A sus cuarenta y cinco años, Clara es aún una mujer muy atractiva. Morena, de grandes ojos oscuros y una boca perfecta. Cada mañana, se examina ante el espejo. Todavía –y es un pequeño milagro- no se insinúan las patas de gallo. Bien. Pellizca levemente los contornos de la cara. Buen trabajo de las cremas reafirmantes. Sabe que, ahora, cada día es una batalla contra el tiempo y, como un buen general, evalúa los daños.
Desnuda, levanta los brazos y cruza las manos por detrás de la cabeza. Sus pechos, que de adolescente la avergonzaban en una época de cuerpos andróginos, siguen el movimiento ascendente. De perfil, mete barriguita con las manos en las caderas. “Bueno, -piensa- todavía hay un cuerpo”. Y se ríe, con una punzadita de amargura en su risa.
A veces piensa que para qué. Entonces, durante una temporada, se abandona. Con un placer morboso, se “echa al barro”, como les dice entre risas a sus amigas –esposas, también, de hombres ocupadísimos- , cuando se reúnen diariamente a tomar café.
– Pero, Clarita, ¿otro pastel? ¿Estás loca, chica?
– Sí, niña. A partir de ahora, nada de ensaladas y plancha. Salsas y merengue, y no me refiero a bailes.
Luego, claro, le entran los remordimientos. Cuando ve que no puede abrocharse sus vaqueros elásticos talla 40, y que ese trajecito que tan bien le sentaba, se le ciñe ahora de un modo bastante ordinario. Entonces vuelve con ahínco a sus dietas espartanas y a sus sesiones agotadoras de aeróbic, cinta andadora, bicicleta estática y demás infernal aparataje de esa sucursal de las calderas de Pedro Botero que es un gimnasio.
Por eso, cuando a través de sus hijos –que apenas la necesitan ya- descubrió Internet…se imaginó que había abierto una ventana por la que asomarse a otro mundo más amplio, lejos de los rígidos círculos en que la encierra su pertenencia a la elite patética de una pequeña capital de provincias.
Al principio, exploró en los buscadores. A cada palabra que tecleaba, miles de entradas la remitían a otras tantas páginas. Pero después, este juego se hizo aburrido. Probó en los chats. Navegó por sus canales. Uno de ellos le llamó la atención. Canal “Arte”. Prometía ser “un lugar de encuentro entre artistas”. Y recordó.
Sus ilusiones, sus proyectos. Terminar Bellas Artes e ir a París, como todo el que quería ser algo. Montmartre, “le Quartier Latin”…eran sus “ábrete, sésamo” hacia un mundo excitante. Se veía como una especie de Juliette Greco, años 60, ejerciendo de musa de la “gauche divine” en una existencia bohemia lejos de aquella atmósfera asfixiante.
Evocó también la entrada de Gonzalo en su vida. Once años mayor que ella, tan serio, tan buen partido, con su aura falsa de hombre de mundo. Se sintió halagada por su cortejo, lleno de detalles a la antigua. Su madre, viuda, en su afán por delegar responsabilidades en otros brazos, la presionaba: “No lo dejes escapar”. El noviazgo fue breve. La luna de miel, más. Eran tan distintos… Ella, toda imaginación, fantasía, deseos de volar. Él, positivo, realista, planificando el mínimo detalle de sus vidas. Veintidós años en común. Tres hijos. No podía añadir nada más que mereciera la pena a este balance.
Cada día entraba al chat con un nombre diferente. Unas veces se hablaba de arte; otras, de mil tonterías, pero el ambiente era el de sus sueños. Gente disparatada, algo loca, que se peleaba, que se zahería con maldad fingida. Al principio se sintió cohibida, luego se atrevió a intervenir, cada vez con más frecuencia. Fue conociendo a todos los habituales. Entre ellos, “Ramsés”. Le fascinaban su cultura, su sentido del humor, la originalidad de sus opiniones.
Una tarde, dio el paso. Entró como “Nefer”. Simuló un encuentro casual, basado en la coincidencia de nombres.
> Es mi primer día aquí, ¿sabes?
