V Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen

4 abril - 2008

96- La belleza sesgada. Por Damnatio Memoriae

                     –¿Cuánto habría de pagarte por la educación de mi hijo?
                     -Mil dracmas.
                     -¿Mil dracmas? ¡Por ese precio puedo comprar un esclavo!
       –Hazlo y así tendrás dos: Aquel que compres y tu propio hijo.”


-… y a buen seguro que tu padre daría por bien empleado el dinero que anualmente me entregará para tu educación si, además de volcar en ti parte de mis conocimientos, consiguiera que hicieras tuya mi propia vida hasta llegar a reproducirla. Sin embargo, has de ser tú, Arcantos, quien encuentre una manera propia con la que recorrer el camino antes de intentar la asunción de modelos ajenos, tanto si el modelo elegido fuera yo mismo o fuera resultado de la síntesis de varios modelos. Has de ser tú quien diseñe tu propio modo puesto que la vida que has de vivir es tu vida y no la mía, ni siquiera la mía junto con la de otros, por mucha que sea la admiración que yo o esos otros despertemos en ti. Piensa que toda síntesis de modelos habrá de conjugar, necesariamente, elementos inconciliables que tendrán como resultado la elaboración de una actitud inconsistente y errática. No intento, créeme, evitar con esto tu pregunta acerca de cuál es mi actitud ante la vida sino advertirte de que no debes diseñar tu vida con retazos de otras vidas, pero, como presiento, por la actitud expectante de tu rostro, que continúas interesado en una respuesta, te diré que mi actitud ante la vida está presidida por una continua búsqueda de la belleza en todo aquello en lo que pudiera encontrarse.
-Pero, Menkhaure –se sorprendió Arcantos-, todo cuanto bello hay, si bien numeroso, es asimismo finito, por lo que esa búsqueda de la que hablas podría llegar algún día a agotarse, desapareciendo, entonces, la razón última de la vida. Entiendo, por tanto, que esa actitud vital ha de diseñarse en función de aspiraciones no tan limitadas, no tan condicionadas por factores finitos que pudieran llegar a su fin con el paso del tiempo, para que jamás pueda derivar en el agotamiento la razón nuclear de la propia vida, pues, en tu modelo, ¿qué ocurriría en el caso de que llegaras a conocer todo lo bello que ha sido creado?
-Arcantos, intentar responder esa pregunta sería como pretender contestar aquella que formulara qué ocurriría si aconteciera lo imposible,  pues algo así jamás sucederá. En cada tiempo vivido siempre aparecerá algo desconocido hasta entonces que consiga emocionar a aquel que busca la belleza pues ésta no reside exclusivamente en la estética de las obras creadas ni en la naturaleza de las personas, de las cuales, por otra parte, pareces olvidarte. He visto todo cuanto bello hay en el mundo conocido debido al largo periplo que me veo obligado a realizar a causa del hereje que gobierna mi país. He leído, entre otras muchas obras, las más significativas de los grandes hombres que alumbró vuestra tierra; he visitado todas las grandes construcciones de mi país y conozco también las más significativas del vuestro así como las de los países situados más allá del Helesponto, por lo cual, si la búsqueda de la belleza se limitara exclusivamente a lo susceptible de ser conocido, podría detener ya mi búsqueda máxime cuando también he encontrado la belleza de las gentes en Maat-Ra, sacerdotisa de Wadjet en Buto, pues nadie, conocido o desconocido, podrá reunir jamás sus cualidades, ni siquiera modelando un nuevo ser tras haber extraído de los mejores sus mejores cualidades. Sin embargo, en esa búsqueda continúo porque siempre habrá un lugar, una palabra, una obra desconocida hasta entonces que a mí logre conmoverme.
Tres meses después de aquella brumosa tarde transcurrida en los jardines del Cerámico, la nueva situación creada en Tebas como consecuencia del magnicidio acaecido en Amarna hacía ya posible el regreso de Menkhaure a su templo de Abydos sin que por ello su vida resultara amenazada. Cuando el desvencijado trirreme que lo devolvía al País de las Dos Tierras enfilaba la bocana del puerto de Falero, Arcantos, que lo acompañaba, interpeló a su tutor:
