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15- EL LIBRO. Por Joseme

Nada es lo que parece, hasta que lo tocamos o se nos aparece. Es como esa hoja involuntaria, que el viento recoge, tras la caída, para convertirla en parte de nuestra vista, de nuestro color, de nuestra existencia. Juan Sin Nombre, no perdió mucho en la vida, porque entre otras cosas nunca ganó nada. Bueno casi nada…
Parecía alto, enjuto, un poco distraído tirando a taciturno. Pero no, sólo era fachada impuesta por la naturaleza. Su imagen lo decía todo de él porque era lo más parecido a una silueta bajo la niebla, porque vestía de uniforme. Sí tan uniformemente vestía; siempre bajo el marrón y el negro; el azul marino y el verde oscuro. Aunque era de tez muy blanca, fue barnizado por el sol en sus largas caminatas. A Juan le gustaba el senderismo. Introducirse en la naturaleza hasta confundirse con ella. Escalar, respirar, atrapar montañas era su especialidad y la otra, la lectura. Todo cuanto caía en sus manos, lo resucitaba, lo imantaba hasta el lo indecible. Cuando lo atrapaba, ya era digerible. Por eso, por ahí le vino también la vena de la escritura. “Para suerte o desgracia”, como siempre él le decía a los pocos amigos que tenía. Porque la familia…la familia no sabía ni siquiera que escribía. Sólo su mujer Ana, lo sabía y lo sufría en sus carnes. Juan era poco comunicativo en ese campo. Como todo gran soñador buscaba siempre el último escalón, el último peldaño de aquella montaña, de aquella nube arrogante que se resistía a descifrarle el futuro. A convertirse en aquella mano, en aquel oso blanco, en aquel elefante que le regalaría en un descuido a Marta y a David, sus dos enanos, como él les llamaba desde arriba y abajo. Desde su corazón de padre o cuando se disfrazaba de payaso.
Juan trabajaba en una empresa de publicidad. Era diseñador gráfico y un multiusos, aunque eso no constaba en su contrato laboral. Como no tenía mucho tiempo libre durante la jornada, la hora (la media o los cuartos) del café, la aprovechaba para navegar por Internet e introducirse en varios foros literarios.
Todo hasta aquí podría llamarse de normal, de a diario con la vida, de levantarse un día tras otro a las ocho menos cuarto para ir al trabajo (eso sí, como los privilegiado, porque lo hacía andando). ¿Pero qué más podía pedirle a la vida?. Su matrimonio funcionaba. Era padre de dos hijos maravillosos. Había plantado varios árboles en un terreno que tenía a las afueras de la ciudad; una pequeña parcela que adquirieron Ana y él, con sus ahorros y que pensaban en que sería su residencia de la tercera edad. Pero nada más lejos, porque aún les quedaban muchos años y un buen “libretón” por rellenar por el banco…
Un cierto día navegando por Internet, se topó con una página donde vendían libros antiguos. Iba a pasar de largo, porque la publicidad llenaba todo el escritorio y no le dejaba ni ver los títulos, cuando se topó con un anuncio donde ofrecían la venta de un libro misterioso. La palabra misterio era para él como el color en los sueños, como incluso la propia muerte de la que te salvas siempre dentro de ellos. Porque eso sí, en los sueños uno nunca muere, si acaso te despiertas sobresaltado, con el pulso acelerado y una noche más joven. Con mala cara pero más resucitado que nunca. El caso es que pinchó sobre el icono correspondiente e introdujo sus datos personales y el número de su Visa. –“Veremos lo que me mandam”, se dijo, sonriéndose para sus adentros. Porque Juan era reacio a las compras por internet. Había tanto malhechor suelto. Pero entre millones de usuarios, si le tocaba él, sería como una lotería mal pagada.
