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3- Un Milagro… o casi. Por Pilar1970

Por fin llegué a casa. Mi corazón aún latía con fuerza, podía sentir su pulso en mis mejillas, en mis manos… en todo mi cuerpo. Me quité rápidamente los zapatos al mismo tiempo que la chaqueta; pero antes de colocarla en el perchero, la empecé a abrazar como si se tratase de la misma persona que acababa de dejar hacia apenas media hora, pasee mi rostro por ella… oliéndola, disfrutando de ese tenue aroma que aún conservaba. El olor de su cuerpo se había quedado entre las fibras de aquella prenda y yo ahora podía disfrutarlo y alargar algo más los instantes de placer que me proporcionaba su presencia. Ese hombre, mi primera cita desde hacia tanto tiempo, me había devuelto las ganas de sentirme mujer de nuevo, el gusto por seducir y ser seducida, el coqueteo, las miradas de complicidad y tantas otras cosas que se encontraban aletargadas dentro de mi. Me sentía joven otra vez, alegre, vital y capaz de casi cualquier cosa. Y es que por mucho que pretenda dármelas de mujer cerebral, cuando las feromonas se ponen a hacer de las suyas, acaban nublando hasta las razones mas obvias. Y así, abrazada a la chaqueta, descalza y feliz hasta límites solo entendibles para aquellos que han sentido un poco de esta locura que es el amor, mi cabeza volvió al lugar donde aquella tarde empezó a cambiar mi vida.

_ ¡Cuánto trabajo! Es imposible que pueda acabar todos estos informes para mañana… _ Perdida en mis propios pensamientos mientras intentaba centrarme en aquella hoja de gastos de los representantes y plasmarlas en un balance en el que llevaba trabajando casi dos horas, no me percaté de la entrada en mi despacho de Luisa, recepcionista de la empresa, a la que tantos lazos me unían. Venía a recordarme que ya estaban aquí las personas a las que tenía de entrevistar mi jefe para el nuevo puesto en el almacén. Debía de tomarles los datos, pedirles el currículum y hacer una especie de criba para encontrar a la persona más idónea para el trabajo. _ ¡No me acordaba!. Luisa, si continúo con este ritmo de trabajo, vas a tener que aguantarme otro ataque de nervios como el del mes pasado… _ Se escapó una sonrisa de mis labios, y el gesto fue devuelto por mi amiga mientras me guiñaba un ojo. Al llegar a la puerta me dijo:
_ ¿Hago pasar al primero?
_ ¿Me queda alguna otra opción?
_ Si, te queda el comodín del público… ¡no te jode!
_ No, no me joden, ya sabes que eso hace tiempo que no lo practico_ le dije riéndome.
_ ja ja ja ja… Ese es tu problema, amiga mía…

