Recostado sobre el paredón no podía salir de su asombro. Su cara mostraba una alegría inigualable, aunque, tal vez, en el fondo no lo pudiera entender. Había vivido las últimas veinticuatro horas de una manera decididamente diferente, había probado el gusto de la palabra ilusión.
Faltaba aún una hora para las diez, momento en que se encontraría con el Cacho. Éste le había pedido que lo viera en su estudio. Era extraño que alguien le pidiese algo, es más, que se dignaran a dirigirle la palabra.Con el Cacho la cosa era distinta, no sé, quizá sentía que no lo miraba como todo el mundo… con desprecio.
Él era el tonto del barrio, el blanco de cuanta burla y cachada circulaba. Había nacido en ese lugar y de él nunca salió. Cirujeando y viviendo más en la calle que con su desarticulada familia se le había ido la niñez y la juventud. No era viejo, ni mucho menos. Pero por su aspecto, sus treinta años parecían el doble. Desaliñado, barbudo y bastante sucio vagaba por las calles. Cada día tratando de pasar ese día. Sin pensar en mañana. De su familia le había quedado una casucha toda destartalada, que no llegaba nunca a arreglar.
El Cacho había sido “El Amigo” de su infancia. Las cosas de la vida, las cuestiones de clases sociales, separaron sus destinos. Cuando Cacho creció un poco, nomás, no pudo asimilarlo a su grupo de compañeros y amigos. Los intereses y necesidades de cada uno no eran compatibles. La brecha entre ambos se fue agrandando, lo demás, lo hizo el tiempo.
Cacho estudió, se recibió, se casó, e instaló un estudio, tenía un trabajo, lo que se dice, respetable. Y sustancioso. Pero siempre disponía de una sonrisa o un saludo, tal vez medio distante, pero cordial para él. El Cacho no tenía la menor idea de lo que eso le significaba.
En sus callejeadas, ofreciéndose para changas, pasaba con frecuencia por la casa o el estudio de el Cacho, para que él lo mirara nomás. Para respirar su perfume, seguro importado.
Dio vuelta la esquina y lo vio. Subía al auto. La pucha, pensó, no me va a ver. ¡La pucha! Y se quedó parado, ensimismado, sin advertir que arrancaba. Pasó a su lado y aminorando la marcha le dijo: mañana a las diez pasá por el estudio que tengo algo para vos. No lo podía creer. ¡ Tantas palabras y todas para él!. Dio unos pasos como en las nubes. Y volvió a doblar en la esquina, esperando verlo otra vez. Y volvió a doblar en la esquina, para ver si no era un sueño. Y volvió a doblar en la esquina, esperando…soñando…
Se le hizo chicle. Un día infinitamente largo. Un día diferente, imaginando, él ¡imaginando! En la tarde no salió, arregló un poco su ropa para verse mejor, y a cada rato le saltaba la curiosidad por saber que tendría el Cacho para él. Pensó las mil y una cosas. Esto ya lo hacía feliz. Por fin llegó la noche. Le costó conciliar el sueño, por la emoción. La misma que lo hizo madrugar. Hacía tiempo que no se bañaba, ahora resultaba necesario, pero fue un baño con gusto, no recordaba otro igual. Un toque de perfume como el del Cacho hubiera sido el broche de oro…o tan solo unas gotas de colonia…
Faltaba aún una hora para las diez, y la ansiedad lo podía.Ya listo, decidió salir a la calle. Caminaría hasta la hora señalada.
Puntualmente, con su mejor pantalón y camisa, casi irreconocible, se presentó en el estudio de el Cacho. Justo en el momento en que éste salía. Disculpame , le dijo. ¿El Cacho le estaba pidiendo disculpas a él?. Me llamaron urgente, así que te lo digo rapidito. Tengo entradas para la carrera de autos del domingo en Balcarce y pensé que te gustaría venir conmigo. Yo te invito, por supuesto. Mañana o pasado nos vemos, total faltan unos días, y me confirmás. Ahora te dejo por que como te dije tengo una reunión en el banco.
Menos mal que al lado del estudio estaba el paredón. Si no se desplomaba en el piso. Las palabras le daban vueltas y vueltas en su cabezota. Las preguntas saltaban una tras otra. ¿Una invitación? ¿Para ir con él? ¿Una carrera de autos? Su sueño dorado desde pibe… miraba con tal asombro el papelito, propaganda de la carrera, que el Cacho le había dado en la mano…Que importaba que el no lo pudiera leer…la alegría era tan grande que no le cabía. ¿Confirmar? Era un hecho.
Tenía por delante tres días más de ilusión y un domingo, ya, inolvidable.
Los tontos del barrio suelen llevar encerradas en alguna parte las claves de la felicidad. Mucha suerte. Mi felicitación y mi voto.
Debe identificarse para enviar un comentario.