Pasaron alrededor de dos semanas. Juan ese día llegaba tarde a casa, un asunto con las impresoras lo mantuvo en la escena del crimen. Si no hubiera acertado con la avería, hubiera habido hasta muertos, le dijo a sus compañeros. El entró de los últimos pero la fama de manitas no había quien se la quitara. Llegó al portal un poco cansado. La operación a la impresora y el acelerón en el paso, consiguieron fatigarlo tanto que ni miró en el buzón de correos. Al subir al piso, como de costumbre, sus pequeños se le abalanzaron y su mujer, tras el beso, el retraso le quedó perdonado. Al terminar de almorzar, y cuando se iba a lanzar sobre el fregadero, su mujer se acordó y le dijo que había recogido el correo y que tenía un grueso sobre, a su nombre, sobre la mesa del salón (Porque Juan fregaba los platos -“que conste en acta, se repetía, y en mi currículo matrimonial”- le gustaba repetirle a Ana, pues sabía que eso la endemoniaba cariñosamente. A Ana la acababan de despedir hacía un poco más de seis meses del trabajo y aunque estaba casi recuperada psicológicamente, no le hacía mucha gracia estos tipos de comentarios machistas. “¡Tu no me friegas, porque yo no te plancho! Era el estribillo que le martilleaba como el villancico del río y los peces. Pero al final los dos siempre se recompensaban.
Juan no cogió el libro aquel día, ni el siguiente, estaba en plena campaña con un cliente de un importante grupo inmobiliario y por las noches se quedaba grogui, antes de taparse. La telebasura y otros episodios en serie, le hacían de analgésico y de bálsamo. Fue por el cuarto día, de verlo de aquí para allá, cruzando de norte a sur sobre la mesa, cuando lo abrió…¡Era de color blanco!

“Ahora, ya todo dependía de la resistencia. El líder, un joven canadiense, se aferraba a la proa del “Nudor” un viejo petrolero de 300.000 toneladas y 200 metros de eslora…”
Al día siguiente, cuando Juan fue a levantarse, tropezó con el libro y casi se cae de frente. Lo tomó, localizándolo debajo de la cama. Lo abrió y lo observó. Pensó. Recordó. Todo se le vino encima y por debajo de aquel libro. ¡Si era blanco! – ahora quería recordar- ¡Pero todo blanco, la noche anterior…! ¿Cómo ahora? ¿Esto que está escrito aquí…?
“Durante tres días seguidos, ocho aviones dejaron caer 1.000 bombas, 44.000 litros de queroseno, 12.000 litros de napalm y 16 misiles.”
Y así una noche tras otra iban apareciendo páginas escritas. Se iban soltando cabos; porque lo que soñaba, se iba transcribiendo en el libro. Se iban llenando de una página tras otra. Sueño tras sueño, como una hoguera incombustible.
“…Una columna de humo negro y espeso que ocultaba el sol completamente, podía ser divisada desde cualquier punto como si se perdiera en el confín de la Tierra. Era un espectáculo sobrecogedor…”
Quizás fuera el fin del mundo, o quizás una pesadilla dentro de otra, pero su cabeza no paraba de hilvanar, de medir respuestas, de coleccionar preguntas…
“Parecía el principio del fin del mundo. Finalmente, el viernes 20 de enero de 2029, el Nudor, desapareció de la vista, pero las gravísimas consecuencias del accidente se mantendrían vigentes durante muchísimo tiempo. La humanidad quedó convencida del desastre.”
Y llegó el final de la historia, pero Juan seguía resistiéndose a lo que creció día a día, a lo que vio noche tras noche sobre aquel libro. Era 20 de enero de 2006 y le quedaban todavía 23 años por delante. Pero un detalle. El autor lo firmó como Juan Miralles. Su verdadero nombre. Juan acababa de ser escritor, cuando terminó su primer libro – “El Ancla” –
Un libro sobre un desastre ecológico, como anunciado, y que fue recordado durante años y años.
En esos 23 años ni la humanidad le puso remedio.