Ya había anochecido en Sakhara. Una luna llena enorme se colaba entre la silueta de las tres pirámides en Gizeh, deteniéndose sobre Mikerinos como para conmemorar aún más la muerte del faraón.
Dos años antes, había sido invitado por el Faraón para presenciar la finalización de su pirámide y parte de las monumentales obras de tallado de estatuas, relieves y jeroglíficos de la decoración de su cámara mortuoria. El motivo: el faraón apreciaba que yo supiese de zoología, que conociese a la perfección su complicada escritura, y más que ninguna otra cosa, que fuese un famoso astrónomo de Ur. Me consideraba un iniciado; le habían hablado de mi y al conocerme me dio el inapreciable regalo de su confianza. Confiaba en mi ciencia lo suficiente como para aceptar de buen grado en su cámara funeraria al embajador de una potencia enemiga.
Aquella noche de luna recordé su amabilidad, su discreción, su capacidad para aprender y escuchar. Su mundo eran las artes, las matemáticas, la astronomía, la ingeniería, la arquitectura… . Hablaba con gracia sobre inventos y nuevas tecnologías, y hablaba de ellas premonitoriamente, como cosas aún por llegar. Era un hombre- no un dios- inteligente, perspicaz, irónico y tenía cierta majestad. Yo también disfruté de su compañía.
En aquella última ocasión me invitó a uno de sus palacios, donde estuve más de tres lunas, y donde difícil sería describir la armonía y la elegante delectación que disfrutaron mis sentidos. Cada noche, mujeres de todo el mundo-las más bellas que he visto- bailaban en espectáculos inenarrables, arriesgados y eróticos. Había allí entretenimientos de músicas y representaciones de oscuras magias. La comida era exquisita, dulce, sana; corrían los buenos vinos y todo el mundo era complaciente y amable.
De veras sentí su muerte.
Los egipcios creen que los animales- dioses que les protegen- les ayudan a cruzar al otro lado en su viaje hacia el mundo de los muertos. Tienen un libro secreto para tales procedimientos y creencias, y bien se sabe, se momifican en la esperanza de perpetuar su cuerpo en el más allá, amén de sus riquezas, por lo cual también éstas les acompañan en sus tumbas para la mejor acomodación a esa nueva situación…, ¡incluso llevan comida!… .
Pero Anubis, el dios-halcón que ayuda en tal tránsito, no se dejó ver por la pirámide aquella noche. Al menos yo no vi ningún halcón, ni siquiera un buitre, animales que los egipcios hubieran considerado como muy buenos augurios para el muerto.
Pero aquella noche bajo la media luna y la silueta de la pirámide-tumba de mi faraón amigo-, había un gran leopardo. Pregunté qué podía significar. Nadie supo decirme nada. Contrariado tanto por la presencia de aquel animal como por el desconocimiento de lo que para los egipcios significaba, días después, pregunté a los mayores, y aún a los sabios del lugar, acerca de lo cual no encontraron explicación alguna que me pudiese parecer satisfactoria… .
Los funerales fueron grandiosos, no se reparó en gastos. Embajadores y reyes de todos los reinos conocidos estaban allí para rendir pleitesía y tributo a la figura del fallecido faraón y respeto para el sucesor de éste. Tal era su deseo, su elaborada concordia, y el protocolo.
El desfile funerario a través de Gizeh duró varias horas. Encabezados por el sumo sacerdote y sacerdotes venidos de todo Egipto, habían miles de vasallos; jinetes a caballo y sobre camellos, así como cientos de miles de esclavos; soldados; desfiles de armas y máquinas y artefactos de guerra; y una gran esfinge de piedra tirada por bueyes y más de trescientos esclavos a ritmo de látigo; carros de aurigas; fieras , e incluso un mago que se hacía seguir por miles de cobras. Había hombres que portaban tesoros , y había muchos escribas que llevaban grandes papiros en los que se narraba cuanto allí estaba sucediendo. También desfilaban miles de funcionarios, y finalmente la nobleza. Todos ellos seguidos por la familia del faraón, probablemente de más de un centenar de integrantes… .
Había bajorrelieves en las calles y en las columnas y aún en la pirámide que describían ya este desfile.
