118-La vaca a la que sustentaban sus propias ubres. Por Bárbara Bass

Sobre el ancho prado pacía una hermosa vaca.

 La pobre era la comidilla de la manada. Sus terneros eran ya autónomos, se buscaban su propia hierba, y sin embargo, sus ubres, ya de por sí hermosas, no habían parado de crecer ni un momento durante los últimos meses.

En un principio se le achacó un afán insensato por sobresalir sobre las demás vacas, ansiosa por ser la mejor madre, la más abnegada y la que mejor alimentaba a sus retoños, pero pronto los machos de la manada empezaron a mirar con ojos glotones ese par de apéndices mamarios abultados y sedosos mientras ella pacía displicente. Obcecada en el lado maternal de su personalidad ni siquiera los veía.

Pasó el tiempo y lo que antes eran deliciosas ubres comenzaron a ser monstruosas mamas casi a punto de llegar al suelo. Una a una y a veces en pareja las otras vacas le advirtieron del peligro que corría si no ponía freno a ese crecimiento desmesurado e inútil, a lo que ella respondía imperturbable:

-Pero no depende de mi voluntad, si la naturaleza quiere dotarme con esta bendición ¿quién soy yo para impedirlo?

Pronto se ganó el mote de “La vaca mística” Cuando las ubres finalmente le llegaron al suelo y comenzaron a enredarse en sus patas, sustentando el peso de la vaca demente, lo que sin duda dificultaba sus movimientos, acabó postrada e inmóvil bajo un árbol, mirando infinito.

Al principio sus retoños le proporcionaban el alimento necesario para su subsistencia, pero con el tiempo formaron su propia familia y se cansaron de atender las escasas necesidades de una madre que no hacía nada por sí misma. Llegó el invierno, con él las lluvias. La vaca mística seguía bajo el árbol e incrustada en un socavón del suelo que el peso superlativo de su propio cuerpo había formado. Cuando las lluvias arreciaron y el hueco comenzó a inundarse, la manada se percató de que si no actuaban con premura acabaría ahogada en el hoyo que, por inercia, ella misma se había cavado.

Hicieron mil intentos de sacarla de allí, desde mostrarle lindos terneritos lactantes para estimular sus instintos maternales a llevarle frescos pastos que le abrieran el apetito. Todo en vano. Ella les miraba con líquidos ojos prendidos en la nada y no se movía.

El agua le llegaba al cuello y la triste res emitió un prolongado y triste mugido, pero continuó postrada. En ese momento pasaba por allí el encargado de recoger cada mañana los recipientes de leche, destinados a una multinacional de campanillas, que se acercó, curioso, al tumulto vacuno, cuando vio la situación en que se encontraba la vaca, introdujo la mano en su boca con la palma hacia arriba, disfrutando del delicioso tacto de las encías, desdentadas, suaves, blandas en contraste con la rugosa lengua, la acarició con cuidado y la res, mansa, lenta y agradecida, se incorporó, y ayudada por todos salió del agujero.

Cuando estuvo fuera del hoyo y se recuperó del esfuerzo, la vaca miró en torno suyo, vio al musculoso lechero acarreando  grandes recipientes hacia la furgoneta y le siguió, este cerró la portezuela trasera y se la quedó mirando con una sonrisa burlona, le acarició la testuz y la vaca cerró los ojos disfrutando de nuevo de la caricia. Los abrió cuando el ruido de un motor la sacó de su ensoñación, aún tuvo tiempo de ver como el lechero y la furgoneta se hacían más pequeños hasta convertirse en punto y coma en la punta del horizonte.

Le siguió. Anduvo día y noche persiguiendo el punto, creyendo ver la coma de cuando en cuando. Aparecer no aparecía, pero ella se sentía cada vez más ligera, lo que era natural pues la caminata fundía grasas y endurecía músculos.

