4- Una Mujer con redaños. Por Escripoeta

   No fue nunca una mujer de su tiempo; se adelantó a él. Allá por los años cincuenta, las ideas rebeldes, los  desplantes a lo establecido, y su manera de afrontar los muros que una vida de pueblo le imponía la marcaron para siempre. Su juventud transcurrió en un pueblo del norte de España,  donde los pocos hombres que no emigraron conservaban un un poder y unas normas que se cumplían a rajatabla por los miembros de la familia.

                      Su padre, uno de estos hombres, no permitía “que en esta casa una mujer sepa más que yo”, no la dejó ir más allá de la escuela primaria. A la madre, sin embargo, sí le permitió su trabajo como maestra, puesto que ello contribuía a la economía de la casa.

                   Los hijos varones disfrutaban de una libertad muy amplia: jugar en la calle, bañarse desnudos en el río y divertirse en los pueblos cercanos. Todo esto le encendía a la niña una rabia sorda, porque  no podía comprender tanta injusticia, y cuando alguna vez protestaba se ganaba la furia del padre, castigos, amenazas y hasta alguna bofetada.

                  Paula pertenece a ese tipo de mujeres que allanó el camino a los jóvenes de hoy: contra la prohibición de su padre, estudiaba por las noches, escondida debajo de la cama, de bruces sobre una manta para no enfriarse y alumbrada por una linterna. Así consiguió una carrera, examinándose por libre en la capital, con muchos sacrificios, con la complicidad de la madre y bajo el peligro de que su padre la descubriera algún día y su furia desatada hiciera temblar los cristales de la vieja casona.

                   Tenía  decidido marcharse a Madrid en cuanto acabara la carrera, pero algo la impulsó a huir de su hogar  antes de lo previsto. Su padre la miraba de forma extraña. Descubrió esa mirada más de una vez, aunque no se atrevió nunca a contárselo a nadie. Pero una noche, cuando se disponía a acostarse, su padre irrumpió en la habitación, grande, como un oso atravesado en el hueco de la puerta, los ojos relampagueantes y una expresión claramente lujuriosa en su mirada.

                     Ella sintió cómo un terror viscoso la invadía, pero, dueña de sí miró al padre, mientras hacía un gran esfuerzo para mostrar serenidad, fuerza y decisión. No necesitó decir una sola palabra. La mirada que le lanzó  al padre fue tan dura, tan segura de sí misma, tan llena de fuerza y decisión, que éste se dio la vuelta, se clavó las uñas en las callosas manos y cerró la puerta dando un terrible portazo.

                     Al día siguiente, Paula se fue de casa sin decir el motivo a nadie de la familia. Todos, menos el padre, fueron a despedirla a la estación, la madre llorando y los hermanos extrañados de tan repentina marcha, mientras el padre gritaba “que se fuera, que había perdido una hija y que ya no quiero verte más, so desgraciada”.

                   Vendrían años duros de trabajo para ganarse la vida, sin tiempo casi para estudiar, pero su fuerza de voluntad la ayudaron para sortear dificultades, sacarle partido al tiempo y sortear los peligros de un Madrid dispuesto a tragarse a una joven de pueblo hermosa e inteligente. Tuvo algunos novios, no muchos, pero bastantes pretendientes, aunque nunca se casó. Nunca pudo encontrar un hombre que llenara sus expectativas, que la comprendiera, la amara y supiera tratarla de igual a igual, cosa muy difícil en aquellos tiempos.

                    Cuando terminó la  carrera dejó la casa donde trabajaba de sirvienta. Desde entonces ocupó su puesto en los diferentes pueblos y puebluchos adónde la destinaban. En todos ellos dejó su impronta de buena maestra, pues tenía la rara virtud de expresar cariño y firmeza. Después de pasar años deambulando por los pueblos, volvió a Madrid, donde aun reside. A su pueblo volvió tres veces: a la muerte de su padre, a la de su madre, y en una tercera ocasión, invitada por unos amigos propietarios de una hermosa finca en las afueras.

                     Paula llegó una mañana a la estación del pueblo, alta, rubia y atractiva, joven aún y bien vestida. Cuando bajó del tren no había nadie esperándola: más tarde supo que su carta se perdió por una extraña jugarreta del destino. Así que se dispuso a llamar por el único teléfono que había en la estación. En ese momento, una mano cuidada de hombre se posó en su hombro, volvió la cabeza y pudo contemplar a un joven  vestido con esa descuidada elegancia propia de familia de caciques rurales.

—Hola ¿eres de aquí?—le preguntó él con una sonrisa encantadora.

—Pues sí, nací en este pueblo pero ahora vivo en Madrid. Estoy esperando que vengan a recogerme.

—¿Puedo saber quién, si no es indiscreción?

