77-Berna. Por Rodri Fresneda
Michelle sostuvo el cigarrillo con elegancia y le dio dos caladas. Al contraluz de la tarde, su silueta era un trazo gris que alguien habitó.
Michelle sostuvo el cigarrillo con elegancia y le dio dos caladas. Al contraluz de la tarde, su silueta era un trazo gris que alguien habitó.
Me encontraba sentado en mi sillón favorito leyendo un libro que demandaba mucho esfuerzo cuando un ángel abrió la puerta ventana y entró al living.
Han pasado en silencio, caminando con paso firme uno a dos metros del otro, hacia la única mesa que estaba libre en ese momento como si estuviera esperándolos.
No sé qué pasa. Pero algo pasa. Y tengo miedo. Un presentimiento que no me suelta. Que se mete en cada cosa que hago. Cuando voy con las gallinas, cuando corro sola por el campo, cuando me escapo de la vieja, si me quiere dar.
31 años y nunca se había planteado ir a visitar lo más valioso de esa Córdoba sultana donde vivía, La Mezquita.
Se extinguió la endeble espuma de luz y la noche se precipitó sobre el Malecón con la violencia de un machetazo. ¡Ño… el apagón! Una encrespada ola de improperios se alzó en coro maldiciendo la oscuridad, como si las quejas y las malas palabras tuviesen el poder de derogar las sombras.