V Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen

25 marzo - 2008

59- La mirada contenta. Por Restituta

¿Por qué me pegaste ese golpe en la boca del estómago?  Cuando iba hacia la urna sentí como el cabezazo de un niño embistiendo a toda carrera.   Un chorro de energía salió de ese cofre donde estabas y se hundió en mi cuerpo, doblándome  como a una hoja de papel.

Meses después del entierro, curucuteando entre mis cosas  te encontré instalado aquí, con esa actitud de quien chupó caña dulce de vida y entró a la muerte con escudo de vencedor. Todo gracias a la prudencia de campesino andino y otras habilidades adquiridas en  tu democrática libertad infantil de aula abierta: sin horarios, bajo estrictas condiciones de inseguridad , sin supervisión ni provisión de ningún tipo, calle arriba y calle abajo, en tu pueblo con dos ríos.

Ahora  puedo ponerte en pausa y releerte. Veo las chispas que iluminan tus ojos e intento descubrir el revés de tu trama. Tengo tu esencia  y el derecho a rehacer lo que convenga. Ahora es otra la luz que te ilumina, y aunque a ratos me ciega, siempre estoy en paz cuando te miro. Puedo decir sin hablar, evitando todo lo contrario.

Te veo caminando por el páramo de Cabimbú como un alambrito de plata, ocho años, el pantalón chucuto hediondo a orines, los pies hinchados en las alpargatas húmedas, la nariz, larga y fina, enrojecida, tu boca menuda escamada de hambre y frío. Estás lo que se dice emparamado, aunque te cubra hasta las rodillas una ruana vieja y deshilachada.  Los dedos amoratados apenas se asoman entre las mangas de la blusa  y casi no puedes respirar, pero “un mandado no se piensa, se hace”. Lalo  te dio dos pesos y una carta para su hermana en Las Mesitas y  tu, macoreto,  atraviesas el páramo como un palito que se lleva el viento. Tal vez cuando llegues te den comida caliente, pero no esperas nada, cuentas con tus propias fuerzas, dos pesos y un pedazo de acema que te dieron de avío. Has descubierto que ilusionarte o desear intensamente alguna cosa, te debilita. Eso  es muy peligroso, lo sabes aunque no conozcas ni la o, por eso te dedicaste a ser fuerte y ágil, a no desear ni despreciar, a ser un buen oportunista pués.

Sospecho que más allá, del otro lado del páramo dejaste las últimas cascarillas de tu infancia y tus oficios de macoreto, porque en 1922, hecho un mozo de trece años, te encontramos en el Moulin Rouge de Boconó, como cuidador de gallos y aprendiz de croupier. Interrumpías este cuento para marearnos con las demostraciones de manejo de cartas, trucos y técnicas, que incluían por supuesto, lanzamiento “profesional” de dados.

Luego apareces saltando entre líneas, salpicando con humor y sabiduría política este encuentro que  ya no me confunde. Ahora estás en Caracas, en 1928, y eres un joven sastre de veinte años, alto, delgado, blanco y elegante, que esgrime con destreza, su origen campesino y su condición de artesano, justo cuando los estudiantes caraqueños han comenzado a leer a Marx.

Era menester que estuvieras muerto para leerte mejor. Mira tu que clase de encuentro con Juan Rulfo tenemos ahora. Puedo hacerte venir caminando hacia mí, por entre los caobos del parque, gigante feliz, poderoso y sabio, mago de las alegrías. Poeta con orejas de duende, zapatos de Chaplin y bolsillos enormes. En uno de ellos viajó una vez una pequeña tortuga de verdad-verdad y un auténtico pedazo de luna. Yo era una niña triste como una casa vacía. Tu luz me iluminaba entonces como ahora, mientras  mis habitaciones se poblaban de sabios y poetas, como Mauricio Maeterlinck y sus flores inteligentes y Aquiles Nazoa, y sus versos que todos amamos.