Pasó el tiempo y una noche se echó a dormir y se despertó tardísimo. Otro día encontró un maravilloso prado y sesteó en la hierba tras darse un atracón. No tardó en preguntarse que demonios buscaba caminando sin tregua impulsada por una energía insólita, dónde había quedado el prado en que nació y en el que sus hijos vivían.

Ya ni siquiera recordaba la cara del lechero cariñoso, ni el tacto de la mano en su boca que la hizo despertar del letargo. Se paró frente a un precipicio de vértigo con paisaje de calendario al fondo y dudó ¿Qué hacer?

Un sonido familiar la sacó de la concentrada incertidumbre en que se hallaba. Cencerros y mugidos, atenuados por la distancia, sonaban a música celestial, al fin después de tantos días  se topaba con sus iguales por el camino.

Llevada por la impaciencia a punto estuvo de caer en varias ocasiones, pero los encontró, ahí estaban sus congéneres, en el más hermoso prado que jamás pudo soñar.

Probó el pasto trufado de florecillas, el agua cristalina, inspiró profundamente y sus pulmones se llenaron de aire limpio.

Mirase donde mirase no encontró ninguna rémora, nada parecido a lo que dejó, nada semejante al lechero y la furgoneta se divisaba a su alrededor. Se dejó caer, la cama también era mullida. Así que no pensó más, se quedaría allí el tiempo que determinaran las circunstancias.  

Durmió cual jovenzuela ternerilla. Al despertar estaba rodeada de machos fisgones y hembras recelosas. Se incorporó. Algo no iba bien. Después del primer impacto (encontrar semejantes tras largos días de peregrinación solitaria siempre es agradable) pensó que el lugar no era para tanto. En verdad aquello no era tan incomparable, de hecho tenía tantos puntos en común con lo que había quedado atrás… y ella era tan distinta.

Se sentía delgada y ligera, fuerte y valiente. Aquello era poca cosa, o quizá no, quizá era lo mejor que se podía conseguir en la vida, pero no lo sabría si no conocía un poco más del ancho mundo.

Miró a sus congéneres con una sonrisa, se dio la vuelta y comenzó a caminar con paso ligero en dirección contraria, y moviendo las caderas con gracia y salero decidió emprender la aventura de su vida, un viaje solitario hacia y hasta donde sus patas lograran llevarla.

 

 

9 comentarios

  1. Bárbara Bass

    Teniendo en cuenta mi analfabetismo informático, es posible que la pérdida de palabras en la margen izquierda del cuento sea un descuido por mi parte, pero si tiene arreglo… sería de agradecer la reparación de ese goteo de palabras perdidas que hace al cuento incomprensible.

    Gracias

  2. Deliciosa la forma que tiene la autora de solicitar la rectificación del texto. Educada en extremo, irónicamente prudente, haciendo gala de la escritora que lleva dentro para pedir justicia informática.
    Respecto al relato me pregunto ¿seguro que eran vacas? En los turbulentos tiempos que corren, cualquier atisbo de misticismo, de destacar por encima de la media, está condenado al hoyo. Y no siempre se encuentran lecheros cariñosos. ¡Bravo por la vaca que eligió ir en contra de la manada!

  3. Una vaca independiente, bien por ella. Salió del bucle.

  4. Querida Bárbara, entre vacas y ubres te sugiero un ligero cambio de pseudónimo: BRAS en lugar de BASS, Mucha suerte en el concurso

  5. Gracias por tu amable sugerencia, JVM. Mi ultimo cuento se titula «Un toxicómano ilustrado» ¿Qué seudónimo te parece que podría irle bien?
    ¿Yonky Pur?

  6. No»descartes» esa posibilidad. En cualquier caso gracias a ti por haber recibido mi comentario con ese reconfortante sentido del humor. Mereces ganar

  7. Es tan duro seguir el camino, que siempre nos tienta el dejarlo para después. Esta bien que a uno se le anime a continuar.

  8. Lo cierto es que nunca me han gustado las fábulas, pero no deja de tener su gracia.
    Suerte.

  9. como dice azrael, es una fábula, pero simpática y bien escrita. Bravo Bárbara

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