21- Nuestros derechos, sus derechos. Por Sagitaria

Nunca me ha gustado el mar. Dicen que relaja, que tranquiliza el sonido vibrante del movimiento de las olas, que su olor característico alivia a quien lo oye, este triste o feliz. Igual que la lluvia, la lluvia relaja, a la gente le gusta dormir cuando llueve. He llegado a pensar que soy rara, que no me he adaptado bien a la sociedad o al entorno y que no tengo las mismas costumbres que el resto de la gente.
Me gusta la montaña, la nieve, el olor de hierba mojada, de humedad, me encanta pasear por los extensos prados verdes, que se me llenen los zapatos de pequeñas gotitas de agua, que la humedad y la niebla me pongan los pelos de punta, ver a los indefensos animalitos correr, a los pájaros marcharse por la llegada del frío o a los gatos trepar por los árboles. Pero en cambio no me gusta la lluvia, el hecho de mojarme de arriba a bajo, o de estar tan tranquila en la cabaña de campo y empiece a notar como las goteras lo están empapando todo, y…odio el mar.
Hará ya unos cuatro años que no se que es una ola. Odio que la arena repelente que se pega por todo tu cuerpo permanezca en mi más de dos días, después de ducharme y rascarme con todas mis fuerzas, incluso hasta que aparecen arañazos producidos por estos minúsculos granitos de arena que parecen tan inofensivos.
Ahora, que más o menos soy adulta, que tomo mis propias decisiones he decidido no ir a la playa. Y la verdad es que no hecho de menos nada, ni la aglomeración de gente que esta tumbada untada de un aceite viscoso por todo el cuerpo, hasta los sitios que no se ven, ni el calor bochornoso que se pega casi o más que los granitos de arena, ni las piedrecitas de dentro del mar que no te permiten ni siquiera echarte un chapuzón después que los niños que estaban a tu lado jugando a ping-pong te llenasen los ojos de la dichosa arena.
Tengo malos recuerdos de la playa, recuerdos de ir cuando yo todavía no tenía no voz ni voto, como dice mi madre, de ir obligada, ya que no me podía quedar en casa sola. Me obligaban a jugar con mi hermano, y es que mi hermano no es como un niño normal, no le gusta bañarse ni jugar al ping-pong, ni siquiera los castillos de arena, mi hermano prefiere ir a las playas estas que tienen unas enormes rocas, donde su afición consiste en buscar cangrejos, sí , sí, lo que estais oyendo, con un hilo de pescar, un pequeño gancho que se encontraba por las rocas, y no entiendo como lo hacía pero siempre lo encontraba, y unas migas de pan, se sentaba allí, a esperar a que los cangrejos saliesen, yo que soy cinco años mayor que él tenía que vigilarle mientras mi madre estaba tumbada tomando el sol, es que lo recuerdo como si fuera ayer, con la típica gorrita que te regalan en todos los sitios tapándose la cara, ya que siempre se queja que le salen manchas del sol, tumbada con su bikini rojo, que creo que todavía está por casa, y untada de cremas y cremitas, que eso también era tarea mía, la de untarla con cremitas de atracción a los rayos solares, y ella se quedaba allí extendida hasta que se quemaba. De vez en cuando se incorporaba para echar un vistazo, con los ojos medio cerrados: niñaaa! ¡Vigila a tu hermano! Y mi hermano tirando del hilo de pescar a ver si había algo. Y si algún día no había pan, pues teníamos que sacar las lapas incrustadas en las rocas, eso si que lo odiaba, ¡es que son lapas! Se enganchan y no se pueden quitar, tenía mil trucos para desengancharlas, ahora no los recuerdo, pero era realmente impensable que aquello saliese de aquella cabecita. Mientras tanto mi padre se ponía su traje de buzo, aguantando las súplicas de mi hermano: yo quiero ir, yo quiero ir, yo quiero ir, le repetía día tras día, cuando seas mayor hijo, que esto es para los muchachos con pelos en la barba… Mi padre se ponía el traje, las gafas de buzo y la pistola esa que yo tanto odiaba. No recuerdo ningún día que sacase mas de un pulpo, a mi me daban miedo los pulpos, ya que se agarraban muy fuerte a mi mano, a veces dolía y todo.
Un día recuerdo, que mi hermano se decidió por abandonar su caña de pescar y meterse en el agua, yo me metí con él, con tan mala pata que me picó una medusa. Y es que soy desgraciada… me dolía tanto, se me puso todo el pie rojo, y me salieron como unos granitos, que no veas como picaban. Mi madre me puso agua fría de una de las botellas llenas de cubitos que siempre llevábamos en la nevera portátil. Ahora que soy socorrista se que eso es lo peor que se puede hacer, por eso creo que aquella noche estuve con fiebre. Cuando te pica una medusa se tiene que poner vinagre y si no hay vinagre en mano, pues agua del mar, pero nunca dulce. Aquel día si no lo recuerdo mal, hay que risa me produce esa anécdota; encontré un bicho muy raro, de color marrón y así alargado, que tenia como unos pelos y era viscoso, me acerqué a él, lo miraba con entusiasmo, tenía yo pues en esa época 9 o 10 años. Eche a correr, ¡cacaaaaaaaa, mama, cacaaaaaaaaaa! Mi madre se acercó a la orilla del mar, y miró el animal aquel tan extraño, hija como va a ser eso un excremento, ¿que no ves que se mueve? Y es que tenía razón, se movía. Lo sacamos del agua y mi padre me dijo que era un animal inofensivo, lo toqué, era viscoso y me produzco una sensación de asco, tal vez peor que si hubiese sido una defecación. Desde entonces que siempre recuerdo el animal tan extraño, todavía no se como se llama, y lo he preguntado a ver si alguien lo sabe, pero no, si alguno de vosotros lo sabe, me lo podría decir, más que nada por curiosidad.