Algunas tragedias como gordas señoras de luto, también se asomaban de pronto, todas  venían sobre escenarios de gran belleza, firmados por Picasso,  Miguel Hernández, García Lorca  fusilado y brotando de su cuerpo sangrante  el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, y aquél hombre que se la llevó al río creyendo que era mozuela, y el verde luna y la niña Belisa y sus nardos. El recuerdo del drama de la guerra civil  española era un asunto que oscurecía el corazón como Heraldos Negros de Vallejo.

Es cierto que tu figura y tus palabras encantaron a muchos, pero, ¿lograremos tu y yo encantar a otros lectores en esta curiosa dupla? ¿Invadiste mis predios por error ? ¿Una equivocación entre las sombras de la muerte, o una iluminación multidimensional?  Quizás  tu olfato de oportunista te hizo pensar que yo sería más fácil de convencer; no  cualquiera aceptaría este papelazo de traducir del mas allá. Soportar las burlas sería lo de menos, tu lengua viperina que todo lo ve cursi es lo peor. No importa que mi ego se lastime un poco, ya lo compondré después. Tu mismo has dicho junto con los chinos, que quien sirve a otros llega a ser poderoso.  De todos modos, si te sirve de algo, estoy contenta. ¿Puedes sentirlo? Muy contenta. Aunque a veces pienso que si estoy contenta no soy yo, eres tú.

Unos meses después de tu muerte, cuando ni siquiera me acordaba de ti, un pasodoble se oyó desde la casa vecina y me invitaste a bailar. Lloraba y bailaba al mismo tiempo. En ese momento supe que andabas por ahí cerca, pero no me imaginaba un espacio definido. Ni siquiera ahora sé cuál es esa zona en la que tan tranquilamente te paseas a grandes zancadas. De pronto sales no sé  cómo ni por dónde y coloreas mis opiniones con tu ironía. La sorpresa es ingrediente importante de tu estrategia para encantar, saltas con las banderas desplegadas y el fondillo pegado al taburete o desapareces con elegancia. Niño, joven o viejo a convenir.   

 Conozco tu oportunismo, pero es hora de negociar.  Cuéntame todo lo que has callado: tus errores, tus debilidades, tus temores, tus frustraciones. Necesito ponerte en el suelo y declararte humano, de otra manera no podré resucitarte exitosamente, porque serías un personaje dorado y aburrido, como un ángel de cartón.  

                                        

                                                       **********

Yo no tenía intenciones de quedarme. Como sabes yo ni creo ni dejo de creer, por eso cuando supe que me estaba muriendo, traté de relajarme y  disfrutar el viaje. Cuando todo se puso oscuro y sentí como si resbalara, pensé: Ahora sí, aquí voy. Me dieron ganas de orinar, alguien me trajo un jarro. Oriné . Deje de pensar, no sentí dolor, me dejé ir como en un tobogán. De pronto,  como si me asomara, miré y había mucha gente, estaban todos mis amigos. Era  una fiesta, y yo flotaba. Miré abajo: En una urna había un tipo de flux y corbata  maquillado como un maricón. Reconocí  primero  mi corbata pintada a mano, después mis lentes y luego mi nariz. Entonces sospeché que estaba muerto, y me alegré. Por dos razones: Una porque la vida de viejo enfermo ya no era conveniente,  y otra porque me sentía libre como cuando era niño, pero mejor, sin hambre ni frío. Entonces me dediqué a volar por todos lados, probando, ¿no? Como cuando me trajeron la silla de ruedas  y  me dediqué a correr en ella por todos lados como si fuera una bicicleta. Siempre quise una y siempre quise volar también. Ejercitando el vuelo,  pasé rozando la urna, vi cuando venías, no supe frenar ni elevarme y  chocamos.
Ahora lo importante es que estamos en esta zona , que es como un mar  en el aire. Podemos contarnos cuentos, como los que te contaba cuando eras chiquita como una ranita de cristal . La sabiduría y la sensibilidad ayudan, los hechos nos empujan. Por eso escribí como campesino andino. Ahora estoy aquí, abandonado entre las piedras de los ríos que habitan al poeta Ramón Palomares.
 

