1- De cosas que suceden en ocasiones. Por Robert Benson

Mañana, sábado, tendré una oportunidad verde romero, un rincón azabache y, con suerte, sabor a agua marina si Belinda no cierra los ojos y deja que la bese en el cine entre palomita y palomita. Necesito más que nunca alguna revista de las que guardo bajo la cama. No puedo masturbarme pensando en ella, no quiero hacerlo. Servirán las fotos del Interviú, aunque Nero –que está tumbado junto a la cama- haya mordisqueado la mayoría.

Me tapo con la sábana hasta la cintura y ojeo de lado la revista, pasando las hojas con la mano derecha. La izquierda recorre mi sexo erecto con intensidad progresiva. Nero cree que el movimiento insistente de la sábana  es una invitación a jugar y salta sobre la cama, pateando la revista y husmeando hacia mi sexo. Oigo a mamá llamarme mientras se acerca a la habitación. No he corrido el pestillo. Nero sigue buscando sobre la sábana y ladra dos veces. Cuando mamá abre la puerta con un montoncito de ropa recién planchada ve mi sexo erecto, que Nero deja al aire tirando de la sábana mientras yo trato de ocultar el Interviú. No ha dicho nada. Sólo se ha quedado parada en la puerta, escondida bajo un agudísimo sonido gutural, en mi opinión más de espanto que de asombro, mirando perpleja.

Me cubro y oigo los pasos de mamá bajando las escaleras hacia el salón Puedo imaginar su cara estupefacta sobre mi ropa pegada al pecho. Desde el fondo, tras el agudo gutural que aún tengo en el oído, llegan los sonidos deportivos de la televisión. Mamá habrá abierto la puerta del salón. Ha empezado a gritar de improviso. Tan alto, tan fuerte, que el partido de la tele queda solapado. No tengo que imaginar su espanto al verme desnudo, erecto, con la revista y el hocico de Nero husmeando tras quitar la sábana, feliz como quien gana el juego de buscar tesoros. No tengo que imaginar su espanto porque escucho sus gritos al borde del colapso y los insultos que me dedica.

Ahora es distinto el sonido de los pasos. Ahora se acercan presurosos y contundentes. Parece que papá sube las escaleras de dos en dos, pero no lo creo furioso porque ni blasfema en toda la corte celestial ni detalla sobre qué partes concretas de la misma se aliviaría. Sólo dice Amalia, copón, que ya hablo yo con el chico. Cuando lo tengo en la puerta trago saliva pero no me acongojo. Cierra la puerta. Entra hacia mi cama. Se sienta. Da dos palmaditas sobre ella. Nero cree que lo llaman a jugar pero papá lo rechaza sin tacto. Siéntate, me dice. Y pregunta. ¿Qué ha pasado?

Yo se lo cuento a mi manera. Papá se ha reído. Y dice joder. Y sigue riendo, cada vez con más apetencia. Y a mí tanta carcajada me hace suponer que este asunto no quedará en casa, que servirá para que ría con sus amigos en el bar o en el casino. Y que llegue a oídos de Belinda es cuestión de tiempo; poco tiempo; apenas tiempo. Y me jode que papá se ría. Pero a ver qué hago. Así que resoplo, me deshincho, saco un joder y espero. Bueno, dice papá, de momento, esta noche, nada de salir porque tu madre me mata o me manda al sofá si no te castigo. Y mañana temprano… ¡arriba!, que te vas a venir conmigo a las cepas. Tienes que quemar esa energía, campeón. Y vuelve a reírse; más fuerte según sale del cuarto y cierra la puerta. A carcajada plena mientras baja hacia el salón. De allí llegan mezclados los sonidos de la tele con las voces de mi madre, que celebra imaginarme deslomado sobre las cepas, sudoroso y exhausto, y dice que eso, que a trabajar, que a ver si aprendo. Reprocha a mi padre que se ría y a mí también me jode que lo haga, la risa digo.

Paso la tarde en mi habitación. Mirando al techo la mayor parte. Temiendo un nuevo castigo que me impida mañana ir al cine con Belinda. Un castigo que aplaste mi oportunidad de agua marina verde azabache. Temiendo la risa de mi padre en el bar con los amigos. Asustado ante los inevitables oídos indiscretos que harán llegar a los de Belinda la más exagerada versión de este suceso.

