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1- EL ROSTRO IMPENETRABLE. Por Juan Deliver

 Recuerdo bien la primera vez que la vi. Luego vendrían otra media docena de veces al menos. Marlon Brando estaba probablemente en uno de sus mejores momentos, acompañado de ese fantástico secundario que tanto popularizó las calles de San Francisco en una serie inolvidable de finales de los años 70.
Karl Maden por más señas. Le recordarán. Una nariz tan perfectamente redonda no se olvida. Pues allí estaban los dos, en un Western de esos que definiríamos de autor, es decir, un Western que a pesar de serlo no lo parece. Recordaré siempre de esa película la visión de la playa. Una playa mejicana, apacible, desierta, con un clima casi ideal. Marlon Brando bebía whisky sin cesar en una vieja cabaña para soportar el dolor que le producía la mano rota por tres o cuatro sitios, y es que el montaraz narizotas se había encargado personalmente de que no pudiera volver a empuñar un colt con su mano derecha.
El buen Brando no pudo volver a hacerlo, pero a pesar de los pesares todavía le quedaba la otra mano, ya saben, la izquierda, esa que tan poco utilizamos la mayoría de los cristianos entre los cuales me incluyó yo. Pues el tipo no va y después de beberse hasta el Mar Cantábrico se pone como un loco a practicar con la zurda, y claro, tratándose de Marlon Brando se lo pueden imaginar, acabó disparando con la izquierda mejor que con la derecha, y eso que con esa mano era capaz de darle a un mosquito entre los ojos.
Ni les cuento como acabó el narizotas. Como acaban todos lo feos en el cine de Hollywood, y si encima les otorgan el papel de malos y algo fachillas… (que los valores esos de libertad de buen rollito y gente guay también se cuelan en las de vaqueros, no te jode, no iban a ser menos, ni genero menor ni hostias en verso, que Hollywood es Hollywood y los U.S.A. los U.S.A., y aunque sean más fachas que su puta madre lo importante es parecer todo lo contrario, pero en fin no vamos a seguir por ahí que le tengo mucho respeto al buen Brando y no es cuestión de canibalizar ahora aquí el asunto) total que le metió dos andanadas de plomo como se decía antes entre pecho y espalda. El fulano cayo más tieso que la mojama.
Marlon Brando perdió la movilidad de su mano derecha, pero lo que no perdió ni un sólo momento del metraje fue aquella mirada fría y cálida al mismo tiempo, osada, poderosa e intranquilizadora, era una de esas miradas que cuando la tienes enfrente, sabes a la perfección que el que te esta mirando a los ojos no se va a echar para atrás en ningún momento, y hace que los calcetines se te empiecen a bajar ellos sólitos, en una mezcolanza de ley de la gravedad y acojonamiento agudo. Marlon Brando forjó su leyenda en torno a su mirada, amen de otras argucias gestuales que tan bien se le daban. Pense que jamás volvería a ver esa mirada, y sin embargo el otro día por una décima de segundo apareció de nuevo. Entraba yo junto a un grupo de nueve hombres de más de taintantos años en uno de los poquisisimos campos de futbol-sala que quedan en esta bendita ciudad en los que se pueda jugar a horas intempestivas. El plan era perfecto: una noche fresquita, un grupo de triperos cerveceros con un balón, ganas de divertirse y un campo prácticamente vacío, y digo prácticamente por que en el fondo había dos niños de unos diez años jugando con otro balón. Me dirigí rápidamente hacia ellos, y al que parecía mayor le dije- oye tenéis que marcharos, vamos a jugar un partido de fútbol y necesitamos el campo- el chico se me quedo mirando, en ese momento… apareció Brando –yo de aquí no me muevo, he llegado antes y además si queréis jugar tenéis medio campo para vosotros, el otro medio es mío- y el muy cabrón se giro después de lanzarme una última mirada cargada de determinación. Las medias de futbol se me aflojaron solas. Les garantizo que la gravedad no tuvo nada que ver en el asunto. Me fui de allí con el rabo entre las piernas, asombrado de la actitud de un mozalbete al que le sacaba mas de veinte años. Me acerque a uno de mis amiguetes, y como soy perro viejo le dije que fuera a convencerlos de que se tenían que largar. Mandamos al más persuasivo. Uno de esos tipos que es capaz de convencerte de que necesitas una estufa en pleno mes de agosto. Lo vi irse hacia ellos. La respuesta del Brando de pacotilla debió ser la misma, pero estaba claro que tenía que ceder, no por que le faltase razón o por que no tuviese suficiente coraje para aguantarle el tirón a diez tíos con pelo en pecho, sino por que en el fútbol al igual que en las orgías es condición sine equa non un cierto numero de personas, y él estaba en franca desventaja, tenía la partida perdida de antemano y no podía aguantar el órdago durante mucho tiempo. Finalmente, tras arduas negociaciones, mi colega consiguió que en quince minutos nos cedieran el campo para poder jugar.
Y allí estabamos diez fornidos hombres esperando a que dos críos de diez años tirarán sus penaltis, sin mas ambición ( yo creo) que tocarnos un poco los cojones y de paso reafirmar su orgullo y ego, que aunque no lo crean los muy cabrones ya lo tienen inculcado a edades muy tempranas.
Aquel episodio me hizo reflexionar, me imagine yo hace veinte años en un campo de fútbol, viéndome enfrente de diez adultos. A mi no tendrían que venir a echarme, en cuanto viese el panorama probablemente cogiera mi flamante balón ( en el raro caso de que se diesen las dos condiciones, me explico, que tuviese balón y que fuese flamante) y me haría a un lado dejándoles el campo para ellos sólitos. Que quieren que les diga, pertenezco ya a otra generación.
Aunque me puteó un rato aquel mocoso me alegró que lo hiciera. No perdió ni un momento la serenidad ni el valor. Además el enano tenía razón ¡ diablos!, aunque al final tuviera que ceder por los motivos que les he dicho anteriormente. Pero lo que más me maravilló de él fue esa mirada fija en mis ojos, casi retándome, mostrándome que no se iba a echar para atrás, que las amenazas tácitas con él no valían, que aunque sabía que le podían partir la cara era conocedor de sus derechos y no se los iba a escamotear el primer capullo que apareciese. Los críos de hoy en día no son como los de antes, creemos que son tontos porque juegan todo el puto día con la playstatión y no se leen ni un libro, pero ellos son los mejor preparados, casi de forma inconsciente, para soportar la competitividad cada vez más grande que muestra la sociedad, no son tontos no, ¿desprovistos de moral? , tal vez, ¿hijos puta carentes de sentimientos?, puede que también, pero cualquier cosa menos tontos, son simplemente diferentes, pero de eso no nos damos cuenta hoy en día, pero no se preocupen que cuando nos llegue la hora de la jubilación, y no podamos agarrarnos la polla casi ni para mear, más vale que los políticos de turno hayan dejado un buen pellizco de guita en la caja esa única de la Seguridad Social, y además se haya invertido como Dios manda en centros de la tercera edad por que como estos se tengan que apiadar de nosotros, me da la impresión de que lo llevamos crudo. Seguro que acaba apareciendo algún Brando que mirándote fijamente a la cara te espeta – eres muy viejo, así que quítate de enmedio que tu ya no pintas nada- y por desgracia cuando se dé ese momento ya no tendremos la sartén por el mango. Al loro que esto que les digo suena muy gracioso ahora, pero dentro de taintos años maldita la gracia que nos va a hacer, se lo digo yo, y el que avisa no es traidor