Hubo algo que nunca entendí: cuando mis amigos hablaban del método, me encogía todo  y me daba risa. Era lo que llama la gente de ahora, un karma.  Yo no sé que vamos a hacer con el método ¿Quién le pone puertas al viento? Cuando me fui de Boconó tenía once años y no sabía leer. Mi mamá Vira, que sabía de momoyes y de lo que a uno le pedía el cuerpo, me encomendó a  Don Eugenio, que llevaba tres carretas de café para Barquisimeto, y él aceptó llevarme donde una prima de mi mamá para que me pusiera a trabajar y me enseñara las letras. 
  Yo la ayudaba a barrer el patio, a regar el sembradío de hortalizas, a limpiar el corral de las gallinas y cosas así. Ella me enseñó a leer en el libro Mantilla. Escribir me resultó difícil, las copias me horrorizaban porque Doña Rosalía me regañaba  cuando borraba y  ensuciaba el cuaderno.  Ella era una estupenda  cocinera que combinaba su arte culinario con detalles geográficos, algunas veces históricos y de vez en cuando alguna crónica social. “¿Le gustó la pizca? Ese plato es tachirense, busque al Táchira en el mapa a ver si sabe. Esa receta  me la dio Doña Ernestina, llorando, después que la dejó el marido por una cumanesa muy avispada que llegó al pueblo”.
También hablaba de método: la ele había que comenzarla desde la mitad exacta del lado izquierdo, ir subiendo -sin levantar la muñeca del borde de la mesa- y luego bajar hasta tocar la raya azul, momento en el cual había que hacer una  curva, como una u abierta. Me mareaban las rayas azules, y el orden metódico de Doña Rosalía.
 

Yo hacía mandados, y eso me daba cierta libertad, pero no toda la que  necesitaba para funcionar. Las calles de Barquisimeto son planas, mientras que en Boconó  hay calle arriba y calle abajo. En mi pueblo yo no tenía otras riendas que las cuerdas de mi pescuezo y mi nariz, para saber quién estaba cocinando qué, pero en Barquisimeto Doña Rosalía parecía ser omnipresente. Además, ya que sabía leer, me parecía que debía ir por ahí leyendo todo lo que había que leer. Un día me mandaron a llevarle unas telas a Don Nicola Bellini, un sastre que tenía su taller cerca de la Plaza Bolívar. Cuando llegué Don Nicolás estaba leyendo un libro y se reía muchísimo, tanto que se le salían las lágrimas, y la barriga le saltaba.
  Inmediatamente le dije – Buenas tardes Don Nicolás. Ya yo sé leer, ¿sabe? Y él: -”Yo todavía no sé nada, lea aquí, para ver si es verdad que sabe” y bueno, por ahí empezó nuestra relación laboral, comercial y cultural, que terminó  cuando me convertí en ayudante de sastrería y lector de aventuras que me hicieran reír, como las de Tirante el Blanco y las de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno. Yo hubiera querido seguir leyendo todos los libros de la biblioteca, especialmente a Don Quijote, un libro gordo que lo hacía reír a carcajadas, pero una noche Don Nicolás se levantó a orinar, vio la luz encendida en mi cuarto y me encontró leyendo. Entonces rezongó por el costo de la electricidad, porque me iba a volver loco, porque no ponía atención a la costura. A partir de entonces me permitía leer solamente un rato, y antes de irme a dormir, me quitaba el libro y cerraba con llave la biblioteca. Después le dio por “orientarme” y a mi me dio por conocer el mar.

58- La campana muda. Por Avalancha
60. El niño que no pesaba. Por Catalina


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Participantes

bobdylan:

Me gustó la segunda parte de tu relato; la primera tal vez no la entendí bien, me pareció como si tuviera mucho aire y poca esencia.

Te deseo suerte en el concurso.


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