—La familia Riveiro;  me invitaron a pasar unos días con ellos.

—!Hombre! Los Riveiro, amiguísimos amigos. Sus hijos, Manolo y Pedro son de mi edad.

—!No me digas ¡ Ah, claro, en el pueblo se conoce todo el mundo. Sin embargo, yo no te recuerdo a ti.

—No me recuerdas porque de niño yo estudiaba en un colegio interno. Es natural.

entonces, le propuso llevarla en su coche. Paula, después de unos segundos de duda accedió a su oferta, pues no pensó que pudiera existir mal alguno en subir al deportivo de aquel chico elegante que conocía a sus amigos. Además, la finca no se encontraba demasiado lejos..

                 El  automóvil enfiló rápidamente la carretera después de arrancar con un chirriar de llantas. Al principio la charla fue distendida, aunque al poco, el joven entró en un extraño mutismo. Paula lo  observaba con disimulo, pues le parecía ver cómo cambiaba el perfil del conductor, una arruga se marcaba en su frente y sus labios se transformaban en una línea dura.

                  El  vehículo giró bruscamente a la derecha, entró en un camino polvoriento y en unos minutos se internó en uno de esos oscuros bosques abundantes en el norte de España, una de esas fragas donde abundan leyendas de brujas, lobos enormes y almas en pena que  se aparecen a todo el que tiene el valor de internarse en sus tinieblas. Sin embargo, Paula, a pesar de que desde un buen rato se iba dando cuenta de que el itinerario no conducía a “Los Eucaliptos”, no dijo una palabra. Sólo pensaba “Tranquila, tranquila,  no te pongas nerviosa.”

                El coche se detuvo en un claro del bosque. El joven abrió la puerta y agarrándola por los cabellos la arrojó al suelo, mientras un pie enfundado en una bota de piel se posaba en su pecho. Por un instante, Paula sintió un terror que la paralizaba. Él, convertido ya en una fiera sin control, la insultaba con las palabras más  soeces que le salían a tropel por la boca. Pero ella,  con la mejor sonrisa que pudo componer, exclamó coqueta:

—!Pero que tonto eres! ¿Se puede saber a qué viene tanta violencia? ¿Es que no te has dado cuenta de lo que me gustas? ¿No ves que aquí no podemos estar tranquilos, que alguien puede vernos? Vámonos a un hotel, y ya verás que bien lo pasamos.

—¡Escúchame, zorra de capital!  Si te has creído que puedes engañarme, te equivocas de medio a medio— le contestó el joven mientras aflojaba un poco el peso de la bota sobre su pecho.

—Vamos, hombre ¿cómo puedes pensar eso?—le contestó melosa—si no quisiera acostarme contigo no habría subido a tu coche.

                   El joven, ya convencido, la agarró del brazo y la ayudó a subir al coche. Durante el camino, y cada vez que  le preguntaba “¿De verdad que no me engañas?” ella le respondía con un beso en la mejilla, apretaba su mano, le pasaba el brazo por el cuello y le decía alguna palabra amorosa.

                   Por fin llegaron al pueblo. Se detuvieron a la puerta del mejor hotel. Era temporada turística y los forasteros entraban y salían del vestíbulo repleto de maletas cuyos dueños ansiaban disfrutar del sol y la arena, de la paz de sus profundas rías y del encanto de una tierra llena de historias, leyendas y monumentos. Después de aparcar el automóvil, entraron en el hotel, se acercaron al mostrador de Recepción, y a la pregunta del recepcionista y antes de que su acompañante respondiera, exclamó en voz lo suficientemente alta como para que todo el mundo la oyera:

—!Sí! ¡Deseo que se lleven a la cárcel a este hijo de puta que ha intentado violarme!—contestó al tiempo que propinaba al aludido un soberano puntapié en su entrepierna.

                   El susodicho ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar, lo que le dio un tiempo precioso a ella para escapar corriendo, salir a la calle, tomar un taxi y presentarse en

“Los Eucaliptos”. La familia se llevó una agradable sorpresa al verla, aunque la notaron algo pálida. Ella lo achacó al cansancio del viaje, pero algo sospecharon los hijos, Pedro y  Manuel Riveiro.

                    A la mañana siguiente la Guardia Civil llevó al agresor a la capital donde tuvo que ser ingresado a causa de una soberana paliza. Nunca se supo quién o quiénes fueron los culpables, pero todo el mundo sabía bajo cuerda que aquello fue una muestra fehaciente de la justicia popular. Lo cierto es que nadie volvió a molestar a Paula, porque a partir de ese día, tuvo a su lado a dos caballeros andantes que no se apartaron de ella.

