7- Robison Crusoe Revisited. Por Ambrose Bierce

Robinson Crusoe se sentía mal. Peor que mal diría yo. El mismo dolor que interrumpió prematuramente su sueño le obligaba ahora a mirar hacia sus piernas para comprobar, con espanto, cómo ambas extremidades habían desaparecido. Quizás alguna bestia salvaje, beneficiándose del amparo que brinda la oscuridad de la noche, devoró sus miembros inferiores con extrema sutileza. Tanta que fue incapaz de percatarse de aquel nefasto banquete, al que sus pies asistieron como plato principal de un improvisado y excéntrico menú.

 

-¡Socorro!

 

Viernes acudió presto a los gritos de alarma de su compañero de calamidades.

 

-¿Qué ocurrir, K’n-uea k’n-uea?

 

Como el día que se conocieron Viernes se retorcía aquejado de una terrible descomposición intestinal, él también bautizó, a su manera, al fallido marido de la futura viuda Crusoe, imponiéndole el sonoro alias de K’n-uea k’n-uea, que en su dialecto venía a significar algo parecido a “Almuerzo Indigesto”.

 

– Mira –contestó el náufrago, señalando sus remos reducidos a la nada.

 

– No preocupar por eso. Yo cuidar de ti, tú saber. Nada faltarte.

 

         A la mañana siguiente (en los cuentos con desenlace inesperado, buena parte de los acontecimientos suceden a la mañana siguiente)… a la mañana siguiente, Robinson intentó incorporarse en su lecho. Horrorizado, fue a dar sin remedio con el tronco sobre la arena. Hasta en el último rincón de la jungla retumbó el sordo sonido de su anatomía sin tercios golpeando el pulverizado pavimento de sílice y caliza. A eso se veía reducido, puesto que ahora le faltaban los dos brazos y una buena porción del bajo vientre.

 

-¡Socorro!

 

Viernes acudió presto a los gritos de alarma de su compañero de calamidades, recogió el torso gimiente y lo colocó de nuevo sobre la hamaca. Tras acomodarlo concienzudamente, le ayudó a engullir una generosa loncha de carne recién cocinada.

 

-No preocupar por eso. Yo encargar de que tú no perecer de hambre, tú saber. Nada faltarte –Robinson pensó que ya empezaban a faltarle demasiadas cosas.

 

Cuando el menoscabado inválido finiquitó su desayuno, el indígena benefactor pudo volver junto a las brasas, ya casi apagadas, donde repeló con avidez el puñado de huesos sospechosamente familiares que compusieron su mermada ración del día.

 

         Durante su último amanecer en la isla, Robinson se giró, todavía adormilado, sobre el colchón de hojas de caranday. Lo poco que quedaba de su persona cayó rodando sobre la tarima de la cabaña. Esta vez Viernes no acudió presto a los gritos de alarma de su compañero de calamidades, porque el inglés se cuidó mucho de mantener un prudente silencio.

 

         Con formidable denuedo, el Sr. Crusoe y su cabeza, valga la redundancia, arrastraron su desgracia hasta llegar a la orilla de la playa, ayudándose en semejante empeño con la punta de la lengua. No sin mucho esfuerzo, subieron a la balsa de troncos de palmera. La lamentable embarcación permanecía abandonada desde la fecha de su armadura. Una falta de previsión que no admitía disculpa la inhabilitó entonces para cobijar a dos adultos plenamente desarrollados. “No hay mal que por bien no venga” pensó Robinson. La providencia, o la mala fortuna, según se mire, dotaban ahora al escolimado armadijo de las dimensiones idóneas para acoger con holgura a tan parvo navegante.

 

         Los vientos dominantes lo mantenían ya bastante alejado de la costa cuando descubrió al aborigen que, desde la orilla, intentaba desesperadamente llamar su atención.

 

-¡Vuelve, Toku’atu, vuelve!

 

Viernes rebautizó así lo que quedaba de su amigo, con un apelativo que, en la lengua madre del isleño desertor, podría traducirse poco más o menos como “Mi Anhelado Desayuno”. Insistente como unas purgaciones recidivantes, el indígena suplicaba. Suplicaba y volvía a suplicar a su camarada que tornase de nuevo a la seguridad de la isla. Agitando en el aire la servilleta que desanudó de su cuello, daba a entender mediante señas que se ocuparía de su bienestar con todo el afecto y la consagración con que siempre le había obsequiado.

 

         Reducido por fuerza a su repentina condición de decapitado, tremendamente molesto ante la paradoja de un cuerpo inexistente que justificase su nueva naturaleza, el desconfiado Robinson le negó el saludo. Pensaba en el día que conoció al buen salvaje. Y mientras las olas acariciaban con suavidad la almadía redentora, su cabeza se preguntó si aquella lejana jornada no habría salvado el pellejo al caníbal equivocado.

8 comentarios

  1. Divertido.

    Una duda: ¿que significa recidivante?

    Suerte.

  2. Ambrose Bierce

    Hola:

    Según la RAE y su diccionario:

    RECIDIVA. 1. f. Med. Reaparición de una enfermedad algún tiempo después de padecida.

    Muchas gracias por el comentario

  3. Curioso, recomiendo su lectura.

    Si gustas puedes visitarme aquí:

    http://www.canal-literatura.com/6certamen/?p=63

    Buena suerte en el certamen.

  4. me ha gustado el relato, divertido y bien escrito!
    suerte!

  5. Un poco gore, pero muy divertido, y original.

  6. Provocador y diferente. Mira que encontrar a Viernes 13…. Mucha suerte.

  7. Ambrose Bierce

    Gracias por vuestros comentarios. Muy bueno lo de «Viernes 13». No lo había pensado. Me ha hecho reir…

  8. Muy original tu cuento Ambrose, pero yo lo hubiera terminado en esta parte:

    Cuando el menoscabado inválido finiquitó su desayuno, el indígena benefactor pudo volver junto a las brasas, ya casi apagadas, donde repeló con avidez el puñado de huesos sospechosamente familiares que compusieron su mermada ración del día.

    Pero no fui yo quien lo escribió, sino tú. Te felicito

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