 

El abuelo ha salido sonriente al mercado. Lleva encargo de doscientos gramos de jamón del bueno, un cuarto de queso manchego y una de fino por si viene la visita, para el convite. A esta hora, mis hermanos deben entrar al comedor de las monjas. La abuela mece su silla con la labor entre manos y mamá termina de componer la olla. Desde el patio llegan voces de comadre y risas de juegos. La luz del sur a mediodía envuelve aire caliente con la voz de La Niña: péinate tú con mis peines, mis peines son de canela. Mi madre, tararea. Hoy está más contenta que el viernes, al menos no ha vuelto a hacer ningún comentario sobre el asunto y papa durmió en la cama aunque me dejara salir el sábado con Belinda. Vendrá muy bien la beca. Según las monjas, sus notas lo merecen. Seguirán comiendo con las hermanas en el colegio y la beca cubrirá los libros de ambos. Una gran ayuda.

A media tarde el fino ya se ha enfriado. Dos paños blancos mantienen a punto queso y jamón. El timbre no suena. La abuela mece su silla con la labor entre manos y el abuelo anda entretenido en sus cosas. Los chicos han protestado por la prohibición de tocar el convite, por el restregón de rodillas en la bañera y por la ropa de domingo en lunes. Aunque el pantalón sea corto y la falda ligera. Han protestado además por toda la tarde en casa haciendo deberes, a expensas de la visita. Hay poco que limpiar pero mamá insiste. Cuando empieza el telediario la visita no ha llegado. Los niños piden quitarse la ropa y el abuelo dice que mañana será. Mamá tardará un poco más en dormirse hoy.

Esta mañana el abuelo dijo a mamá no te preocupes convencido de que la visita llegará esta tarde, de que será un inspector trajeado y dará el visto bueno para la beca. Mamá no puede evitar el leve desasosiego atenuado por un Padrenuestro ocasional y algún Avemaría mientras atiende portales y escaleras. Queso y jamón esperan entre paños. Después de comer, deben los chicos vestir de nuevo como en domingo, con las rodillas lustrosas y restregadas. La abuela mece su silla con la labor entre manos y el abuelo anda entretenido en sus cosas. Mamá insiste en la limpieza y el Padrenuestro confiada en el alivio del gasto, tan necesario para los pantalones largos del niño, las deportivas de la niña, la bata de la abuela o la camisa del yayo. Mama necesita, pero aguanta.

Son ya las seis y no suena el timbre. El patio despierta de la siesta.. el yayo está sentado junto a la ventana. Apoya las manos sobre la curva del bastón. Espera. La yaya mece su silla frente a él. Entre ambos, macetas de flores que escapan del enrejado buscando la calle. Mamá frota un barreño de ropa sobre la tabla. El olor del suavizante se pega en sus manos. Las prendas secarán pronto bajo el sol del patio. Tal vez haya libros nuevos para los niños después del verano. Si Dios quiere. Cerca de las siete, los niños dan un pequeño respingo sobre la silla cuando suena el timbre. Mamá cuelga el delantal en el gancho y atusa el flequillo descompuesto. El abuelo endereza su postura y dice a la abuela, muy cerca del oído, que ya llegó. Mamá mira a los niños y comprenden la mirada. Al abrir la puerta un gachó trajeao sonríe, confirma nombre y apellidos de Amalia y pasa con su maletín a la salita. Buenas tardes, pase usted, como en su casa. Abuelo, acerque usted la banqueta. Mi madre, un poco sorda; está muy mayor. Los niños estudiando en su cuarto, que están muy aplicados. Padre, saque usted el convite para este señor. Las monjitas, unas santas, cuanto bien hacen a mis angelitos. Pero póngase usted cómodo. Deme, deme la chaqueta que se la cuelgo. La yaya pregunta ¿Qué pasa? Y esa corbata con este calor. Un poquito de fino fresco. Mire usted qué buena cosa el jamoncito. No hay queso más cremoso que este manchego que me traje del mercado. El gachó sonríe y come y bebe y sonríe y agradece. Hay en su cara un no sé qué de sorpresa, de inesperado. Escucha cómo mamá le cuenta las dificultades que afronta, con sus padres mayores, sus dos angelitos, esta casa que mantener con el trabajo que da. Que la cosa está muy mala y hay poca escalera que limpiar, que lo hacen las muchachas de fuera por cuatro perras. Y ella sola afrontando todo. Que su hombre era un cómico famoso, de los que llenan teatros en Madrid. Pero no se acordó en vida de sus hijos y al morir tampoco. De los otros sí, de los de su señora. Pero a una… pues eso. Y qué va a hacer una, que no sabía de nada y estaba enamorada y ciega. Y así hasta hoy. Que gracias a Dios, esa beca y esos libros. Un gran alivio que necesitan mucho. Y el gachó apura la copita de fino y da las gracias y dice qué cuánta razón lleva. Que tal y como anda el mundo la cultura y los libros son  importantes para los chicos, para hacerse un mañana. Y diga usted que sí, responde mamá. Y el gachó abre los resortes del maletín. El abuelo sonríe por dentro, feliz por la ayuda para su hija. La yaya pregunta ¿Qué pasa? Los niños desean que todo termine para cambiarse y salir al patio. Mamá agradece a su Virgencita y mira el Sagrado Corazón de la pared. El gachó sube la tapa del maletín y mamá mira los papeles. Esos serán.

