Comenzar un cuento con ¨ había una vez ¨ es egoísta, ya que si había una vez, esa vez fue única en su ser de vez y no podría haber otra vez, ya que sólo hubo una, pero si ¨Había una vez una niña muy bonita¨ no podrían haber niñas bonitas otras veces, sólo esa vez hubo una niña bonita, entonces si quisiera volver a escribir ¨Había una vez una niña bonita¨ ya no podría, con lo cual estoy obligado a comenzar diciendo que ¨Hay muchas veces, cuantas veces haya, mujeres feas¨.
Hay muchas veces, cuantas veces haya, mujeres feas.
De continuar la historia tendría que ponerle una capa roja para que ella, la niña bonita que sólo hubo una vez, la usara tanto, pero tanto, que todo el mundo la llamara Caperucita roja. Pero, una capa hubo esa vez donde una niña fue sólo bonita esa vez, y ahora, si vuelvo a escribir ¨Su madre le había hecho una capa roja¨, no podría porque sólo fue en ese ¨Había una vez¨ y sólo una, donde una capa roja usó esa niña muy bonita. Ahora podría pensar en otra cosa, ya que estoy por fuera de esa vez que fue única en su ser de vez y que no es lo mismo que ¨de vez en cuando¨ o ¨ todas las veces¨ o ¨había varias veces¨ entonces podría escribir:
Hay muchas veces, cuantas veces haya, mujeres feas. Y en todas las veces que hubo, ya sea de vez en cuando, todas las veces o varias veces, una madre de una mujer fea quiso taparla con una capa, para no verle la fealdad cada vez que la miraba, ni para que otros preguntaran de vez en cuando, todas las veces o varias veces, de quien es hija esa mujer tan fea. Su madre la obligó tanto a usar esa capa que ella misma había tejido, que todo el mundo la llamaba La Tapada.
Un día, la madre le pidió que llevara unos pasteles a la abuela que vivía al otro lado del bosque, le recomendó que no se quitara la capa en ningún momento.
¡Hay muchas veces, cuantas veces haya, mujeres feas!
¡Hay mujeres veces, cuantas feas haya, mujeres veces! Caminaba y cantaba La Tapada
Hay muchas veces, cuantas veces haya, mujeres feas. Y en todas las veces que hubo, ya sea de vez en cuando, todas las veces o varias veces, una madre de una mujer fea recomendaba no quitarse la capa.
La mujer fea bajo la Capucha saltaba cantando pasteles, tenía el miedo en la capucha, entre la capucha y el pelo, entre la mirada y la voz de su madre, entre los ojos y la sombra.
La Tapada recogió la cesta con los pasteles cantados y se puso en camino. La mujer fea tenía que atravesar el bosque para llegar a la casa de la abuela y eso aumentaba el miedo y el desconcierto, ya que la fealdad era mayor para su abuela, era una fealdad que decrecía con las generaciones, así como el miedo de La Tapada.
La Tapada le tenía miedo a la cara de su abuela, a las manos de su abuela, a los ojos de su abuela, a la boca de su abuela, a la nariz de su abuela, a la voz de su abuela, a la mirada de su abuela, a su abuela y a la hija de su abuela. Ese mismo miedo era el que le ponía todas las mañanas la capucha sobre la cabeza y se la quitaba de noche, cuando la madre dormía.
La perra madre que me parió, repetía La Tapada sin voz. Ojalá las dos perras se mueran, repetía La Tapada diariamente, sin voz y sin esperanza.
Tenía que atravesar el bosque para llegar a la casa de su abuela ¨La perra mayor¨ como la llamaba La Tapada, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con los amigos.
apenas hundo los pies en el pasto siento por debajo la tierra humedecerse de placer haciéndose agua con el roce de mi cuerpo que no entrego a la tierra que desea y respira y se moja por debajo de las pisadas por debajo del verde por debajo del calor camino y veo el sudor de la tierra transformado en un rojo líquido que se desparrama organizado bajo el cuerpo de mi abuela de mi perra abuela y de mi madre de mi perra madre que parió mi perra abuela apenas perras ahora las veo muertas sobre la humedad de la nada que las rechaza y camino por el bosque, esquivando árboles que se van hundiendo en el pasto por arriba de la tierra que se humedece de placer con el crecer de los árboles esta tierra que desea árboles y que transpira y se moja por debajo de las raíces y entonces veo a mi madre sonriendo detrás del tenedor que sostiene un pedazo de carne esperando hambrienta de satisfacción que yo lo rechace que no lo quiera o lo escupa que de vuelta la cara o la ignore pero lo como y lo como con placer haciendo ruidos de placer lo como y la miro a los ojos como queriéndola como dándole las gracias por ser tan amable y entonces empiezo a chupar el tenedor a lamer el hierro frío de su mano los dedos tibios de odio y la muerdocomunaperra y grita y llora y memaldice y meodia y laodio y nosodiamos y espero que alguien me ayude que esas dos perras no ladren que esas dos perras no coman que esas dos perras no caminen que esas dos perras laman la muerte y entonces camino y camino y camino y camino por el bosque sola a la espera de mis amigos los pájaroardillas que no están ni me esperan y camino por la oscuridad del bosque que brota del pasto como niebla que humedece lo frío que enfría lo húmedo y el bosque va atravesando de a poco mi cuerpo mi vida mi caminar mis pensamientos veo un lobo un enorme lobo y las palabras caen sobre las hojas secas que transpiran oscuridad y caen adonde vas hermosa y se arrastran como una víbora que hace crujir las hojas adonde vas hermosa y parecen lágrimas que se estrellan contra un vidrio sucio adonde vas hermosa y tiene el tono de las voces encerradas detrás de los ojos adonde vas hermosa escupo a casa de mi abuela lloro a casa de mi abuela se me cae a casa de mi abuela le digo a casa de mi abuela busco ayuda a casa de mi abuela trato de decirle que es una perra a casa de mi abuela que es la perra mayor a casa de mi abuela que está bien si se la come a casa de mi abuela que se coma también a mi madre a casa de mi abuela le veo los ojos quietos por unos segundos como si pensara algo como si aullara en silencio detrás de la piel negra suciagris de tierra semimate oscura apenas erizada y no está lejos se oyó pensar no está lejos se pensó decir no está lejos me expliqué la media vuelta del lobo que desapareció
La Tapada apoyó la cesta sobre el pasto y se entretuvo juntando nadas.
