V Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen

19 marzo - 2008

51-Sueños con piercing en el ombligo. Por Mafalda

¡Tienes una boca en la barriga, como los tiburones!More...De esta manera la despreciaban y se reían de ella cuando de niña en el recreo se despachaba una caja de bollicaos y dos botellas de cola cao. Durante su adolescencia comenzó a engordar desmesuradamente. A todas horas tenía hambre. La grasa se iba depositando en su barriga hasta descolgarse sobre los muslos, luego se le enroscaba en las piernas como un cuadro de Botero, y sus nalgas poderosas amenazaban la estabilidad de las sillas.

Según los médicos, este problema se debía a su vida sedentaria —doce horas sentada ante el ordenador—, a su alimentación desordenada  —fast food, fue el nombre que pronunciaron los nutriólogos, que estaban a la última—  y, lo más probable, a un defecto de fabricación de su estómago, demasiado grande para conformarse con una alimentación normal.

De pequeña había aprendido que éste órgano, con forma de saco, era elástico y poseía una capacidad de algo más de mil centímetros cúbicos… pues bien, su saco estomacal era excesivo, era un tragaldabas de feria, un buzón de correos, una máquina tragaperras, una hipoteca con euribor… en resumen, un devorador insaciable que se pasaba el día requisando la nevera, un escualo con las fauces en la barriga, un caníbal que estaba arruinando su silueta, su salud y su felicidad.

La chica acudió a dietistas de prestigio que le recomendaron comer con frecuencia y en pequeñas cantidades, pero su trabajo —doce horas frente al ordenador— le impedía seguir este plan. Le aconsejaron seguir las dietas de Internet:  probó la de la alcachofa, la de la toronja, la del pomelo…la ingesta de un solo alimento era el milagro, mearía tanto que la grasa se iría por el retrete.

Se ilusionó ante la pérdida de kilos. En la primera semana había soltado siete. A ese ritmo, a kilo por día, en tres meses podría lucir la moda primavera-verano. Aunque el estómago le ladraba como una jauría de perros, ella lo soportaba con estoicismo, poniendo mucha voluntad, pero, por si acaso, había mandado poner un candado en la nevera. Lo que no sospechaba era que las dietas milagro por Internet acarreaban un inconveniente: en cuanto se dejaban… los kilos regresaban como un boomerang australiano.

Sus amigas querían estar delgadas para llegar a ser modelo de pasarela, o acudir a un casting para salir en una serie de televisión, y algunas más modestas lo que pretendían era ser dependienta de una tienda de moda; pero ella, desde su adolescencia, soñaba con lucir un piercing en el ombligo, un piercing de oro en una barriga plana.

La muchacha volvió a ganar peso con el paso de los años. Se apuntó a un gimnasio  donde en la sala fitness se amontonaban máquinas cromadas de elegantes líneas, para quemar grasa y reducir volumen a base de pedalear sin llegar a meta alguna, correr sobre una cinta sin moverse de la plataforma, subir peldaños sin tocar la cumbre… En la sala muchos jóvenes se entregaban como posesos a pedalear al ritmo de una música infernal que al máximo de decibelios marcaba el movimiento; al terminar la serie, la joven recogía el sudor que empapaba el suelo con una fregona. Aquello no funcionó porque el proceso era demasiado lento, y se deprimía ante aquellos cuerpos de jovencitas de cintura y caderas de barbi.

 Desengañada, abandonó los lugares públicos y se encerró en su casa. Esta drástica decisión le sobrevino con la nueva moda primaveral que coloreaba los escaparates al finalizar la época de rebajas. Las tallas eran tan exiguas que a ella solo le hubieran cabido en uno de sus brazos. Su armario llegó a ser tan raquítico como el de una monja. Ya sólo podía vestirse con túnicas como las del cantante Demis Russos.

Ahora se quedaba frente al televisor alimentando aquel saco insaciable, más voraz que el mercado inmobiliario, con cajas de pizzas esparcidas por el suelo, una fuente de palomitas en la boca del estómago y cajas de dulces en el sofá.

—Si no te mueves, te quedarás anquilosada —le decía su madre.

—No pienso moverme nunca más.