Al principio, hubo un intercambio de réplicas agudas, un fuego de artificio verbal. Gozó con desplegar ante él toda su gracia, sus conocimientos, fruto de una pasión lectora con la que suplía la falta de pasión de su vida rutinaria, procurando evitar la pedantería con quiebros irónicos.
>Tengo que irme ya. Me ha gustado mucho hablar contigo, pero…
> ¿Ya? Bien…no tengo mucha experiencia en esto, pero…creo que la gente suele quedar, ¿no? ¿Vendrás mañana?
> Es posible. Me ha gustado el ambiente de este canal. Y tu conversación. Y ahora, buenas noches.
> Un beso, encanto.
> Otro a ti.
Conversaron durante muchas noches. De arte, de literatura, de política, de historia… Evitaban los temas personales. Si hablaban de sentimientos, lo hacían en términos generales, como si se tratase de un debate filosófico. Pero es tan peligroso querer leer entre líneas…O en los silencios…
Durante el día, Clara repasaba mentalmente las conversaciones. Quería engañarse a sí misma. “Es solamente una amistad. Nada más”. Pero sus noches se poblaban de fantasías. Pasaba las mañanas como una autómata, deseando la tarde. Fingía absorberse en la lectura de un libro, o miraba la pantalla del televisor, sin ver. Hubiera querido empujar las agujas del reloj con la fuerza de su mente. Ahí comprendió que la telekinesia no existe.
Una noche, cuando indefectiblemente ceden las barreras autoimpuestas de la privacidad y el anonimato, cuando no se puede seguir siendo dos extraños, él preguntó:
>Tanto tiempo hablando… y, en realidad, no sé nada de ti. ¿Qué edad tienes?
> ¿Y eso qué importa?
> Nada. Pero es curiosidad. Dime, anda…
> No. Tú primero.
Él escribió:
> 29
Un silencio. Y se avergonzó de sus años. Y , más avergonzada aún, mintió:
> 27
> Me engañas. Creía que eras mayor.
> Es que soy muy madura para mi edad, jajaja, pero es así. ¿ Decepcionado?
> No, no,…claro.
Aquella noche, en la cama, por primera vez se sintió terriblemente desleal por partida doble. “A dónde me va a llevar esto? ¿Por qué he tenido que echar una mentira?” Y al mirar en su interior como en un pozo, encontró la respuesta: “Porque no soportaría que dejara de interesarse por mí. Porque me siento escuchada, porque me valora, porque busca mi compañía y no por mi físico. Porque me llena de una ilusión que ya no esperaba”. Pero una voz que esta vez no quería oír le susurraba: “Porque lo quieres”
A partir de entonces tuvo que ir con cuidado. Ponerse al día en música, meterse en la piel de una chica actual de veintisiete años, inventar un temprano desengaño amoroso que justificara la ausencia de historias anteriores que no se encontraba con el descaro de fabular.
De todas formas, ambos se contenían y quizá fuese peor, porque los sentimientos aprisionados les estallaban por dentro. A veces, eran frases sin importancia con las que llenaban silencios durante los que se sumergían en reflexiones que imaginaban mutuas.
> ¿En qué piensas?
> En nada…..bueno, en cosas…
> ¿Qué cosas?
> Nada…tonterías mías…
O, a veces:
> ¿Estás oyendo música?
> Sí.
Y mencionaba un título cualquiera.
> Voy a ver si lo tengo. Así estaremos escuchando lo mismo.
Procuraban romper la emoción, con el retorno a temas triviales. Pero una noche, hubo un silencio demasiado largo para soportarlo sin temblar.
> ¿Estás ahí?
> Sí
> No dices nada…
> No
> ¿Estás molesto? ¿O aburrido?
Y después de otro silencio:
> Que te quiero…
Clara sintió como si su diafragma se encogiera. Su corazón, después de pararse un segundo que se hizo eterno, comenzó a latir como loco. Hacía tanto tiempo que su cuerpo no reaccionaba así, que se asustó.
Tardó en contestar.
> Yo también te quiero.
La pantalla se llenó de líneas azules y negras con la misma letanía.