El lobo llegó a la casa de la perra mayor y esperó que saliera, recostado en el pasto esperó y esperó. La perra madre ladró a la puerta, quería confirmar que La Tapada cumpliera con la orden, y la perra mayor abrió, el lobo saltó de un sólo golpe, de un sólo susto. Las perras se abrazaron recostadas sobre el pasto y el lobo se abalanzó primero sobre la perra mayor.
Tenso sobre el pecho de la vieja perra con sus patas delanteras apoyadas en los hombros y sus patas traseras en la pelvis, salivando ganas de morderla, erizándose con los gritos perros entrecortados por el miedo, fijaba sus ojos rojos de satisfacción sobre el miedo de la perra mayor, sobre el olor a perra mojada y le clavó los dientes en el cuello tironeando hacia atrás y hacia los costados pedazos tiernos de carne, chupando de a sorbos la sangre tibia que le ayudaba a masticar, a calmar la sed, la ira, la sensación de vacío en el lugar del estómago, y luego la cara, la cara flaca, la cara de piel, la cara de hueso, y los tirones, los tirones que le arrancaban la piel de los huesos y dejaban los gritos rojos, sangrando, expuestos al dolor del sol.
Cambió de un salto de perra.
Y se paró sobre la espalda que se arrastraba en el pasto queriendo huir, mojando el pasto con lágrimas de perra, temblando con el miedo en los ojos, mientras las pezuñas del lobo le abrían el vestido que se iba enroscando con los temblores y el miedo y se enrollaba sucio y rojo sobre el pasto hasta abandonar a la perra desnuda que se deslizaba con un lobo encima, aferrado a su espalda, mordiéndole el cuello y tironeando hacia los costados, salpicando de rojo el verde del pasto, de terror los gestos de la perra que se desangraba sobre lo verde, debajo de un lobo que le mordía los gritos.
La Tapada llegó y vio los cuerpos distanciados sobre el pasto, se arrodilló al lado del lobo, que todavía estaba agitado y con los ojos agrios. Lo acarició una y otra vez qué ojos grandes tenés lo acariciaba a contrapelo erizándolo, qué ojos grandes tenés lo acariciaba peinándolo qué ojos grandes tenés lo acariciaba mirando a la perra mayor enrojecida sobre el pasto qué orejas grandes tenés lo acariciaba mirando a la perra mayor enrojecida sobre el pasto qué orejas grandes tenés lo acariciaba mirando a la perra madre semidesnuda qué orejas grandes tenés lo acariciaba a contrapelo mirando a la perra madre arrastrada hasta la muerte son para verte mejor acariciaba al lobo y sonreía son para verte mejor lo acariciaba mientras miraba a las perras quietas, aplastadas por el aire de la tarde son para comerte mejor acariciaba al lobo pasándose la lengua por el borde del hambre son para comerte mejor se acariciaba el hambre por el borde de la lengua son para comerte mejor se acariciaba el borde por la lengua del hambre qué dientes grandes tenés acariciaba al lobo y reía mostrando los dientes al recuerdo de las perras qué dientes grandes tenés acariciaba al lobo mostrando los dientes a la tarde.
Destapada se puso a caminar se puso a irse se puso a vociferar se puso a alejarse se puso a reír se puso a llover se puso el sol.
Como experimento se agradece el esfuerzo, pero el galimatías que formas es mayúsculo y el resultado me temo que no es precisamente brillante. La primera parte quizá me gusta menos, es como un trabalenguas o una disquisición farragosa; a la segunda aún podría encontrársele más mérito por cuanto supone la recreación de un clásico de la literatura sobre el que se ha escrito tanto que resulta casi imposible ser original, y cuando menos, ya te digo que originalidad no le falta a tu relato.
Te deseo suerte en el certamen.
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