—Eso no es bueno para la salud.

—Para qué la quiero… yo lo que necesito es adelgazar y lucir un piercing en el ombligo.

La madre, con la preocupación de todas las progenitoras, se informó de las operaciones de reducción de estómago. Al parecer eran la solución que necesitaba su hija; había sin embargo un porcentaje de riesgo… pero cualquier cosa era mejor que verla consumir su vida, recluida ahora entre cuatro paredes viendo revistas de tatuajes y pasarelas de moda.

La chica accedió a ir a la consulta de la corporación que anunciaba el milagro de la reducción de estómago. El cirujano —un médico de sonrisa blanca y de sienes  plateadas— le enseñó varias fotos de mujeres y hombres sin rostro, hechas antes y después de la operación, según las cuales, aquellos cuerpos anónimos se habían librado del voraz escualo y ahora podían lucir la tripita que se había puesto tan de moda en el país; pero dada la seriedad de la empresa a la que representaba —subrayó el doctor—, quería dejar patente el riesgo que podía correr la muchacha durante la operación o en el postoperatorio.

Y como suele pasar con frecuencia ante la indecisión, a la chica le comieron el tarro —y de paso la ilusión de acabar con su pesadilla— echando mano de estadísticas con malos augurios que aseguraban la pocas posibilidades de salir viva de la mesa de operaciones. Sus amigas le mostraban la prensa: “mujer de 35 años muerta en una reducción de estómago”… ”un hombre joven fallece a los pocos días de darle el alta como consecuencia de una reducción”… Los telediarios aireaban las mismas siniestras noticias sin que la presentadora descompusiera el gesto, tal como un minuto antes había anunciado la subida de la Bolsa o el tiempo climatológico del fin de semana.

 Así que  la balanza de las decisiones se inclinó finalmente a no someterse a la operación. La muchacha se volvió a encerrar en su alcoba con un único propósito: dejar de comer, no alimentar al insaciable estómago. Si no ingería comida del exterior, aquel caníbal tendría que recurrir a la grasa de alrededor, con lo que poco a poco se libraría de su gordura.

A partir de entonces hizo oídos sordos a las palabras angustiadas o amenazadoras de su familia; no abría la puerta a nadie y pasaba el tiempo hojeando revistas de moda juvenil con piercing en la barriga, con el único asesoramiento de una báscula. Sentía por dentro como si un ejército de hormigas voraces se asentara en la boca del estómago y, sin cuartel, fueran invadiendo los demás órganos devorando sus defensas lenta e implacablemente. La muchacha perdía peso, los kilos se caían de la báscula al tiempo que recobraba sus sueños. La joven se iba pareciendo cada vez más a las modelos de las pasarelas que tienen nombre de diosa griega y a las barbis del gimnasio; ponerse un piercing en el ombligo estaba cada día más cercano.

Los padres angustiados golpeaban la puerta una y otra vez:

—Si no comes te morirás.

—Dejadme en paz, no saldré hasta que esté delgada.

—Avisaremos al médico y derribaremos la puerta.

—¡Niña, entra en razón!

Y llegó la estación del calor en el hemisferio norte, que era donde la joven vivía esclava de las tendencias de la moda, y donde sufría la insaciabilidad de aquella doble boca. Una mañana se despertó con una sensación extraña de abandono, como si algo se estuviera desasiendo de su cuerpo. Intentó levantarse de la cama y las piernas no la acompañaron… Miró debajo de las sábanas: dos piernas flacas y cárdenas reposaban separadas de los muslos, y a la altura del ombligo sentía un fragor interior como el de una horda de orugas devorando sus tejidos. Quiso gritar para que detuvieran su festín…, pero de su boca no pudo salir palabra. La muchacha fue desapareciendo bocado tras bocado hasta que, sobre la cama, sólo quedó una masa muscular. Cuando los médicos, alarmados por la familia, derribaron la puerta, sólo encontraron un gigantesco estómago que se contraía y se dilataba rítmicamente, produciendo un alboroto en su interior como de digestión muy pesada. La habitación exhalaba un olor a grasa rancia mezclada con el agua de rosas del perfume de la joven.  Un rayo de sol del incipiente verano se abrió paso desde la ventana arrancando destellos como de un piercing metálico que estuviera prendido a la altura del ombligo

 

 

50- Estadísticas. Por Huanquyi
52- El Pasillo. Por Yuri


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Participantes

Apis:

Oscilando entre el drama y la ironía,bonitos símiles para nombrar ese apetito desmedido de comida que encubre otras muchas hambres.Me ha gustado.