                 Una vez estuvo a punto de casarse. Todo estaba listo para la boda. La casa, el ajuar, las invitaciones, la iglesia y hasta el lujoso hotel donde se celebraría el convite. Unos días antes de la boda, los dos enamorados, ante dos tazas de humeantes café y unas tostadas, discutían los últimos pormenores, que si el viaje, que si los invitados, etc.

—Quiero decirte una cosa muy importante para mí.

—¡Vaya! qué seria te has puesto de pronto—respondió él medio en broma medio en serio.

—Es que es importante, Andrés. Yo te quiero mucho y pretendo ser una buena esposa, pero quiero que entre nosotros no haya ningún malentendido, que todo sea diáfano.

—Habla, mujer, que me tienes en ascuas!

—Tú sabes que yo soy una mujer independiente, y que quiero mi espacio, mi tiempo…

—A ver, a ver…no te entiendo—dijo él algo escamado—Vas a tener una gran casa con todos los lujos y comodidades ¡y mi amor!

—Ya lo sé, cariño, ya lo sé, pero déjame que te lo explique. Lo que pretendo decirte es que

necesito que un día, sólo un día al mes, me lo dejes para mí sola, para encontrarme conmigo misma, para dedicarme a mi persona, para meditar, leer o escribir…

—¡Pero, qué estás diciendo? ¡Un día sola! ¿Dónde se ha visto eso en una mujer casada! Es muy, pero que muy sospechoso que me pidas eso.

—¿Por qué? ¿No te vas tú al fútbol los domingos? ¿No sales con los amigos? ¿No hemos quedado en que lo seguirás haciendo de casado?

—!Porque el hombre puede hacerlo, porque lo ha hecho siempre y no pasa nada! ¡Por eso! ¡Y si una mujer lo hace es que le quiere poner los cuernos al marido?

               En ese momento y sin perder la compostura, pero con la muerte en el alma, Paula se puso de pie, y muy dignamente, sin levantar un ápice la voz, le contestó al novio mientras la gente los miraba de reojo:

—Adiós, Andrés. Te quiero mucho, pero nunca me casaré con un hombre que no comprenda mis intenciones y tergiverse mis palabras.

                Paula sigue soltera. Ya es una señora madura, pero su belleza no se ha marchitado del todo. Ahora que ya está jubilada, reparte su tiempo y su energía en ayudar a mujeres maltratadas, niños abandonados y ancianos solitarios, y  aun le queda tiempo para leer,

escribir y recorrer el mundo, pintar, hacer fotografías artísticas y hasta creo que está escribiendo una novela. Es feliz, y aunque su libertad tiene un precio, su soledad, ella paga con creces el tributo porque así lo eligió libremente.

 

7 comentarios

  1. Las letras en cursiva y algunos saltos de párrafo han dificultado la lectura. Me ha gustado el planteamiento de la historia pero he echado a faltar profundidad en algunos pasajes. Enhorabuena por el relato y suerte en el certamen.

  2. Gracias, Robert, por tu comentario. Lo de los saltos de párrafo y las letras pequeñas, son fallos de mi ordenador, cosas que llevo tiempo tratando de arreglar pero no sé cómo. Yo los escribo en word, pero cada vez que los envío en un archivo, se me «descalabran» y eso, les quita mérito.

    En cuanto a la profundidad, es adrede, pues sólo he querido contar una historia…aunque quizás tengas razón.

  3. Escripoeta:
    creo que hay que cuidar los detalles a la hora de escribir. Por ejemplo:
    ADÓNDE, va con tilde sólo si va en una pregunta, y en la frase:

    PERO SU FUERZA DE VOLUNTAD LA AYUDARON PARA SORTEAR DIFICULTADES, creo que hay una falta de concordancia de número entre sujeto y predicado. Creo que sería más correcto: pero su fuerza de voluntad la ayudó para sortear dificultades.

    En cuanto a la historia, creo que le falta chispa. Que es demasiado evidente. No hay discusión sobre el tema, y aunque todavía haya que luchar por los derechos de la mujer. A mi juicio, y tal y como he dicho en otro cuento, me parece un tema más de documento que de cuento.

    Digo todo esto sin intención de desanimar y bajo la convicción que la crítica y el afán de perfección son los únicos caminos para mejorar la escritura.
    Suerte y ánimo.

  4. Gracias, auster, por tu crítica. Lo de la concordancia es un depiste: se me pasó.

  5. Relato atrevido, muy gráfico, que esconde una realidad a la que no siempre somos capaces de enfrentarnos. La soledad, cuando es buscada, es la mejor de las compañeras. Mucha suerte.

  6. Me gusta el final de esta mujer, cuantas más podrían llenar su vida si buscaran un lugar en dónde dar el amor que tienen. Escripoeta, me gustó tu historia, te felicito

  7. Gracias, Encadenados. Sé que el texto tiene fallos de presentación y de tipeos, pero gracias por comentarlo.

Deja una respuesta