Daniela nunca está donde está. Sus ojos ensimismados miran algo que ocurre en su interior, o que ocurrió en otro tiempo y en otro lugar.
La conocí en el colegio, entonces ya la noté abstraída, pero lo achaqué a la tertulia de cotorras en que había degenerado la reunión convocada para preparar el viaje de estudios. Mientras todos se enzarzaban con todos, yo la miraba: callada, echada hacía atrás en el asiento, los ojos fijos en un almanaque del año anterior que aún colgaba de la pared, ajena al guirigay. No me extrañó demasiado, yo también estaba organizando mentalmente el horario de clases de la semana y trataba de ignorar las conversaciones cruzadas.
Pero hubo otros lugares en los que coincidí con ella, no tan insufribles como la tarde de la escuela y ella siempre encontraba un punto donde perderse, por encima de la charla de los otros. Me hubiera gustado saber qué había tras su mirada ausente, pero ese era un deseo muy difícil de satisfacer, ni ella daba pistas ni yo he sido nunca buen investigador de conciencias ajenas. Sólo pude averiguar, mirando la ficha de Rosita, su hija, que habían llegado al pueblo hacía unos meses desde Jaén, que era viuda y que trabajaba en la biblioteca municipal.
Esto es un lugar pequeño, aquí todos saben de todos, eso tiene algunas ventajas y no pocos inconvenientes. Si por ejemplo dejas olvidado el monedero en casa y lo descubres en el momento de ir a pagar, tanto el camarero como el chico del kiosco te dicen que ya pagarás otro día e incluso te ofrecen prestado, para que no pases apuros. Pero al día siguiente cualquier vecino o compañero del colegio sabrá que saliste de casa despistado, sin dinero en el bolsillo. Por eso, cuando intenté indagar algo sobre Daniela tuve que andarme con mucho tiento para no ser interrogado – qué interés tienes tú…-. Después de inventarme una prima que quería saber los trámites de las permutas entre destinos, sólo pude averiguar que el traslado de la nueva bibliotecaria había venido como urgente desde arriba. O sea que Daniela tendría una razón de peso para dejar la capital y venirse a este rincón. También me las arreglé para charlar con Rosita so pretexto de completar su ficha. Así supe que antes de venir aquí vivía con su abuela, – porque mamá estaba trabajando fuera.
Por lo nervioso que me puse sonsacando a la chiquilla y el temor que me cogió luego de que ella se lo contara a mamá, comprendí que no era normal el apremio que sentía por bucear en la vida de esa mujer y me propuse cortar por lo sano mis tanteos. Esto, me dije, es que se me ha contagiado el cotilleo del pueblo. Y me esforcé en olvidar el tema.
Y sin embargo, el azar me deparó una buena oportunidad. Tuvimos una segunda reunión sobre el dichoso viaje de estudios. Se invitó a los padres a que designaran a dos de entre ellos para acompañar al tutor, que era yo y que de ningún modo quería cargar a solas con el cuidado de veinte angelitos de entre doce y trece años.
—Tú puedes ir Daniela, Rosa va contigo, yo es que no tengo con quien dejar a los otros dos, ya me gustaría…
Se dejó convencer fácilmente, me pareció que le volaban los ojos, como otras veces, pero pensé que ahora los dirigía a Asturias, destino de nuestra expedición. Me alegré de tenerla cerca todos aquellos días, por enigmática que fuera algo dejaría entrever.
Pero aparte de mirar avariciosamente todo su catálogo de gestos, de valorar la delicadeza de su perfil y la elegancia de sus manos, apenas hubo ocasión de entablar una conversación jugosa, siempre rodeados por los críos que se peleaban, se perdían o protestaban de la comida, requiriendo sin cesar nuestra atención. Sí me dio tiempo a pensar que no debía encajar muy bien con el resto de madres que formaban la asociación escolar; por las películas que le gustaban y las que no, y también por el rabioso afán de alejar a su hija de los patrones femeninos que se barajaban en el pueblo. Y fue, como en el cine, el comienzo de una hermosa amistad.
Con la excusa de poder charlar tranquilos sin el cerco de la chiquillería y porque ambos nos sentíamos extraños en ese lugar que no era el nuestro, quedamos para tomar café frente a la academia donde Rosa hacía gimnasia rítmica. Mientras esperábamos a la niña le fui contando cosas mías, para ver si ella soltaba prenda llevada por el ejemplo. No dijo nada nuevo, quiero decir que no conseguí ninguna revelación que me pusiera en la pista de sus embelesos. Pero sí la conocí mejor. Y me gustó.
Otro día fuimos a ver una película francesa y al siguiente quedamos para cenar porque Rosi pasaba la noche en casa de una amiga. Me pareció ésta una ocasión propicia para iniciar un tímido cortejo que Daniela ignoró. Cuando pasé a ciertas insinuaciones y a ternuras ciertas, ella me miró a los ojos, que no estaban perdidos sino muy fijos en los míos y me dijo que no pretendiera otra cosa que su amistad, que se encontraba cerrada a cal y canto a otro tipo de relaciones. Y tuvo al menos el detalle de aclararme que su actitud se debía a tristes experiencias pasadas.