Los hombres libres eran obsequiados con cerveza y pan de trigo, puesto que los egipcios lejos de lamentar su marcha, celebraban un gran día de fiesta engalanados todos con sus mejores atuendos, marchando entre joviales músicas y entonando cánticos en honor a la dinastía y el faraón, que ya les había oído cantar mientras construían la pirámide… .
El desfile, llegado a las pirámides, se fue desmembrando y la comitiva principal- solo lo más elegido del pueblo egipcio y su aristocracia además de los representantes de ciertas potencias- ascendieron a una sala .
La entrada se encontraba a 4 metros del suelo, en la parte norte. Subimos por unas escaleras de cáñamo. En la entrada a la pirámidde, a través de un pasillo descendente se llegaba a una cámara; desde aquí partía una segunda galería en subida que acababa al nivel de la base piramidal, sobre el lado norte, a continuación se encontraba la verdadera cámara funeraria del faraón, donde estaba el sarcófago de basalto.
Recuerdo aquella sala como el lugar en el que sin duda se dio la ceremonia más especial que yo haya presenciado.
El sumo sacerdote, invocando a Thot- conductor de las almas al más allá-, elevando conjuros e invocaciones fue hacia una parte de la sala desde la que, abriendo la trampilla de una pared, hizo que penetrara la luz del sol a mediodía yendo a iluminar el sarcófago del faraón. Sobre el sarcófago había una gran piedra que bien pudiera ser un diamante rojo. Tal destreza arquitectónica y su secreto -que por supuesto desconocía, y aún desconozco- me turbaron sobremanera y de modo completamente irracional, me sentí transportado hasta un lugar místico que no cabía duda, era el lugar pretendido por la casta sacerdotal para sacralizar la ceremonia.
Mediante inciensos, ungüentos, juegos de luces provocados por las joyas y el oro del tesoro, la sala se iluminó y el ambiente, cargado de solemnidad como en un sueño, nos hizo pasar a todos a un estado onírico de somnolencia y miedo.
Creo que todos sentimos que el Faraón cruzaba el camino del día, que salía a la luz del día…, tal y como el hubiera querido… .
La mayoría de los asistentes foráneos tuvieron que ir saliendo de la sala y sólo familiares directos de la dinastía -mayores de edad-, el arqutiecto del faraón que yo sabía perecería allí en la misma cámara, la cúpula de los sacerdotes , el Sumo Sacerdote y yo, permanecimos allí hasta que “Los Tasadores de Osiris”, los sacerdotes conducidos por el Sumo Sacerdote, incorruptos, estrictamente justos e imparciales, pesarían el corazón del Faraón en la “Gran Balanza” de la verdad, para que la decisión final de Osiris concordara con la opinión de Thot, personificación de la justicia eterna y Maat, la de la la verdad.
El pesaje de los corazones era muy importante, para poder viajar con Ra en su barca, hacia la luz del día
En una dramática representación el cortejo fúnebre, extendido en el lecho funerario, transportó al muerto, sobre la barca de Isis. Porque junto a él Isis y Nephtis, y según siempre sus creencias, le protegían.
Llegarón después los sacerdotes, portadores de emblemas, algunos llevaban las ofrendas, otros las urnas y una copa. Se dirigieron a la cerrada tumba que guardaba los restos mortales del difunto.El Sumo Sacerdote se arrodilló ante Horus, hijo de Ra, y dirigió una ferviente plegaria para obtener las fuerzas que necesitaría el Faraón para someterse con éxito a las pruebas a las que sería sometido… .