Bueno, continuando al tema, siempre he preferido la montaña. Y es que yo soy de montaña, de pueblo, como dirían los de la ciudad, mi padre, mi abuelo y hasta mi tatarabuelo seguro que son pastores, y tengo 500 ovejas en casa y 8 vacas y tres gatos que le tocan las narices a las vacas y también unas cuantas gallinas y dos gallos que me despiertan por las mañanas, sí, estas mañanas que me tengo que levantar media hora antes porque siempre cuando voy al colegio, que no tengo que coger el autobús, ni el metro ni la bicicleta, pues tardo incluso mas que los de la ciudad, ya que me tengo que esperar a que el rebaño de ovejas cruce por el medio de la carretera. Jeje, es broma, pero si que tengo una anécdota de unas ovejas…Más adelante os la cuento.
Soy monitora en el tiempo libre, me encantan los niños, y he estado en excursiones, esplais y salidas de estas que se organizan con chiquillos. Recuerdo ahora, hablando de pastores, un niño, hijo de pastor, muy gamberro. Nos fuimos de excursión a una ermita que hay cerca del pueblo, con un riachuelo y unos árboles de estos tan altos que salen al lado de los ríos, los chopos, si eso chopos. El niño estaba mirando como otro pescaba, un compañero suyo, vamos a llamarle Juan al compañero, que también era de los traviesos, el chiquillo, como mi hermano, con cualquier cosa que pilló le sirvió de caña y se metió en el río, el agua le llegaba hasta los pies, el otro le observaba con entusiasmo, la verdad es que no estábamos en verano pero no hacía muy frío y tampoco le quise regañar.
Cuando de repente pasó un rebaño de ovejas, y el hijo del pastor, Juan, empezó a gritar: como las de mi papaaaa, como las de mi papaaa! El pastor todo entusiasmado se dirigió al niño y le dijo si quería que le enseñara una cosa. El niño, que tan solo tenía cinco años, dijo que sí, el pastor sacó el morral, que es eso que llevan los pastores que les sirve de bolso, colgando para llevar cuatro cosas, pues este sacó una ovejilla muy pequeñita. Parecía recién nacida, el pastor se la dejó al niño, y este la agarró por el cuello, yo le dije que la dejara que le hacía daño a la pobrecilla. El pastor dijo que no pasaba nada, pero de repente cuando yo y él estábamos hablando de lo que los niños y las monitoras estábamos haciendo en la excursión, visitas guiadas, conocer los árboles, las plantas… Le dije que había algún niño tremendo pero que en general todos eran buenos, pues cuando me di al vuelta, Juan estaba mareando a la cabra agarrada fuertemente por el cuello de lado a lado. La cuestión es que la pequeña murió. Se ahogó. El pastor no nos dijo nada, pero yo le pregunté al niño si había visto lo que había hecho, si se había dado cuenta de que estaba ahogando a aquel pobre animal, el niño me dijo que si que lo veía, pero que no quería parar.
Aquello fue lo que a mi me enojó, lo peor de la excursión, una aventura que pretenía ser un disfrute tanto para ellos como para nosotras… Tenía que enseñarle la lección al niño, sinceramente no soy de esas personas que utiliza el castigo como una manera cruel de alejar el problema en el cual el niño padece un rato y ya no se acuerda de lo que ha hecho, sino que intento explicar a los niños porque no se tiene que hacer una cosa y que reflexionen sobre esto.
Las personas y los animales se relacionan entre ellos de diferentes maneras le dije : los amantes de los animales los tienen como mascotas, a los que les gusta el sabor de los animales, se los comen, a otras personas a las que les gustan los animales los dejan tranquilos, pero si un animal indefenso no te ha hecho nada ¿por qué tienes que matarlo?. El niño, estaba arrepentido, yo le dije que pensara en lo que había hecho, y que este corderito tenía una familia, unos hermanos, unos padres… que pensara en que pasaría si mataran a su hermano. El niño echó a llorar, y es que de verdad se sentía culpable y había entendido la lección.
Las maneras en las que nos relacionamos con los animales y los derechos que les otorgamos tiene que ver con la ética. La ética debe tener su raíz en la compasión. Un derecho sin compasión no puede ser implementado como una acción justificable.
El concepto de los derechos de los animales puede ser interpretado bastamente de diferentes maneras. Por un lado, algunos pueden ejercer el derecho a matar animales con el propósito de consumo. Algunas personas, por otra parte, se privarán del derecho de matar aún al más pequeño de los animales por error. Y creo que este niño va a tener muy cuidado a la hora de matar ningún animal más, y es que el tiempo que estuvimos en aquel lugar, estuve pendiente de él, y me enorgulleció de mis palabras cuando observé que se dirigió a su compañero que todavía estaba en el agua con su caña intentando coger a los pececillos, que era casi imposible, y le dijo:
– No hagas esto. ¿Y si ese pececillo fuera tu hermano? …
Los derechos de los animales fueron hechos para beneficiar a todos los animales individualmente, incluyendo todas las especies desde vida salvaje y agricultura, incluyendo también a los pobres e pequeños insectos.

Sagitaria