Isabel:

Un excepcional relato que oscila entre la esperpentica realidad y el sueño que hace estremecer al lector.


Gorko:

Me parece brutal este relato porque muestra muy sutilmente una realidad amenazante y terrible de una sociedad estúpida, marcada por las tallas y las marcas de ropa. Basta ya de estupidez humana por dios!
Felicidades «Mafalda»


Alfonso:

Me he sentido atrapado por ese voraz estómago que la sutil ironía descriptiva de Mafalda hace tan presente y sensible. Creo que pude escaparme porque fue mayor mi interés por sobrevivir para felicitar a la autora ¡que mujer ha de ser! ¿no?


Mafalda:

Curioso que tanto Gorko como Alfonso hayan coincidido en lo sutil del relato. Gracias por vuestros comentarios.


Cristina:

Mafalda en estado puro: mordaz, irónica pero, sobre todo, crítica con una sociedad que se escuda en estereotipos y que alimenta -con su necia ausencia de criterio- a toda esa horda de bastardos, inútiles y holgazanes individuos para los que la única razón de existir es la estética y no la ética. Sugerencia: eliminemos esos falsos espejos que distorsionan nuestra visión e impiden abrir ventanas al exterior. Felicidades Mafalda


Delgadina:

Muy bueno Mafalda, el tema y como lo has tratado,la preocupación de esta sociedad por el aspecto físico nos está llevando a agradir contra nuestro propio cuerpo. El final, una estupenda metáfora de la vida.

Suerte en el certamen


Dómine:

Mis más sinceras felicitaciones Mafalda, pues la historia es tan real como la vida misma. Vivimos en una sociedad muy cruel aunque la autoexigencia nos suele pasar factura. Malditos complejos que nos imponemos o nos imponen.
Bueno, no me enrrollo más, solo quiero reiterarte mis felicitaciones y animarte a seguir escribiendo.


bobdylan:

El lenguaje que empleas me ha parecido ramplón, y la historia tampoco es que sea gran cosa. Creo que la ironía o el humor no deben estar reñidos con la calidad y, aunque me duela decirlo, el tema que aborda tu relato puede que sea bastante actual, pero en cuanto a calidad deja bastante que desear.

Claro que esta es una simple opinión, naturalmente.

Te deseo suerte en el certamen.


Govani:

Pues a mí me ha gustado, Mafalda. Quizás yo no pueda ser imparcial porque este tema es muy cercano para mí, y quizás me haya atrapado por eso. Ya no sé que más decir, sólo que a mí me ha gustado, es una opinión,
Un saludo


José Antonio:

Estimada amiga (Mafalda), me entusiasma el sarcasmo de tu historia. Es – en cierta forma – un reflejo de la sociedad en la que vivimos, un poco loca – o que se hace a conveniencia – que encuentra desahogos a sus locuras de las formas más inverosímiles e inimaginables. Tu sabes que mi corriente de escritura es otra y puedes creerme, sería incapas de coordinar un relato; de ahí que me guse lo que escribes aunque, a veces, a juicio de ser sincero, no lo interprete en su debida inmensidad.
José Antonio.
18-4-08


Poma:

Un relato desgarrador de verdad. Me ha gustado mucho y creo que transmites las ideas francamente bien.
Te deseo mucha suerte en el concurso.
Un saludo


Norma Jean:

Entré a leer el relato por los votos y comentarios pero, sinceramente, me ha defraudado un poco. Es únicamente una cuestión de estilo con el que no me identifico. De todas formas, suerte.


libélula:

A mí personalmente me ha gustado tu relato. Tiene ironía, describe un problema de nuestra sociedad, y narra un final dramatico. En cuanto al estilo que comentan otros, creo que en este certamen caben todos los estilos posibles.!Mucha suerte!


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