-Maestro, siguiendo tu consejo, no pretenderé hacer tus ideas las mías, porque, en efecto, no debo aspirar a resultar ser una mala réplica de Menkhaure sino el mejor Arcantos posible, pero he pensado muchas veces en aquella conversación que mantuvimos meses atrás acerca de la actitud ante la vida en la que manifestabas tu afán continuo de encontrar la belleza, y, ante ello: ¿Cómo es posible que una parte de ella, la belleza en las gentes, la des por encontrada de manera definitiva en aquella sacerdotisa que nombrabas? Tú sabes de nuestra mutabilidad y a buen seguro conoces el diálogo entre Solón y Creso acerca de la felicidad que recomienda hacer balance de la vida sólo cuando ésta concluya.
-Claro, Arcantos, claro que lo conozco. Por suerte o por desgracia he permanecido en Atenas el tiempo suficiente como para conocer vuestras tradiciones, pero aún estando de acuerdo con Solón, no renuncio a lo dicho con respecto a Maat-Ra –replicó Menkhaure, suspendiendo las palabras en el aire como hace quien, lejos de intentar zanjar un diálogo, pretende continuarlo incitando a su interlocutor a defender sus argumentos con mayor vigor. Para Menkhaure, Arcantos era su discípulo, no un rival dialéctico.
-Sin embargo, tú sabes que el hombre cambia sustancialmente a lo largo de la vida y, siendo así, no entiendo que digas que en ella has encontrado de manera definitiva la manifestación de la belleza. A lo sumo podrás decir, a mi juicio, que has encontrado en ella una belleza temporal en espera de que continúe bella hasta el final de sus días.
-Sabía que algo así dirías desde el momento que has hecho referencia al diálogo que has citado, pero no veas inconsistencia en cuanto he dicho respecto de la sacerdotisa pues ese convencimiento no sufre amenaza alguna pese a que lo tamices con el factor tiempo. Esa certeza es para mí tan sólida que ni siquiera al tiempo teme.
-Pero, maestro, la belleza que has encontrado en Maat-Ra es la belleza observada en un momento de su vida. Quizá no sepa explicarme, aunque lo intentaré. Imagina un busto que reproduzca con toda fidelidad los rasgos de aquel en cuya memoria fue esculpido. En un principio, todos podemos reconocer en él a quien representa, pero más adelante apenas habrá similitud entre ellos ya que tanto el busto como el personaje habrán cambiado y ya no se reproducirán mutuamente; del mismo modo que nadie puede embarcar dos veces en una nave como en la que navegamos, pues, a la segunda oportunidad que lo intentara, ni sería ya el mismo hombre ni sería ya la misma nave en la que aquel pretendiera embarcar.
-Tu argumento es brillante, muy brillante –replicó Menkhaure, acompañando la respuesta de la gestualidad precisa para que Arcantos percibiera que se enorgullecía de tener un discípulo así-, pero su consistencia resulta ser tan sólo aparente al contener escondido un notable sesgo en sus entrañas, sesgo que, te prevengo para el futuro, habrás de buscar en todo aquello que oigas pues gran parte de las argumentaciones lo contienen, incluso las aparentemente irrefutables, como un monstruo embozado que habita la sima de las palabras hasta conseguir viciarlas.
-¿A qué sesgo te refieres? –preguntó Arcantos, en cierta manera deseando que el maestro desmontara todo aquello que tanto le había costado dar forma en su mente, pues, al fin y al cabo, lo que le llevaba a Abydos era aprender de Menkhaure, no derrotarlo en una contienda verbal.
-Arcantos, el sesgo que se esconde en tu razonamiento consiste en considerar la apariencia de la materia como exclusivo soporte de la belleza, sin aludir en ningún momento a su composición, limitándote únicamente a “cómo” es el busto sin tener en cuenta al mismo tiempo “de qué” está hecho. Vuestros kouroi, esculpidos en arenisca, cierto es, pasado el tiempo no reproducen a aquellos en cuya memoria se concibieron. Sin embargo, cuando lleguemos a Gizeh, observa la estatua de Khefren, esculpida en diorita; sus más de mil años no le han restado ni un ápice de esplendor.
