobos con los que has fornicado te han convertido en un agujero, un tronco de alivio transitorio. Crees que con tu cuerpo es suficiente. No, no lo es. Si no sabes volar, la redondez de tus senos con pecas no sirve para esto.
No te he probado, por lo que este juicio de valor carece de experiencia. Sin embargo, el método deductivo me dice que detrás de tu culo prieto se esconde una mujer acomplejada, martirizada por mitos sexuales. El espejo de tu bolso hace pantalla mientras gimes. Jamás perderás la sonrisa perfecta de tus dientes arreglados. ¡Despréndete!
Te has percatado que mis ojos están saboreando tu fruta. Ahora no te hagas la modosita, no tapes tus delicias con rebecas de lana. No me creo tu moral. Lo único cercano al Cielo son tus piernas contorneadas para la copulación.
Ahora me arrepiento de haber conocido a Nietzsche, de soñar con Gabo y de escribir esta polución pública y diurna. ¿Por qué comencé un día oscuro a plantearme preguntas? Preferiría haber entrado en el rebaño de humanos. Renunciar a la cultura y dedicarme a dormir caliente entre frases hechas.
Esta fabricación mental, este sueño erótico, derrumba años de teorías y de conceptos. Hubiera disfrutado más teniéndote postrada mientras escribía en tus orondas nalgas versos de Jaime Gil de Biedma. Y mientras gritabas, unir las pecas que cubren tu espalda mientras tú perdías el espejo entre las sábanas.