Primero se recuerda la caminata por el bosque de árboles azules. Luego aparece el astrolabio de un tal Gonzalo, y a lo lejos el velero.
Pero lo raro no comienza hasta que bajas por la escalera de estribor, que para rematar no cruje, y aparece la primera casa. Luego otra y después otra. Idénticas. Y piensas que el tiempo no prescinde de sus propias marcas: el estilo es de campo asturiano de fines del siglo XVI; se nota la presión de formas enteramente nuevas.
Detrás del pueblo está la fuente. El agua nace y se pierde en un breve espacio de tierra, entre las raíces más gruesas y una piedra de cuño precolombino. Y luego no eres tú, sino el instinto el que bebe. Así se sabe que no es un sueño. Eso y el portaplumas de Gonzalo, que tiene la mala costumbre de marcar sus pertenencias.