Tras acabar con el trámite de 15 personas, todos ellos hombres jóvenes en su mayoría optando a lo que posiblemente fuera su primer empleo, apareció ante mí el decimosexto candidato. Me llamó la atención, en primer lugar porque era bastante más mayor que el resto de solicitantes, y aunque en el anuncio no se especificaba la edad, parecía más que evidente que para el tipo de trabajo a realizar, la juventud era algo a tener en cuenta. En segundo lugar su forma de vestir: iba con un traje de chaqueta con corbata incluida, y eso me descolocó todavía más. Desde luego pintas para trabajar en un almacén de carga y descarga no tenía. Se acercó a mí con una sonrisa nerviosa en su rostro ofreciéndome el currículum con el brazo extendido. Parecía tener unos 40 años, no era demasiado alto y estaba algo pasado de peso, sufría alopecia y las dioptrías de sus gafas casi no dejaban ver el color de sus ojos, azules creo. El tipo en cuestión no era un Adonis, y dejemos esa chorrada de que lo importante está en el interior, porque aunque sea bien cierta, en lo que primero que nos solemos fijar, mal que nos pese, es en el aspecto exterior… ¡Que le vamos a hacer!… Somos así de instintivos.
_ Perdone señor… _ Hice una pausa mientras miraba su nombre en el documento que me ofreció… ¿Puchades?
_ Si., eso es… Enrique Puchades _ me tendió su mano, le devolví el saludo y le invité a sentarse en una de las sillas que estaban en ese lado de la mesa.
_ Vamos a ver Sr. Puchades. ¿Usted sabe exactamente en que consiste el puesto de trabajo que ofrecemos? _ Nada más decir esto, me dediqué a ojear sus datos en las hojas de papel que ya estaban en mi poder… Enrique Puchades Salvador, nacido el 27 de enero de 1965, vehículo propio y ¡músico! ¡Violinista para más datos!
_ Si, señorita, es un puesto de peón de almacén.
_ Pero aquí especifica que es usted músico. ¿No seria más normal que buscase trabajo en una orquesta o algo así?
_ Si usted me lo permite. Eso es asunto mío ¿no le parece? Creo que para trabajar en esto, no es necesario tener unos estudios en concreto ¿no? Además ¿quien le dice a usted que mi talento natural para el ritmo no me vaya a venir bien en un almacén?
_ Pues no se si tu talento natural le servirá, pero le aseguro que su perfil no encaja en el que estamos buscando… lo siento _ Bajé la mirada y le ofrecí su currículum para que lo cogiera y se marchara. Pero en lugar de eso, me cogió de la mano, al notar su tacto, me sorprendí y levanté la cabeza para observarle… Y esos ojos, ahora podía verlos con absoluta claridad, me estaban observando con la mirada más tierna, más dulce y más encantadora que jamás había visto. Alguna alarma saltó dentro de mí, esa mirada… esos ojos me recordaban algo… ¿pero qué? Me quedé allí sin poder desviar mi vista de su rostro, sin intentar soltarme de su mano, totalmente bloqueada ante aquel, a primera vista, insignificante hombre. Y entonces fue cuando habló… _ Mara… _ Mi nombre en su voz sonaba tan bien… _ soy yo, Quique _ y sonrió aún más… Ahora si que estaba descolocada y asustada a la vez. Quique… el Quique que yo conocía, hacia años que no estaba en este mundo. El Quique que se fue y me dejó su recuerdo, sus besos robados, sus miradas de mar, mis primeras caricias, mis primeras sensaciones de cariño, mi primer… mi único amor. Tenía solo 16 años, y cuando llegué a aquel perdido pueblo en la Sierra de Gredos me parecía que iba a ser el peor verano de mi vida. Pero luego apareció él, con su cabello rubio, sus ojos claros y trasparentes, esa manera de hablarme, de mirarme, de hacerme sentir como la reina del mundo. Y su guitarra… su eterna compañera. Íbamos a la sierra andando, cogidos de la mano sin hablar, solo el silencio entre los dos era suficiente para hacerme sentir bien. Luego elegíamos un sitio cercano a una de las muchas fuentes que hay por el camino y allí me cantaba canciones de amor mirándome a los ojos con esa mirada que podía derretir la montaña entera y que a mi me hacia arder por dentro. Cuando dejaba la guitarra apartada a un lado, y me decía – Ven Mara, ven conmigo_ mientras sus manos se extendían hacia mí, yo necesitaba que me tocara, que me abrazara que me besara, nunca tenia suficiente de toda esa dulzura, se pasaban las horas en un solo beso… Descubrí la fuerza del amor, las posibilidades placenteras que brinda el cuerpo cuando alguien encuentra la llave del deseo y logra abrir la puerta. Claro que lo recordaba. Quique… Había vivido de sus recuerdos toda mi vida, desde que aquel terrible accidente se llevó al amor de mi corazón, al amante de mis noches, al causante de mis desvelos, al descubridor de mis más callados deseos carnales, y con él se fueron todos mis deseos de seguir sintiendo como mujer.