El Sumo Sacerdote, ya fuera de si y con una voz espectral dijo:
– Thot se dirige a Osiris. ¡Te saludo, Osiris, Toro de Amenti! ¡Oh rey de la eternidad! Yo soy el Dios Grande que acompaña en su ruta la barca celeste., yo he combatido en tu nombre. Ahora llego para dirigir a tu lado el combate, ¡oh Osiris!…. Soy Thot, aquel que hace triunfar a Osiris contra sus enemigos. Soy en verdad, Djedi, hijo de Djedi; Mi madre, Nut me concibió y me trajo al mundo en la ciudad de Djedu… Entro y circulo indemne entre las deidades resplandecientes… Ahora soy sacerdote en Djedu, propuesto para las libaciones. Soy igualmente el gran maestro del mágico saber en el instante en que se debe atravesar a la Luz desde la tierra del Alto y el Bajo Egipto
Y continuo diciendo:
-¡Oh, vosotros espíritus divinos, que hacéis penetrar las almas perfectas en la morada sacrosanta de Osiris! ¡traed las ofrendas consagradas para hacer vivir su alma!…¡Oh vosotros espíritus divinos que abrís la senda y apartais los obstáculos, franquead a su alma al sendero hacia la morada de Osiris….
Yo soy profeta… yo dirijo las ceremonias de Mendes, yo soy el Gran Jefe de la Obra que pone el Arca Sagrada sobre el soporte…¡Te saludo, Osiris, señor del Amenti! ¡Deja que penetre en paz en tu reino! ¡Deja que los señores de la tierra santa me reciban con exclamaciones de júbilo!
La Piedra roja sobre el sarcófago, la piedra filosofal, se volvió aún más roja, luego se volvió blanca, coagulándose, disolviéndose, brillando, centelleando y resplandeciendo ya en el submundo.
Luego de un silencio, el Sumo Sacerdote dijo:
-“El adepto se ha enfrentado a los enemigos de la noche, los ha vencido…,vedle triunfante de sus enemigos vivos y muertos. Se identifica con el Dios de cabeza de gavilán. Horus ha repetido sus encantamientos cuatro veces y todos sus adversarios han caído vencidos y degollados. Ahora es invitado a sentarse en el interior del Templo de la Ciudad Solar. Podrá morar en las estrellas de donde venimos.
Examinada la piedra por los sacerdotes, cuando quedaron todas las preguntas contestadas, las puertas se abrieron y surgió entonces de entre los humos de los inciensos la figura de el guardián de la puerta, después Maat y luego Thot, y llegado el momento culminante, fue indispensable pesar el corazón del adepto. Tomando una pequeña balanza de oro, en uno de sus platillos se vio la representación del corazón y en el otro una imagen de Maat. Los presentes bebimos de unas copas labradas… .El sumo sacerdote dijo:
-Anubis ha observado con alegría que la balanza está en equilibrio. Thot, señor de las divinas palabras, escriba de los dioses, registrará el fallo . Y añadió: “Que el corazón sea devuelto al sitio que ocupa el pecho del adepto” .
Tomando la piedra, y en gran secreto la introdujeron en el sarcófago.
Quizá por el bebedizo, o por la ceremonia y su solemnidad, quizá porque se me ofreciese la posibilidad de ser sepultado allí mismo con mi Faraón amigo, los hechos los recuerdo turbios y deslabazados… .
Se me rogó que jamás contase lo allí acontecido, privilegio y confidencia, que como se aseguraron en hacerme saber, era un regalo del Faraón.
Salí de la cámara funeraria a mediodía.Todavía muy confuso.
Hubo un eclipse de Luna. Los sacerdotes en silencio y en fila dejaron la cámara ya atardeciendo. El arquitecto del Faraón y el Sumo Sacerdote fueron sepultados con él, se oyeron las pesadas losas que sellaron para siempre aquella cámara… .
Por la noche cuando recogía el equipaje, el mismo leopardo que apareció la noche anterior, se acercó a mis aposentos, y dejó que le acariciase. Esto terminó por confundirme del todo.
Ahora ya Viejo, dedicado tan solo al estudio de las estrellas, muchas veces pienso en los sucesos que acontecieron en aquellos días, y no deja de turbarme la presencia del leopardo que merodeó la pirámide hasta el funeral, y que la noche en que mi amigo rey fue enterrado se acercó amistoso y dejó que lo acariciara.
Nunca encontré explicación a esto, ni entre los sabios egipcios o sumerios, ni en libros, ni en mis estudios, ni siquiera en la interpretación de mis sueños.
Muchas noches sueño con aquel leopardo.
El cuento está bien escrito y describe bien los ambientes y las ceremonias de los antiguos egipcios. Sin embargo, se me ha hecho un pelín largo.
Te deso suerte en el certamen.
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