-Menkhaure –se removió Arcantos atisbando un resquicio de debilidad en las palabras del tutor-, he dicho que no sólo muta el busto sino el busto junto al representado, mientras que tú sólo te refieres al primero para avalar tu tesis.
-Así es, Arcantos –sonrió Menkhaure tiñendo de conmiseración su sonrisa-. Continuaba mi argumentación sin advertirte de haber introducido en ella un sesgo de los que hablaba con el propósito de saber si serías capaz de descubrirlo. Me congratulo de que lo hayas hecho, pero ahora, evitando cualquier ardid, piensa, utilizando un ejemplo similar, en el auriga que representa a Gerón en el témenos de Delfos. Está realizado en bronce y resulta previsible que, en efecto, mute con el tiempo, pero la clave de esa mutación está en qué medida cabe esperar que cambie atendiendo a esa aleación con la que fue realizado. ¿Qué esperas, Arcantos, en qué pueda convertirse ese auriga con el paso del tiempo? En nada distinto de el auriga que es. A lo sumo se cubrirá con una pátina de óxido verdoso que aumentará, más si cabe, su belleza, o acaso, ¿has visto alguna vez que el bronce se comporte como la arenisca? No, Arcantos, no. La incertidumbre, en efecto, preside nuestras vidas, pero podemos combatirla con éxito utilizando la prognosis, deduciendo con ella adonde es previsible llegar en función del punto del que partimos. Si así lo haces, la niebla de la incertidumbre jamás te cegará, jamás te dejará inerme. De esta manera, volviendo a Maat-Ra, también es previsible que el tiempo no consiga otra cosa que aumentar su belleza al cubrirla con la pátina invisible formada por la sedimentación de lo vivido. Contra la incertidumbre, Arcantos, prognosis. Ella te llevará a la certeza, y ésta, a no dudar.
Quizá no fuera intención de Menkhaure dar por terminado ahí el diálogo, aunque la contundencia con que sonaron sus últimas palabras así parecía indicarlo. Sin embargo, Arcantos insistió una vez más:
-Menkhaure, la belleza que encontramos en las gentes es producto de la imagen que proyectan hacia nosotros, la cual está condicionada, ciertamente, por lo que ellas mismas nos muestran, pero también, justo es reconocerlo, por todo aquello con que nosotros mismos contribuimos a su elaboración movidos por el deseo, la deducción o la idealización. Si es así, y sin referirme concretamente a la sacerdotisa, imagina a alguien que habitualmente se mueva entre la impostura, entre la mentira. No en la mentira banal sino en la mentira bien tramada, en la mentira bien urdida; la mentira tenida como razón de vida de la misma forma que tú tienes como tal la búsqueda de la belleza. No hablo de la mentira utilizada como un recurso ocasional, de la mentira empleada como una máscara que eventualmente nos protege ante una amenaza, sino de la mentira que se hace ser, que adquiere corporeidad, de la mentira que se hace carne con la propia carne. Si de esa mentira hablamos, ¿existe mayor ardid?, ¿existe mayor sesgo en la elaboración de una imagen, a la que, en función de él, podemos considerar así erróneamente bella?
                        Nadie supo jamás si el repentino silencio del maestro fue producto del infortunio o de la desesperación; del infausto azar o del desconsuelo derivado de no haber tenido en cuenta el sesgo más universal. Quizás un accidente o quizás el no haber podido hacer frente al hecho de carecer, en el momento en que más la necesitaba, de una respuesta que continuara dando aliento a su vida. Sea como fuere, Arcantos, en lugar de la esperada  réplica, sólo oyó un desesperado y desgarrador grito: “¡Salvad a Menkhaure!”, mientras varios hombres se arremolinaban en la amura del trirreme señalando el lugar por donde el sacerdote se había precipitado al mar. Quizás por azar, pero quizás tras haber elegido, ya para siempre, el silencio. Quizás tras haber elegido como razón de vida, esa vez, no ya la belleza, sino la muerte.

