Vale más hacer y arrepentirse,
Que no hacer y arrepentirse.
N. Maquiavelo
Mientras camina hacia un lado y otro del cuarto con la puerta y las ventanas cerradas, Martín pasa el teléfono de la mano izquierda a la derecha, luego a la izquierda, y nuevamente a la derecha. De pronto se sienta en al cama, saca un papel arrugado de su bolsillo, prende el teléfono y tras un suspiro estrepitoso, marca.
Oye el primer tono, le tiemblan las manos, el sudor se apodera de su frente, sus mejillas cobran un color rojizo, y cuando siente que la voz no piensa escapar de su garganta, se llena de temor y cuelga cobardemente. Se para y sigue caminando alrededor del cuarto, entre tanto piensa:“…si me dio el número es porque quiere que la llame. Además había re buena onda entre nosotros. La llamo.”
Se detiene, mira dudosamente el teléfono anidado en su mano y dice:
“No, no puedo. ¡Soy un boludo! ¿Qué mierda me pasa loco? Es una mina nada más. Como me dijo El Vasco (si te dio su número es porque quiere lo mismo que vos…) El Vasco siempre tiene razón con esas cosas. La llamo… ¿Pero si ella no quiere lo mismo que yo?”
Martín deja el teléfono sobre la mesa, se sienta, se pasa la mano por el pelo, se rasca el parte posterior de la cabeza y mira el techo. Queda unos segundos así, inmóvil, estático. Y luego de tranquilizarse toma el teléfono y marca rápidamente. Sin pensarlo siquiera un instante. Sabiendo que el mínimo uso de la razón despertaría ese temor, ese miedo a quien sabe que (quizás al rechazo, quizás a una burla escondida que él fantasea…) Se agacho un poco hacia adelante en la silla, puso su mano bajo el mentón y con una postura muy parecida a “El Pensador” de Rodin, escuchó del otro lado del tubo una voz agresiva:
-¿Quién es?
– ¿Carolina? -descubrió Martín a su hermana mayor tras esa voz –. Corta que estoy hablando. –dijo Martín violentamente y a dúo con el tono que indicaba que algún teléfono había sido discado.
Nuevamente lo gobernaba el temblor, el miedo, y ese balbuceo que se agudizó aún más cuando se sumó otra voz.
-Hola.
-Hola emmm… -sólo eso llegó a decir Martín mientras retomaba una posición recta sobre la silla. Estaba al borde del colapso, tenía la mente en un blanco total. Cuando su hermana apareció de la nada.
– Hola, ¿Marce? Soy Caro.
-Ay Caro mi amor, ¿cómo estas?
-Bien, bien, ¿Juli está por ahí? -esa conversación fue una especie de bálsamo para Martín, que ya se estaba arrepintiendo de todo y se despotricaba con vehemencia.
Cortó el teléfono, cerró los ojos y se recostó en el respaldo con la cabeza hacia atrás como si hubiese corrido una maratón de 4 días por el desierto. Luego se enderezó, abrió los ojos, y sonrió como sintiendo algún tipo de alivio.
Se paró bruscamente y salió en busca de un vaso de agua, tenía la garganta seca. Cuando regresó, ya saciado por completo, chequeó el estado de la línea telefónica. La cual descubrió estaba ocupada, al aturdirse con el estruendoso “¡basta Martín!” que vociferó su hermana luego de que él le haya preguntado “¿te falta mucho?”
Innecesario puede considerarse el apuro de Martín si se tienen en cuenta sus arrepentimientos, sus dudas, y el tiempo que tardaría en decidirse y tomar confianza una vez libre el teléfono.
Quedó casi inerte mirando pared, poca diferencia existía entre sus ojos y los del futbolista que estaba en el póster de la pared. Hasta que el tedio fue más grande y pensó “¿qué hago hasta que corte esta mujer?” Era una duda inmensa, de cabal importancia. Mucho más difícil y compleja que su cuestionamiento sobre llamar o no llamar a María. Ya que ignoraba por completo cuanto tiempo tenía que emplear en la actividad. El televisor podía arrastrarlo a un mundo de pasividad tan grande que perdería absolutamente la oportunidad de retomar el sendero. Esto también anulaba la posibilidad de leer algún libro, aunque él tampoco era muy devoto de la literatura. Por algún tiempo pensó en ir a la computadora, su hobby, pero sabiamente concluyó que no era útil cambiar de universo. Todas sus conjeturas lo limitaron a una guitarra vieja con la que había empezado a tomar algunas clases. La sacó de la funda al igual que sus machetes, los vio detenidamente e intentó un acorde. No llegó a corregirlo, ya que Caro entró por la puerta sin golpear:
-Ya está nene, habla si querés. Yo me voy un rato al centro con Juli. Si me llama alguien anota quien es que yo después lo llamo.
-Ah buenísimo, gracias.
En realidad no era para ponerse tan contento. Aunque cualquiera que lo hubiese escuchado desempeñarse en la guitarra opinara lo contrario. Nuevamente iba a enfrascarse en esa duda. Llamar o no llamar, he ahí su dilema.