Y ahora esos ojos… Me decían que era él… Pero yo sabía que eso era imposible. _ Quique esta muerto_ espeté con todo el desprecio que pude, mientras soltaba mi mano y dejaba caer sobre la mesa sus papeles.
_ Esta muerto… pero no en tu corazón ¿verdad? _Me estaba mirando… sonriendo, no pude evitar mirarle y una línea de aceptación se dibujó en mis labios. _ Mara… has sido tu la que me has traído hasta aquí, no tengas tanto miedo, soy yo mi niña. Nos vemos en el bar de la esquina cuando salgas del trabajo ¿si?
_ Supongo que quedar en un bar no tiene nada de malo, y así me podrá aclarar como sabe usted lo de Quique… Está bien, nos vemos en cuanto acabe de trabajar._

Acudí a la cita, con unos nervios inusuales en mi, siempre fría y calculadora, como me recuerda tan a menudo Luisa. Me sorprendió encontrarme al Sr. Puchades sentado en una mesa leyendo el periódico, la verdad, esperaba que estuviera tan nervioso como yo. En cuanto me vio entrar se incorporó y salió en mi busca, cuando estuvimos tan cerca como nos era posible me rodeó con su brazo la cintura y me dio un suave beso en los labios. Me dejó tan fuera de combate que no pude articular palabra alguna. Nos sentamos uno frente a otro. Empezamos a hablar de cosas que yo recordaba a la perfección y que él parecía revivir con todo detalle. Al rato estábamos cogidos por las manos y nos sonreíamos mutuamente. Quería creer en aquello, quería ser feliz aunque fuese solo un rato. Salimos del bar, abrazados, hablando y riendo, sintiéndome tan feliz que casi no podía dar crédito a lo que me estaba sucediendo. Luego llegó el momento de la despedida. El debía de irse porque había quedado con alguien para una audición o algo parecido. Le di mi número de teléfono y regresé a casa.
Y allí me encontraba ahora… abrazada a una chaqueta y rebanándome mi sesuda cabeza debatiéndome entre creer lo que me estaba pasando o pasar de todo y pensar que era una locura digna de una quinceañera… Pero aquella mirada… Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando sonó el teléfono en el salón.
_ ¡Luisa! ¡Eres tú! Tengo algo que contarte cielo
_ ¿Qué tal tu cita? ¿Por qué has tenido una cita verdad?
_ ¿Cómo lo sabes?
_ Cariño, nos conocemos desde hace mucho, y espero que me perdones por lo que he hecho, pero recuerda que te quiero con locura, que eres mi mejor amiga y sobre todo recuerda como te sientes ahora mismo. El hombre con el que has quedado esta noche, es mi cuñado Enrique, no es tu Quique. La idea, ha sido toda mía, no le eches a él las culpas de nada, aunque me fue fácil convencerle cuando le dije como eras y que lo necesitabas tanto o más que él, que también es un hombre solitario, lo demás fue sencillo. Me has hablado tanto de Quique, que conozco cada minuto que pasaste con él casi mejor que tu misma. Y también se que necesitabas sentir de nuevo la sensación que produce cuando un hombre se siente atraído por ti. Siento mucho haberte engañado cielo, pero reconoce, amiga mía, que te hubieses negado en rotundo si un hombre como Enrique Puchades te propusiera salir a tomar aunque sea un café. Ahora puedes colgarme, mandarme a la mierda, o llorar. Entendería cualquiera de las tres posturas…
_ Luisa, no estoy enfada, solo dolida, has utilizado mi confianza para engañarme, pero reconozco que hoy me he sentido de nuevo mujer… Estoy hecha un lío.
_ Espera, Mara, tengo a mi lado a alguien _ pasaron unos segundos y escuché: _ Mara, soy Quique… perdón… Enrique… espero que sepas disculparme algún día y podamos volver a vernos, creo… _bajó la voz_ que me estoy enamorando de ti… _ una sonrisa iluminó toda mi cara y el cosquilleo del estomago me confirmó que ahora… ¡estaba viva!