No había muchas diversiones en el pueblo ni otras mujeres que me interesaran más que Daniela, así que me plegué a su exigencia. Nada más que amigos. Empecé a ir por la biblioteca; retiraba libros, buscaba sin éxito títulos raros, le insinuaba pedidos de este o aquel autor…llegué a aprenderme de memoria el catálogo de existencias. En fin que me apliqué a regar y cuidar nuestra amistad hasta conseguir que creciera y se consolidara. Ya nos teníamos confianza, tanta como para que una mañana de sábado, sentados en la terraza de un bar, yo me atreviera a hacerle por fin la gran pregunta:
— ¿En qué piensas cuando te pierdes, cuando no estás donde estás?
Se puso pálida, escondió las manos bajo la mesa, un velo extraño le enturbió la mirada
— Procuro cobijarme en otros tiempos más felices, pero no siempre lo consigo, también hay malos recuerdos y si me atrapan, no es fácil apartarlos.
Y no tuve duda alguna de que en ese momento lo que había en sus ojos era miedo.
Después de un incómodo silencio me acercó una mano bajo la mesa, pensé que intentaba una disculpa, pero enseguida buscó apoyo en mi hombro y se enredó en mis brazos. Y fue ella la que quiso ir a casa. Yo me encargué de todo lo demás. Y nos dejamos ir…
Daniela es menuda y deliciosa, dulce y perversa. Creo que tiene un deseo grande de encontrar cobijo y cariño y que está dispuesta a amar en la misma medida, pero parece tan asustada…Sé lo que sentí, pero no lo recuerdo todo, yo también tengo derecho a extasiarme. No he podido ver sus ojos, para mí era muy importante saber si estaban allí en el tiempo del amor o peregrinaban por mundos que desconozco. Será mi objetivo para la próxima vez.
Dice que es hora de preparar la comida y se marcha. Yo me quedo echado sobre el rastro de su olor, saboreándola todavía. Luego veo que se ha dejado una carpeta de gomas, ajada y azul. La ojeo con desgana. Pronto me gana el horror.
Sí, algo había pasado en otro tiempo y en otro lugar. Algo de lo que no podía apartar los ojos.
Veo recortes de periódico fechados tres años atrás, veo su foto y su nombre ligados a una muerte. Lo leo todo varias veces, incluso la comunicación del juzgado, la sentencia…
….considerando que existe el atenuante de legítima defensa y que quedan probadas las agresiones de que fue objeto la acusada a manos de su marido en varias ocasiones…
Corro a su casa desalado, no puedo esperar el ascensor, así que estoy jadeando cuando abre la puerta; -has venido-, dice, y sigue asustada. Pero yo no le doy tregua, disparo preguntas y más preguntas, con el ceño fruncido, ahogado en mi propia ansiedad. Daniela me pone una mano en la boca para hacerme callar, y es ella la que grita:
— ¿Qué quieres saber? ¿Cómo agarré el cuchillo, las veces que lo apuñalé, cuánta sangre había, cómo miraban sus ojos muertos, clavados para siempre en los míos?; o te interesas en las costillas rotas, los labios partidos, los ojos morados, tantos días de dolor y de humillación; las preguntas del fiscal, su intento de ignorar mi pesadilla, de convertirme en un monstruo, la mirada horrorizada de los miembros del jurado…; los dos años allí enterrada, sin querer ver a mi hija, para que ella nunca sepa lo que hizo, lo que tuvo que hacer su madre. Y luego la huída, el destierro, la soledad, el difícil intento de encontrar la paz. Di, ¿qué horror prefieres? ¿cual quieres que te detalle? Yo había llegado al colmo de la desesperación, no sabia a lo que iba a atreverme para huir de la violencia insoportable, Jamás pensé que yo sería capaz de eso. Fueron el pánico y el dolor los que me armaron la mano. Yo lo quería, al principio no era así…lo quise mucho.
Y llora tanto que tengo que consolarla. Pero yo también lloro y se me empañan los ojos, por eso esta vez tampoco puedo comprobar si los suyos han estado allí o se han perdido en algún amargo recoveco de ayer.
Así que esa cuestión sigue pendiente para la próxima vez.
La contemplo dormida, parece tan débil, tan desamparada… ¿Cómo pudo ser capaz de hacer lo que hizo? Sin duda hay dos mujeres en ella. La ensimismada y la que está alerta para defenderse.
Y si despierta la otra alguna vez…
No, yo no le haría daño jamás, nunca haría eso. Pero ella dijo que él antes no era así, que lo quiso mucho, Y sin embargo… Me obsesionan sus manos tan blancas, tan pequeñas, en apariencia tan débiles, nubladas de sangre.
No importa, vivir es arriesgar. Quiero a la Daniela embelesada y no voy a perderla por temor a siniestros despertares.
Me quedaré a su lado.