Automáticamente empezó a maquinar.
“¿Cómo arranco?…Hola Mer, ¿cómo estás? No, no, no. Hola Mer, soy Tincho ¿te acordás de mi?… ¿Y si me dice que no? Ahí estoy muerto… ¿Y cuando me pregunte para que la estoy llamando? Ahí también cague. Bah, no. La estoy llamando para ir a tomar algo. ¿O no? Capaz es muy rápido para eso. Aunque no va pasar nada. Vamos, tomamos algo, todo bien. Sí, la llamo.”
Agarró el teléfono con más cancha que las veces anteriores. Y discó número a número casi de memoria, sólo veía el papel para corroborar. No podía permitirse un error después de tanto tiempo de meditación. Le costaría horas y horas de análisis.
Escuchó los tonos sucesivos que indicaban que el número al que estaba llamando se encontraba ocupado. Colgó decepcionado. Tanto pensar para nada. Como era inevitable volvieron las dudas, cada vez menos racionales.
“¿Y si todo esto es una señal?” Arriesgó una teoría completamente descabellada. “Capaz alguna fuerza, algo, está conspirando para que yo no la llame.”
-¡Ah!-gritó en voz alta- que pelotudeces estoy pensando. Dale martín dejate de joder, por Dios.
Tomó el teléfono sin vacilar. Estaba decidido a que este intento sería fructífero. El primer tono limpio y solitario lo alegro. Pero su felicidad duró hasta el tono siguiente que le devolvió el miedo y las dudas. Y antes de que llegue el tercero entró su madre al cuarto, tal fue la sorpresa y el pavor que colgó inmediatamente.
-¿Martín vos comes acá hoy?
-Yo que se…sí -contestó entre irritado con la situación y molesto por la pregunta estúpida que formulaba su madre- Son las seis y media recién. ¿Por qué?
-Porque Carolina me acaba de llamar que come en lo de una amiga, y papá y yo vamos al cine. Así que te quedas solo. Pedite algo, no se. Te dejo plata arriba de la mesa del comedor.
– Bueno si.-respondió Martín desganado y sin prestar demasiada atención.
Al irse su madre se maldijo y volvió a considerar la opción de las fuerzas sobrenaturales. Pero rápidamente descartó la idea por otra.
“¿Y si tiene identificador de llamadas? Voy a quedar como un boludo. Le va a aparecer que llame mil veces y corte. ¡No puedo ser tan gil, por Dios! Además con la mala suerte que vengo teniendo últimamente con las minas…es obvio que a mi me pasa lo peor.
Bah, en realidad le puedo decir que no me podía comunicar, o algo así. Encima una vez me dio ocupado en serio.”
Finalmente cayó en la idea de que el pensar tanto era lo que le proporcionaba este infortunio, y más aún este malestar. Así que puso su mente en blanco, no planeó absolutamente nada, dejó todo librado al destino. Estaba tranquilo, sentado y con los ojos cerrados. Ni muy relajado, ni con demasiada tensión. Quizás le hubiese hecho falta una pizca más de confianza para estar a un ciento por ciento. Pero en rangos generales se encontraba en un estado óptimo.
Luego de los tonos a los que ya estaba acostumbrado. Oyó una voz desde el otro lado, sólo que no era lo que esperaba. Era una voz notoriamente masculina, aventurándose pensó “es el padre.” Pero esta vez había decidido ser valiente, y por lo visto estaba bastante comprometido con la decisión.
-Hola.
-Hola, ¿está María? –preguntó Martín con amabilidad, y la voz más firme y segura que pudo soltar.
-No, no. Acá no vive ninguna María.-en ese instante Martín sintió el peso del universo sobres sus hombros.
“No puede ser” se dijo negándolo. “¿Habré marcado mal?” se cuestionó sin esperanzas. “O capaz que el viejo es flor de guarda bosques e inventa todo esto…” Continuó suponiendo hipótesis realmente improbables. Hasta que el señor desde el teléfono revivió:
-Pero, ¿vos estás seguro que marcaste bien? Porque para mi está andando medio mal el teléfono.
Martín comenzó a dictar el número ávidamente, estaba ansioso por escuchar de esa voz, la cual ya le estaba empezando a parecer hermosa, “no, ese no es el de acá”. Pero…
-Sí pibe, el número está bien. Pero acá no vive ninguna María.
-Ah, está bien… Y una pregunta ¿por qué usted creía que el teléfono podría llegar a estar andando mal?
Martín estaba enojado, aunque no lo demostraba. No entendía porque ese señor, que tenía una voz horrenda, le había fundado vanas ilusiones. Aunque ellas hayan durado pocos segundos.
-Y porque toda la tarde estuvo sonando el teléfono y cada vez que atendía no había nadie.
La angustia por marcar por primera ver un teléfono. El miedo a enfrentarse con qué decir, con la reacción de otro. La indecisión. Muy bien narrado. Algún día tendríamos que hacer una recopilación de historias de teléfonos. Mi enhorabuena y mi voto.
Debe identificarse para enviar un comentario.