Y el gacho dice de nuevo cuánta razón lleva y qué importante la cultura para el futuro señora Amalia. Y saca un catálogo de alabanza a la Historia Universal. Dice que va a solicitar la enciclopedia y serán pequeños pagos al mes. Y verá usted qué gran ayuda para sus hijos y verá qué notas le sacan. El abuelo lamenta no haber catado el jamón y el fino. Los niños corren a quitarse el domingo de encima. Mamá no retiene una carcajada, algo nerviosa, y musita una oración. Ya no habrá jamón, ni queso, ni vino para la visita. La yaya pregunta ¿Qué pasa?

22 comentarios

  1. Me he sentado en la salita, con la visita equivocada, tomando un poco de jamón y queso mientras disfrutaba de tu relato. Mucha suerte.

  2. Relato bastante bueno, su calidad queda fuera de toda duda. Aunque eso sí, su peculiar estilo puede no gustar a muchos. El ritmo me ha gustado, sólo reduciría algunas descripciones por la mitad de la historia para asegurarme el enganche del lector, que insisto, aún así lo tiene. Final divertido y elegante. 😉

  3. Muchas gracias a todos por vuestras aportaciones.

  4. El inicio engancha efectivamente, eso lo has conseguido, pero coincido con otros comentarios en que las dos partes del relato deberían haber tenido un punto de conexión, porque finalmente este lector, se ha sentido perdido.
    Suerte

  5. Me gustó por ser tan cotidiano y sencillo! Felicito y admiro tu propósito de querer captar la atención del lector, creo que sinceramente lo lograste, aunque coincido con la mayoría, un poquito más de conexion entre ambas partes hubiera sido magnífico.

    Felicidades y suerte!!!

  6. Muy buen relato. Agil, rapido, entretenido. Logras representar muy bien la tensión y la amenaza. Que más decir, relato redondo…
    Tienes mi voto.
    te invito a Lee mi relato y dejar un comentario

  7. También a mí me ha parecido que son dos historias que pudiste elaborar por separado y las dos hubieran sido muy interesantes, pero tú mismo haces la aclaración que tu idea fue confundir un poco al lector, a mí me confundiste. considero que tu cuento está bien escrito y tu prosa es magnífica, felicidades Benson

  8. Robert Benson

    Gracias Enrique, Mina, Erebus y Encadenados por vuestras aportaciones 😀

    Saludos.

  9. Delicioso retrato de familia.
    Si alguien necesita un respiro emocional, invito a sonrisas en el 184

  10. El relato está magníficamente escrito. No obstante, no sé si es que me he perdido, pero en la primera parte el padre lo castiga y luego resulta ser que es una madre soltera. Si me he perdido, pido disculpas, si no, me parece un tremendo fallo que estropea una prosa estupenda.

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