95-La Telaraña de las flores. Por Cortázar
97- Correo impuntual. Por Oli McClipes


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Participantes

Íñigo Balboa:

Damnatio,

Me ha encantado. Desearte suerte sería, bajo mi punto de vista, menospreciar este texto. Sólo me sale felicitarte. Enhorabuena.


Damnatio Memoriae:

Vaya, muchas gracias. Si a ti te ha encantado el relato a mí me ha emocionado mucho más tu comentario, puedes creerme. Muchísimas gracias por él.


wu wei:

Me gusta la filosofía. Me gusta este relato. Pero a mi juicio, (lo digo porque a mí también me suele ocurrir) abusa un poco de la exposición de ideas filosóficas. Espero que no moleste este comentario. Lo único que quiero transmitir es que en ocasiones alumbramos una idea sobre la que queremos construir un cuento y nos quedamos en lo trascendente, obviando lo inmanente. A veces lo inmanente, aquello que no parece tener importancia, revela más que lo trascendente.
REPITO, NO QUIERO MOLESTAR. SÓLO SUSCITAR Y COMPARTIR REFLEXIÓN.
Enhorabuena y suerte.


Damnatio Memoriae:

No me molesta tu comentario, en absoluto, faltaría más, antes bien, lo agradezco, y mucho, como agradeceré cualquier otro. Pero éste lo agradezco especialmente porque estoy TOTALMENTE de acuerdo contigo al haberlo juzgado, yo mismo, de manera casi idéntica a la tuya. Siendo así, podrás intuir si tu comentario, y cualquier otro que hubieras hecho, podría importunarme. Al contrario, lo agradezco (siempre es reconfortante, y curioso, coincidir con alguien aún bajo desconocimiento mutuo). Lo agradezco, lo agradezco muchísimo. De verdad.


Elena_Coldfiel:

Qué bien sientan unos minutos de la vida bien aprovechados.

Gracias.


Blanca:

Por un momento creí estar releyendo algunos de los deliciosos episodios contenidos en «Los Nueve Libros de Historia» de Heródoto, aunque tu relato goza de una superior pulcritud literaria y de una elaboración mucho más trabajada. ¿No serás acaso el historiador redivivo cuyo estilo ha mejorado con el paso del tiempo? Un extraordinario relato el tuyo, Damnatio Memoriae. Te deseo el mayor éxito en el certamen. Sin duda, y sin desmerecer a muchos otros buenos relatos que he tenido oportunidad de leer, éste es, en mi opinión, el mejor hasta ahora.


Marnia:

Estoy convencida de que la belleza que tanto anhelaba Menkahure está ya inserta en tu relato. Realmente maravilloso. Felicidades.


bobdylan:

El relato está bien escrito aunque para mi gusto es excesivamente dialéctico y erudito, necesitado de algo más de acción.

Revela además unos profundos conocimientos y una capacidad intelectual que no están al alcance de cualquiera.

Te deseo suerte en el certamen.


Damnatio Memoriae:

Gracias, Blanca y Marnia. Ante tanto elogio sólo cabe expresar mi más profundo agradecimiento: Muchísimas gracias. No en vano, todo aquello que ponemos a disposición de los demás lleva implícito el deseo de agradar.
En cuanto a lo que dices, bobdylan, estoy plenamente de acuerdo contigo en casi todo lo que comentas sobre el relato (no estoy de acuerdo que el relato revele una capacidad intelectual que no esté al alcance de cualquiera, ni mucho menos) pero, sin que por ello quiera hacer del defecto del mismo «virtud», mi intención última quizás no fuera otra que intentar reproducir un diálogo a los que tan aficionados eran tanto ciertos autores como muchos de los lectores del mundo clásico, diálogos muchos de ellos establecidos de manera lógicamente imaginaria entre personajes no contemporáneos. Me pareció que un diálogo establecido en esas circunstancias debería contar con un cierto grado de circunspección y hasta de engolamiento en algunas de sus frases, y así he intentado reflejarlo en el relato, pero, repito, no con ello quisiera hacer de los defectos que tú ves en él virtudes del mismo sino comentarte el porqué de las cosas. Te agradezco de veras que lo hayas leído y que te hayas molestado en dejar escrito tu comentario, como agradezco de la misma manera los que se han hecho con anterioridad, y agradezco igualmente tu deseo final. Gracias.


Musame:

Falaz Damnatio memoriae, tú que aseguraste no haberte presentado al certamen, mas he aquí a Mekhaure y Acantos discutiendo platónicamente… ¿Podré alguna vez perdonarte por esto? Si al menos el relato no fuera tan bueno…


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