> Te quiero
> Te quiero
> Te quiero
Mientras escribía, las lágrimas resbalaban por sus mejillas y caían sobre el teclado. Casi sin ver, desconectó. Los sollozos la ahogaban. Intentó serenarse en el baño. Ya en la cama, junto a su marido, que dormía, volvió a llorar en silencio.
Lloró de agradecimiento, de ternura ante la juventud de él. De impotencia, por ella, por sus ilusiones perdidas, por tantos años desperdiciados, porque ya no habría más trenes para retomar su vida; por una casualidad, por un encuentro que se había producido con tan irremediable desfase.
“Nefer” desapareció. Durante unos días, entró con otros nombres. Se mantuvo callada, observando. Él hablaba sin la vivacidad de siempre. A veces preguntaba: “¿Habéis visto a “Nefer” por aquí?” Y tuvo que apretar los puños y clavarse las uñas en las palmas para no teclear: “¡ Sí. Estoy aquí !”
Para no hacerse más daño, renunció a su mágico mundo virtual y cerró la puerta a la fantasía. Se miró al espejo y sus ojos, brillantes y expresivos hasta hacía poco, circundados ahora por una minúscula tela de araña que nunca antes percibiera, le revelaron una boca triste y un cuerpo de casada virtuosa que comenzaría pronto a marchitarse sin sentir jamás sobre él la mirada y las caricias llenas de anhelo del que lo descubre por primera vez.
Intentó reconstruir su derrumbe interior, como la gente que ve arrasado su hogar por una riada y, al día siguiente, salen a la calle con sus palas a salvar del fango lo que queda. Volvió a la monotonía cotidiana, a los cafés de la tarde con sus amigas.
-Clarita, hija, nos tenías abandonadas. Desde que te has dado a la vida monástica…
Oh, pero ya se sabe…En los chats se miente tanto…”Ramsés”, un profesor de Arte de cincuenta años, con una vida igualmente frustrada, también había vivido una ilusión. Un amor platónico con una encantadora jovencita de veintisiete, que durante casi tres meses, lo devolvió a sus años juveniles, a mayos franceses que tampoco pudo vivir.
De modo que, en los momentos más íntimos de “pasión” conyugal, cierra los ojos y piensa: “Nefer, Nefer…”
Qué bonito, qué tierno y qué real. Mucha suerte.
Muchas gracias, Jimena. Lo mismo te deseo a ti.
Personas curvas atrapadas en vidas rectas. Me ha gustado. La mentira no es competencia para la edad para lograr imposibles.
Gracias por tu comentario, NEPC-64.
Preciosa historia con aires de realidad. En nuestras anodinas vidas tenemos la necesidad de crearnos sueños que son casi imposibles. Felicidades Tibetana. Va mi voto.
Gracias, libélula, por tu comentario y tu voto. Tu historia del Grillo también es muy emotiva y muy real. En cuanto a los sueños, algunos se cumplen y, en ocasiones, sería preferible que no salieran del terreno de lo ilusorio. Pienso que casi nunca lo real puede superar en belleza a lo soñado y es bueno tener una reserva de «imposibles», como metas ideales a las que no llegar. :))
A veces me hago la reflexión de si el mundo virtual separa más que une; precioso relato que refleja la vida de tantas mujeres en su mejor edad (los ….y tantos) que buscan una segunda oportunidad en un mundo en el que prima lo inmediato. Muchísima suerte. Tienes mi voto.
Querida Norma Jean: Yo tampoco tengo muy clara esa cuestión. En el mundo virtual y en las relaciones que se entablan a su través, todo es muy «literal»: falta el lenguaje no verbal, que es el gran traidor que nos descubre ante los demás. Pero al basarse en gran parte en el anonimato, permite desnudarse de la máscara de hipocresía que nos salvaguarda ante la sociedad. Excepto en el caso, semipatológico, de quien se fabrica una personalidad falsa, más para sí que para los demás, con lo que, tal vez, cumpla una función terapéutica. Cada cual sabrá qué le hace menos desgraciado. En cuanto a tu comentario y tu voto, los agradezco de corazón.
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