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53- Pareja madura y seria busca joven formal para trío. Por Rob Vermeulen

Estaba sentada junto a la mesa, en albornoz, con una toalla envuelta en la cabeza y descalza, y nada más colgar el teléfono, se dirigió a su marido, que en aquel momento, en calzoncillos, repasaba sobre un enorme sofá de cuero las noticias en el periódico.

– Todo arreglado, cariño: mañana a la tarde en su casa. Sin prejuicios. A lo que se le antoje a cualquiera.

– Vale, vale –dijo mirando por encima de la montura de las gafas.

Ella se levantó de la silla y fue hacia él.

– No acabo de verte decidido del todo.

– No te preocupes, allí estaremos –y devolvió la mirada al periódico.

– No, cariño, antes quiero verte decidido.

– Adelante, mujer -dijo tras dejar el periódico y las gafas sobre la mesa de centro y ponerse en pie-. Seguro que lo pasaremos tú y yo en grande. Será fenomenal. Juntos los dos. Seguro.

Su mujer lo abrazó.

– Claro que sí.

– Los Goizcueta han repetido ya varias veces: ya ves: quién lo iba a decir. Más que otra cosa, por ella. Ya lo sabes…

– ¿Lo ves? Y también lo encontraron en un anuncio.

El albornoz se le aflojó un poco y quedaron a la vista de él unos pechos bronceados, pecosos y caídos.

– Eso es lo que más miedo me daba, si te digo la verdad.

– No tienes que preocuparte, cariño. Se le ve chico formal, serio, correcto, de buena posición. Vive sin compromisos y en un chalet, además, de la urbanización Norte. De los más vistosos, parece ser.

– Eso cambia mucho las cosas, quieras que no.

–  Y tanto. Y tanto que sí.

– Ahora ya me pareces otro, cariño –añadió acariciándole el rostro-. Y hasta tiene piscina cubierta, que olvidaba decírtelo.

– No, si al final hemos tenido suerte y todo.

– ¿Adelante, entonces?

– Adelante, cariño.

– Mañana a la tarde, ¿está?

– Está.

Hubo una pequeña pausa.

– ¿Irás depilada, verdad? –preguntó en el momento en que arrimaba su boca para besarla.

Se besaron y ella sonrió.

– Es lo que estuve haciendo hace un rato… No te preocupes. Y voy a terminar de arreglarme -avisó a continuación, mirándose de pies a cabeza-: Los Meer deben de estar al caer. No te olvides.

Luego de darse otro beso, ella se ciñó el cordón de su albornoz y se puso en marcha. Camino de la puerta del pasillo, descalza, unas nalgas carnosas le bailaban bajo el albornoz.

– Termino ahora mismo –aseguró él, y regresó al sofá. Se colocó las gafas, cogió el periódico y retomó la lectura de las noticias por donde las había dejado.